La alta cultura: literatura

Mientras se mantuvo en pie el aparato estatal y municipal, siguió siendo posible adquirir una educación clásica al viejo estilo, aunque a veces en una forma algo desvirtuada. Lo cierto es que para que funcionaran las estructuras sociales y políticas era imprescindible la existencia de una formación retórica al alcance de la población, y en Constantinopla y en los grandes centros urbanos era el propio estado el encargado de proporcionarla. Aún seguía habiendo libros, y si ahora eran caros, también lo habían sido en la época clásica. Para adquirir esa formación, basada fundamentalmente en los autores clásicos, era preciso pertenecer a una familia acomodada y, por lo general, ser varón. Así, por ejemplo, Sinesio, perteneciente a una estirpe acomodada de Cirenaica, poseía unos excelentes conocimientos de prosa, poesía y filosofía griegas. Sólo unas cuantas mujeres especialmente privilegiadas tenían acceso a estas artes; entre ellas, por ejemplo, la emperatriz Eudocia, que escribió algunas poesías en griego. La capacidad de escribir versos griegos era muy estimada; durante el siglo V aún florecieron algunos poetas en Egipto, que pusieron sus habilidades al servicio de los grandes personajes, convirtiéndose en sus panegiristas. A finales del siglo VI, un tal Dióscoro de Afrodito, en el Alto Egipto, seguía escribiendo versos en griego de tema tradicional.[243] Durante los siglos V y VI hubo toda una serie de autores que escribieron en griego diversas historias de corte clasicista,[244] y aunque el enfoque de las historias de la Iglesia escritas por autores como, por ejemplo, Sócrates o Sozómeno en el siglo V, o Evagrio Escolástico a finales del VI, sea quizá algo diferente, también estos libros se componían partiendo de la base de una excelente formación retórica.[245] La adquisición de una formación muy parecida, sólo que en latín, seguía siendo posible en Occidente. Los comentarios de Servio a la obra de Virgilio, los Saturnalia de Macrobio, y los nueve libros del De nuptiisPhilologiae et Mercurii, de Marciano Capella, datan de la primera mitad del siglo V,[246] mientras que el poeta norteafricano Draconcio compuso varios poemas bastante extensos en hexámetros durante el período vándalo, época de la cual conocemos también la colección de poemillas latinos llamada Antología latina y los epigramas de Luxorio.[247] De comienzos de la época bizantina datan los panegíricos de Corippo (véase el capítulo 5), y, según parece, en el Norte de África siguió enseñándose a Virgilio —como siempre se había hecho— incluso después de la reconquista de Justiniano, al menos durante cierto tiempo. Quien quería aprender a escribir en latín como es debido lo aprendía leyendo a Virgilio: los descubrimientos papiráceos procedentes de la ciudad de Nessana, en un lugar perdido de la frontera egipcia, ponen de manifiesto que tal seguía siendo la costumbre a finales del siglo VII, mucho después de la conquista árabe. En la Italia ostrogoda, lo mismo que en cualquier otra parte, eran admiradísimas las elaboradas manifestaciones de retórica, según podemos ver por las obras de Casiodoro (véase el capítulo 2), y de numerosos obispos eruditos de Occidente, entre ellos san Ambrosio de Milán, de finales del siglo IV, Cesáreo de Arles, Avito de Vienne, Enodio de Pavía y, ya en tiempos de los merovingios, Venancio Fortunato, autores todos que recibieron su formación retórica leyendo a los clásicos. En realidad, las tensiones suscitadas, como es natural, a medida que la lengua y las formas clásicas iban recibiendo progresivamente nuevos usos, constituyen uno de los factores más productivos en la evolución de la literatura «medieval».

Pero volviendo a la literatura griega, ya hemos visto que el difícil arte de escribir epigramas clásicos en griego siguió en auge en tiempos de Justiniano, y en Gaza, Palestina, en pleno siglo VI, hubo una escuela muy activa de retóricos y poetas cristianos enormemente competentes.[248] La formación retórica solía ser el preludio de la escuela de jurisprudencia, por ejemplo, en Berito (Beirut), centro de este tipo de estudios hasta que la ciudad fue destruida por un terremoto en 551. Zacarías Rétor, autor de comienzos del siglo VI, nos ha dejado un animado cuadro de lo que era la vida de un estudiante a finales del siglo V en esta ciudad y en Alejandría, donde jóvenes cristianos y paganos —entre ellos Severo, futuro patriarca de Antioquía— estudiaban juntos y en ocasiones llegaban incluso a las manos.[249] En Alejandría había la posibilidad de estudiar retórica y filosofía, y Severo tuvo entre sus compañeros a Paralio, pagano originario de Afrodisias, pequeña ciudad perdida en los confines de Caria; casualmente poseemos buenos testimonios de las posibilidades de alcanzar una buena educación que tenían los hijos de las mejores familias de esta ciudad.[250]