Los reinos germánicos, el gobierno romano y los asentamientos bárbaros
Con la instauración de los reinos bárbaros entramos en una etapa histórica que tradicionalmente viene considerándose los albores de la Edad Media.[52] Pe ro los rasgos permanentes del pasado son tantos que podemos considerar toda esta época, hasta finales del siglo VI, una mera continuación del mundo mediterráneo de la Antigüedad tardía; pese a los cambios evidentes que se produjeron en los distintos tipos de asentamiento de la población bárbara en Occidente, los testimonios arqueológicos de los que disponemos muestran a todas luces que las actividades comerciales y las comunicaciones con países lejanos siguieron su curso habitual, aunque los detalles de todo el asunto son todavía bastante controvertidos; ponen asimismo de manifiesto que las transformaciones en el paisaje urbano —tema que ha dado lugar a numerosos debates en la historiografía más reciente— constituyen un fenómeno visible a finales del siglo VI en todo el ámbito del Mediterráneo, tanto en Oriente como en Occidente.[53] Por consiguiente, puede resultar definitivamente erróneo pensar que se produjo una separación efectiva de Oriente y Occidente. Los propios reinos occidentales conservaron muchas instituciones romanas y, según parece, consideraban que sus vínculos con el emperador de Constantinopla respondían a la habitual relación de patrocinio y clientela; los reyes, por lo demás, ostentaban títulos típicamente romanos. La vieja clase alta romana pervivió en gran medida, y sus miembros fueron adaptándose como pudieron a los nuevos regímenes. Tal es el caso de Sidonio Apolinar, obispo de Clermont-Ferrand a finales del siglo V, que en sus elegantes poesías y epístolas se lamenta amargamente de la incultura y grosería de los proceres bárbaros locales, aunque, eso sí, no había tenido reparos en adaptarse a la nueva situación. Gregorio de Tours comenta a propósito de Sidonio Apolinar:
Era un hombre santo y, como ya he dicho, pertenecía a una de las familias senatoriales más encumbradas. Parece que, sin comentarle nada a su esposa, sacó de su casa la vajilla de plata y la repartió entre los pobres. Cuando su mujer descubrió lo sucedido, empezó a reprocharle su actuación; Sidonio tuvo que volver a comprar a los pobres la vajilla y llevársela otra vez a su casa (11, 22).
Tanto Gregorio de Tours, autor de la historia de los francos, como otro obispo merovingio, Venancio Fortunato, amigo y contemporáneo suyo, que escribió una serie de poemas en latín sobre temas políticos de la época, pertenecían a dicha clase; y también pertenecía a ella el papa Gregorio Magno.[54] El derecho germánico coexistía con el romano, aunque en una yuxtaposición nada fácil; en el reino ostrogodo se empleaba un código para los godos y otro para la población romana, mientras que los ordenamientos visigóticos, desde el Código de Eurico (c. 476) y la Lex RomanaVisigothorum de Alarico II (506), de carácter claramente latinizante, o los sucesivos programas de legislación emprendidos en el reino visigodo durante los siglos VI y VII, trajeron consigo la paulatina unificación de las tradiciones germánica y romana.[55] A veces se utiliza el término «subromano» para designar a los reinos de esta época, y de hecho los ecos despectivos que comporta el vocablo acaso se correspondan con la opinión que de ellos tenía el gobierno de Oriente. Éste había llevado a cabo una política pragmática, sabedor de que no estaba en condiciones de imponer un emperador de Occidente, pero sin admitir desde luego que los nuevos regímenes fueran a mantenerse por mucho tiempo. Llegado el momento, no dudaría en utilizar a unos contra otros. El hecho de que los godos de Italia, al igual que los vándalos y, al menos durante esta fase, también los visigodos, fueran arrianos, favoreció a la diplomacia imperial, pues permitió presentar la invasión de Italia emprendida por Justiniano en 535 como una especie de cruzada. El emperador escribía a los francos ortodoxos pidiéndoles ayuda en los siguientes términos:
Los godos se han apoderado por la fuerza de Italia, que es posesión nuestra, y no sólo se niegan a devolvérnosla, sino que han cometido contra nosotros nuevos agravios absolutamente intolerables. Por ello nos hemos visto obligados a declararles una guerra, en la cual deberíais uniros a nosotros, como aconsejan nuestro odio común hacia los godos y nuestra fe ortodoxa, acabando así de una vez con la herejía arriana (Procopio, BG, 1,5,8-9).
Haciendo gala de su buen juicio, el gobierno bizantino reforzaba su retórica con oro y prometía entregar a los francos nuevas cantidades si aceptaban el pacto; no es de extrañar, por tanto, que no resultaran unos aliados muy leales.
Al estudiar el proceso de asentamiento de los pueblos bárbaros en el territorio del imperio de Occidente, debemos distinguir entre las concesiones formales efectuadas por los sucesivos emperadores y gobiernos, y el proceso, mucho más largo, de cambio de los asentamientos llevado a cabo de manera informal. En la práctica se había dado un proceso continuo de asentamientos bárbaros «no oficiales», que se remontarían cuando menos al siglo IV, y que habían venido minando el control ejercido por Roma sobre todo el territorio occidental. Aunque las fuentes literarias nos ofrecen únicamente un panorama imperfecto y unilateral de todo este fenómeno, podemos reconstruir en parte el proceso seguido gracias a los descubrimientos arqueológicos, sobre todo los procedentes de los enterramientos, aunque una vez más los datos se hallan repartidos de manera muy irregular desde el punto de vista geográfico.[56] Las causas de esos asentamientos podían ser muy variadas, e iban desde la invasión y posterior concesión de tierras por parte del emperador, al establecimiento en el territorio del imperio en pago a los servicios prestados en el ejército romano; sea como sea, resulta bastante difícil descubrir cuáles son los motivos que se ocultan tras cada caso en particular. Del mismo modo, a veces resulta imposible relacionar los acontecimientos históricos conocidos, como por ejemplo las invasiones, o incluso, en algunos casos, ciertos asentamientos acaecidos a lo largo de un dilatado período de tiempo, conocidos por testimonios literarios, con los restos arqueológicos de que disponemos en la actualidad. Por si fuera poco, los pueblos recién venidos solían adoptar las costumbres de la población existente en las provincias, con lo que se hace aún más difícil detectar las huellas de los asentamientos germánicos. No obstante, están atestiguados enterramientos germánicos de finales del siglo IV y comienzos del V en la zona comprendida entre el Rin y el Loira, que en algunos casos parecen indicar la utilización de bárbaros en las secciones locales del ejército romano. Curiosamente, algunos de esos cementerios presentan enterramientos romanos y germánicos mezclados. La fase más antigua del asentamiento de germanos en Britania, aunque fuera a pequeña escala, data de comienzos del siglo V, antes de que se produjera la gran oleada de invasiones.[57] Es cierto, desde luego, que los restos dejados en la Galia septentrional y en la zona que rodea Colonia por los francos, que históricamente están mucho mejor documentados, son bastante exiguos en el siglo V, pero, aun admitiendo los fallos que puedan tener las pruebas arqueológicas, es evidente que en las provincias occidentales se produjo un proceso constante de cambio cultural y demográfico a pequeña escala mucho antes de que se formaran los reinos bárbaros tal como llegaremos a conocerlos. A mediados del siglo V las viejas villas romanas existentes en las provincias occidentales fueron en muchos casos abandonadas o simplemente entraron en una fase de decadencia, y así el papel de la vieja clase romana de los terratenientes, que estudiaremos con más detalle en el capítulo 4, se convierte en un problema fundamental cuando se pretenden rastrear los cambios producidos en las esferas económica y social.[58]
El estudio de los tipos de asentamiento supone un avance fundamental para entender cuál fue el proceso de cambio ocurrido en el imperio de Occidente, y sobre todo para soslayar los problemas planteados por las fuentes literarias. Buena parte de los testimonios reunidos hasta la fecha son incompletos, y en muchos casos son objeto de debate; su interpretación es en gran medida tarea exclusiva del especialista. Las cosas, sin embargo, están lo bastante claras para permitirnos afirmar que el gobierno de Roma no tuvo que enfrentarse tanto a una serie de incursiones aisladas cuanto a un lento, pero constante proceso de erosión interna de la cultura romana en las provincias occidentales. Naturalmente no lo entendieron así los escritores de la época que, al estar inspirados por prejuicios etnográficos y culturales, tienden a pintarnos un panorama bastante sombrío de los «bárbaros» contraponiéndolos a los romanos; por consiguiente las viejas interpretaciones de determinados acontecimientos históricos especialmente significativos, como por ejemplo la batalla de Adrianópolis y los asentamientos bárbaros que se produjeron tras ella, pueden dar lugar a numerosos equívocos si las tomamos al pie de la letra.[59] Sus argumentos morales y políticos no son capaces de explicar lo que estaba sucediendo a una escala mayor, y buena parte de los cambios más duraderos que se produjeron quedarían fuera del control gubernamental. Serían, sin embargo, esos cambios, y no los acontecimientos políticos, los que a la larga arrancarían a todas esas zonas del dominio efectivo del imperio, y así sería sobre todo cuando el control pasara del emperador de Occidente, por muy débil que fuera, a manos de los gobernantes de la remota Constantinopla.
Las repercusiones de todo este proceso sobre la economía del Bajo Imperio en general fueron a todas luces enormes (véase el capítulo 4); por su parte, la desaparición del sistema fiscal romano centralizado en las provincias de Occidente debió de tener también bastante importancia, por cuanto estimularía el desarrollo económico de las mismas.[60] Pero también la posesión de riqueza desempeñó durante el siglo V un papel decisivo en las relaciones del imperio con los bárbaros en forma de «compensaciones» pagadas por el gobierno romano a los diversos grupos, ya fuera en premio a su inmovilidad y sosiego o bien como incentivo para que se trasladaran a cualquier otra parte. Aunque el gobierno de Oriente estaba en una situación mucho mejor que el de Occidente para actuar de esta forma (véase el capítulo 1), el expediente resultó útil para los dos en varias ocasiones, y siguió siendo un elemento clave de la política imperial durante el siglo VI, como demuestran los reproches y las críticas de que es objeto por parte de un autor conservador como Procopio:
Con todos los enemigos potenciales del país, no perdió [sc. Justiniano] la ocasión de dilapidar grandes sumas de dinero, tanto con los del este como con los del oeste, con los del norte y con los del sur, e incluso con los habitantes de Britania y las naciones de todo el orbe ( Historia arcana , XIX).
Por esas fechas —y aun admitiendo la exageración retórica de Procopio—, dicho expediente estaba ya firmemente arraigado en la diplomacia bizantina y en muchos casos resultaba inevitable: por ejemplo, se pagaron grandes cantidades de dinero a Persia en virtud de los tratados de paz de 531 y 562.[61] Una práctica tan conveniente para el ejército romano como la de emplear tropas bárbaras en calidad de federados, que constituye uno de los rasgos más destacados de todo este período, resultaba también sumamente cara, y su mantenimiento comportaba un dispendio enorme en dinero y en víveres.[62] Un ejemplo extremo de toda esta situación podemos verlo en el caso de Alarico, que en 408 exigió cuatro mil libras de oro en pago por las actividades que había venido llevando a cabo en Epiro en nombre del imperio. El ejemplo de Alarico y sus godos pone asimismo de manifiesto con cuánta facilidad podía un caudillo bárbaro especialmente astuto aprovecharse a un tiempo de Oriente y de Occidente. Según parece, los godos invadieron Italia en 401 porque el gobierno de Oriente había cerrado el grifo de los subsidios (Jordanes, Get, 146). Los motivos de todo esto distan mucho de estar claros, pero también Tracia se vio amenazada al mismo tiempo por los godos de Gainas y por otros bárbaros descritos como hunos; en cualquier caso, Alarico pensó que era más ventajoso trasladarse a Italia, donde Estilicón intentó primero enfrentarse a él y luego sobornarlo. La peligrosa política seguida por Estilicón, consistente en intentar comprar los servicios de Alarico y sus huestes, acabó con su caída en 408; sin embargo, cuando, tras este hecho, Alarico vio que era rechazada su petición de dinero a cambio de retirarse de Panonia (Zós., V, 36; Oros., VII, 38), decidió poner sitio a Roma (408-409) y fijó el precio de la entrada de víveres en la ciudad en cinco mil libras de oro y treinta mil de plata (Zós., V, 41). Lo sucedido tras la toma y consiguiente saco de Roma de 410 resulta sumamente confuso, aunque es indudable desde luego que la situación fue muy diferente de la que se daría en África con los vándalos veinte años más tarde: de momento ni tan siquiera se planteaba la posibilidad de realizar una ocupación duradera, y podemos ver así que Ataúlfo, sucesor de Alarico, se dedicó alternativamente a devastar Italia y a actuar en la Galia en calidad de federado. «Cuando fue nombrado rey, Ataúlfo regresó a Roma, y lo que quedara intacto tras el primer saco, sus godos lo arrasaron como si fueran una nube de langosta, despojando a Italia no sólo de las riquezas de los particulares, sino también de sus bienes públicos» (Jordanes, Get, 31). Ataúlfo hizo prisionera a Gala Placidia y se casó con ella, dando a uno y otro bando un falso sentido de seguridad:
Cuando los bárbaros tuvieron conocimiento de esta unión, se asustaron muchísimo, pues parecía que ahora el imperio y los godos eran una sola cosa. Ataúlfo se dirigió entonces a la Galia, dejando a Honorio Augusto desprovisto de todas sus riquezas, aunque, eso sí, complacido en su corazón por estar más o menos emparentado con él ( ibidem ).
Ahora, sin embargo, lo que necesitaban los godos no era tanto oro o plata, sino grano, y así en 418 Alarico dio un paso decisivo y se estableció con lo que quedaba de su ejército en territorio romano, concretamente en Aquitania: «Se les entregaron tierras en Aquitania, desde Tolosa hasta el mar» (Hidacio, Chron., 69).[63] Los veintitantos años de saqueos, pactos, negociaciones y luchas transcurridos hasta que los godos se establecieron en Aquitania ponen claramente de manifiesto las ambigüedades, gastos y peligros a los que hubieron de enfrentarse los romanos en su intento por llegar a un entendimiento con los bárbaros.
El establecimiento en la Galia de los godos, hasta ese momento federados del imperio, marca un hito en la paulatina transformación del sistema de posesión de la tierra en las provincias de Occidente. Nos encontramos a este respecto con una serie de cuestiones muy controvertidas, pues no están ni mucho menos claros los términos en los que se realizaban las concesiones de tierras o en los que más tarde se llevarían a cabo los asentamientos. La teoría tradicional en este campo es que los hospites bárbaros, empezando por los visigodos, habrían tenido derecho a quedarse con una proporción altísima de las tierras en las que se habían establecido, a saber, con las dos terceras partes del total. Otros ejemplos de asentamientos conocidos son los de los alanos y burgundios en 440 y 443 (Chron. Min., 1,660) y el de los ostrogodos en Italia, aunque en estos casos los bárbaros probablemente se quedaran sólo con la tercera parte del total; la renta pagada por la cuota asignada se denominaba de hecho «tercias» (tertiae).[64] Pero hay bastantes puntos oscuros, debido en gran medida a las discrepancias que a este respecto presentan las propias fuentes. W. Goffart ha propuesto una interpretación totalmente distinta de los testimonios proporcionados por las compilaciones de leyes germánicas posteriores, según las cuales no era la tierra lo que se repartían bárbaros y romanos, sino las rentas producidas por las fincas.[65] Una gran controversia rodea el significado de las palabras latinas hospitalitas y sors. No obstante, los testimonios con los que contamos son incompletos; las condiciones del acuerdo probablemente variaran a medida que fueran cambiando las circunstancias, y si bien da la impresión de que en el asentamiento de los visigodos en 418 tuvo bastante que ver la tierra, quizá no fuera así, por ejemplo, en el caso de los ostrogodos. Por el contrario, no hay prueba alguna, por ejemplo, de cuáles pudieran ser los acuerdos a los que se llegó en la Galia septentrional.[66]