El papel de los Obispos
Las nuevas iglesias, sin embargo, no eran edificios meramente decorativos ni destinados únicamente al culto; muchas de ellas constituían auténticos cotos vedados de los obispos, a quienes proporcionaban el marco más adecuado en el cual ejercer su labor de adoctrinamiento moral, social y religioso; y téngase en cuenta que dicha labor representaba uno de los elementos fundamentales del papel desempeñado por los prelados. Sabemos de la existencia en esta época de numerosos obispos influyentes, cuyo poder se extendía más allá del ámbito que en la actualidad consideraríamos puramente religioso; el precedente lo sentó el propio Constantino, al concederles jurisdicción secular, y así en determinadas zonas alcanzaron una hegemonía que fue incrementándose a medida que iban aumentando las dificultades con las que chocaba el mantenimiento de la administración civil. En san Ambrosio de Milán podemos ver la figura de un clérigo ambicioso, ávido por consolidar a toda costa su posición, y capaz en ocasiones de ejercer una enorme influencia sobre el emperador Teodosio I. Otro obispo «político» fue, esta vez en Constantinopla, san Juan Crisóstomo (véase el capítulo 1), aunque el ascetismo de sus costumbres lo hicieron, al parecer, bastante impopular. El historiador de la Iglesia Sócrates comenta el gran número de enemigos que se granjeó por la severidad de su doctrina moral y por su costumbre de excomulgar a los contumaces:
Lo que contribuía en gran parte a dar crédito a estas quejas era la costumbre del obispo de comer siempre solo y de no aceptar nunca las invitaciones a los banquetes. Los motivos que tenía para actuar de ese modo no los conocía nadie a ciencia cierta, pero algunos, deseosos de justificar su conducta, afirman que tenía un estómago muy delicado y una digestión muy difícil, viéndose obligado a observar una dieta rigurosísima; otros, en cambio, achacan su negativa a comer en compañía a la severidad de la abstinencia que solía guardar (Sócrates, HE , VI 4).