Capítulo 64

KURELEN, CHEPE NOYon y Subodai eran los tutores de los hijos de Temujin. Los niños debían aprender todo lo que estos tres hombres sabían. Aprendían a dibujar los extraños caracteres chinos y leían acerca de los dorados emperadores de Catay, los hijos del Cielo.

Juchi, discípulo de Kurelen, era un niño caprichoso y rebelde, de ojos insolentes y voz gutural. Kurelen no le profesaba demasiado afecto, pero le enseñaba lo mejor que podía y hasta tuvo ocasión de sentirse orgulloso de él porque Juchi aprendía con facilidad y razonaba muy bien. Desde su niñez detestaba a su padre, Temujin, y era amargamente envidioso del menor privilegio de sus hermanos. Era el favorito de Bortei, como también de Kasar.

Temujin se ausentaba con frecuencia. Cabalgaba a través de sus vastos dominios, deteniéndose brevemente para conversar con sus vasallos y dar órdenes. En todas partes sus penetrantes ojos se clavaban como saetas, y en todas partes, para su satisfacción, sólo veía disciplina y orden.

No había libertad personal para ningún hombre. Sólo había obediencia y sumisión incuestionable. Pero había disciplina y lealtad, y ésas eran las cosas que él deseaba. Feroz, exigente, inexorable y turbulento por naturaleza, era visto con terror supersticioso y pavor reverente por sus clanes, la nueva confederación del Gobi.

Lanzaba su poderosa figura sobre las regiones áridas y en los mismos pies de la gente del khan Toghrul hacía flotar su sombra. Entre él y Toghrul existía una paz voluble y frecuente intercambio de afectuosas cartas y obsequios. Pero Toghrul conocía a su enemigo. Los dos pueblos se miraban de frente a través de vastos espacios, como dos ejércitos listos para el combate.

Toghrul convocó a todos sus hijos y también a su favorito, Taliph. Los miró atentamente frunciendo sus arrugados labios y los ojos hundidos.

-¿Qué haremos con Temujin, ese perro mongol de ojos verdes? -preguntó.

-¡Declararle la guerra y destruirlo de una vez! -exclamó uno de sus hijos.

-¡Ordena su inmediata obediencia y subordinación! -dijo otro.

Los otros lanzaron exclamaciones vehementes y desdeñosas.

-¿Quién es ese vil analfabeto que de repente se ha convertido en una amenaza?

Taliph sonrió con sarcasmo. Dijo:

-Le hemos permitido hacerse demasiado fuerte porque los comerciantes y los mercaderes apreciaban sus ganancias. Lo hemos envalentonado, admirándolo en voz alta, lo hemos hecho rico y dejado hacer su voluntad. Ahora el perro que nos servía se ha hecho un lobo y está mostrando los dientes. La culpa es nuestra.

Toghrul se volvió hacia él. Sólo aceptaba consejos de Taliph.

-¿Qué haremos? -preguntó.

Taliph reflexionó.

-Declararle la guerra ahora sería muy malo. Pero debemos demostrarle inmediatamente que ha ido demasiado lejos. Una suave amenaza, quizá.

Toghrul arrugó la nariz.

-¡Amenazas! ¿Lo has olvidado, Taliph? Las amenazas son acicates para tales animales.

Taliph extendió las manos con elegancia.

-Entonces mímalo. Envía emisarios secretos a sus clanes. Busca la cooperación de sus nokud. Llevará su tiempo, pero la traición es mejor que la guerra abierta, que podría... -hizo una pausa significativa- no beneficiarnos en nada.

-Los merkitas lo odian, aunque él ha absorbido mucha de su gente -dijo el khan-. Los naimanes también lo odian, aunque les ha absorbido mucho a ellos también. Los taigutos se regocijarían con una oportunidad de traicionarlo. Los tártaros no lo estiman. Bien, envíales emisarios.

-Yo iré personalmente a ver a los más inteligentes khanes. Envía a mis hermanos a los menores. No será fácil, pero es la mejor forma. Sembraremos descontento, antipatía y sospecha entre los clanes. De esta forma lo desintegraremos, destruyendo la unidad que ha construido. Y cuando eso ocurra, él será un fugitivo impotente.

-¡Cómo me regocijaría verlo encadenado! -exclamó el anciano-. Es un asunto peligroso y difícil, y requerirá toda nuestra habilidad y sutileza. ¡Qué tontos fuimos! Le pagamos para que nos protegiera y ahora debemos protegernos de él. Tienes razón, Taliph. Seguiré tu consejo. -Pero otro pensamiento lo inquietó-: Entre nuestra propia gente hay quienes lo admiran y lo estiman. A mi muerte, la herencia de mis hijos será atacada a menos que él sea sometido. ¡Debemos proceder! Ese perro debe morir.

-Al este del lago Baikal la gente se está armando ya contra su confederación del oeste -dijo Taliph-. ¡Envíales mensajeros enseguida! Ellos se nos unirán. Siempre han sido nuestros enemigos, pero ahora puede interesarles ser nuestros aliados. ¡Cuanto más pienso en ello, más fácil me parece! ¡Temo que hemos conferido demasiada importancia a nuestro hermano mongol!

Y así, Toghrul siguió el consejo de su hijo. Los emisarios cabalgaron secretamente entre los merkitas, los tártaros, los naimanes y los taigutos, aún no conquistados para Temujin. Encontraron a éstos muy fáciles de convencer. Pero la tarea no era tan sencilla entre los clanes de la confederación, fervientemente leales a Temujin. De hecho, los emisarios tenían que ser sumamente cuidadosos, proclamando en voz alta la lealtad y adhesión a Temujin, declarando que sólo iban como visitantes para ver lo que había hecho.

Sin embargo, entre muchos clanes, conseguían mostrar desconfianza, dudas e inquietud.

Los pueblos al este del lago Baikal estaban demasiado ansiosos y fue fácil asegurarlos como aliados. El khan Toghrul encomendó a Taliph los naimanes, el más civilizado pueblo del Gobi.

Taliph fue bien informado acerca de Jamuga Sechen por los espías. Y Jamuga fue uno de los primeros khanes que visitó.