Capítulo 23
KURELEN dijo fríamente y con disgusto:
-Sólo un hombre excesivamente orgulloso mata a un muchacho indefenso.
Temujin respondió con tranquilidad:
-Si hubiera sido alguien indefenso, no lo habría matado.
Kurelen permaneció un momento en silencio, reconociendo para sí que su sobrino decía la verdad. Luego dijo:
-Podías haberlo desposado con una muchacha de otra tribu y haberlo alejado de esa manera.
Temujin sonrió ceñudo:
-Eso habría llevado su tiempo. No tengo tiempo que perder.
Entonces Kurelen lo miró con ceño. Se dijo para sí: «Eso también es verdad». Sin embargo fue alcanzado por un temor raro en él. Siempre había alardeado de tener una enorme influencia sobre Temujin y de que en cualquier cosa de importancia su sobrino lo consultaría a su manera tortuosa. Pero Temujin no lo había consultado. Por tanto, él, Kurelen, había perdido su influencia. Y eso significaba que no conocía a Temujin en absoluto. La vanidad de Kurelen se vio resentida. El intérprete de los hombres no era tal intérprete. No sabía más que el más simplón. Pensó: «Me he equivocado. No hay balanza para medir y pesar todos los hombres. Cada hombre es una ley y un ser dentro de sí mismo. El que dice que comprende a los hombres no tiene comprensión y es sólo un tonto engreído. Los intentos de comprensión se resuelven sólo en confusión y fracaso».
Kurelen había creído por mucho tiempo que Temujin albergaba una extraña y terrible fuerza. Ahora lo comprobaba. Siempre le habían aterrado las tremendas fuerzas que parecían terroríficas y sin razón, una especie de cataclismo de la naturaleza que los hombres debían soportar impotentes y horrorizados. Con todo, mientras contemplaba a Temujin ahora, sabía que esta fuerza suya no era sinrazón ni cataclismo estúpido. Era aún más terrible, porque era deliberada y con raciocinio. Él no era meramente cruel por naturaleza. Era cruel con intención. Y ésa era la más aterradora violencia.
Cojeando y un tanto incoherente, dijo:
-Vete. No soporto tu presencia. -Pero sabía que era su propia futileza, su propia vanidad quebrantada, lo que quería ocultar. Pensó amargamente: «No sé nada en absoluto».
Al enterarse esa noche de la detestable hazaña de Temujin, Houlun se envolvió en una capa y, con la capucha en la cabeza, se dirigió a la tienda de la madre de Bektor. La pobre mujer estaba agobiada y ya no le quedaban lágrimas. Cuando vio a Houlun, sólo pudo mirarla con sus brillantes ojos secos. Houlun se arrodilló delante de ella y besó sus pies llorando.
Exclamó:
-¡Perdóname por haber dado vida a un asesino!
La mujer keraíta era analfabeta y bastante estúpida. Empero, con una simplicidad más profunda que la inteligencia, levantó a Houlun y la abrazó.
-Tú tienes más profunda razón de duelo que yo -dijo-. Permíteme que te consuele.
La enemistad entre las dos mujeres fue lavada con sus lágrimas.
Aun en la muerte, esta pobre mujer retenía a su hijo. Pero Houlun sabía que ya no tenía a Temujin. Sabía que nunca más lo amaría completamente, porque no podría confiar en él.
Entre ellos este crimen se erguiría como una sombra siniestra. Y de repente, con una repugnante certeza, pensó en su hija política y la odió con toda su alma.
Fue a ver a Temujin, que estaba sentado solo en su tienda con Kasar. El miedo, la pena y la desesperación desfiguraban su semblante y hacían su expresión salvaje, llenándole los ojos de fuego. El cabello, como imitando el desorden de su estado de ánimo, estaba desgreñado. Su pecho se elevaba con angustiosa respiración. Ella contempló a los dos jóvenes con furia, pero habló sólo a Temujin, que se levantó con mirada oscura, inescrutable y fría como el hielo.
-¡Cobarde y monstruo! -exclamó Houlun-. ¡El hombre que levanta la mano contra su hermano es execrable! ¡Cuídate de ti! ¡Vigila tu sombra, no sea que se levante y te aplaste! ¡Vigila tu corazón, porque el corazón de nadie más palpitará confiadamente por ti! ¡Vigila un látigo, porque el látigo de ningún otro hombre se levantará en tu defensa! ¡Afila tu espada, porque sólo tienes ésa para protegerte! ¡Llama al chamán y dispón guardia ante tu tienda, porque los espíritus exigirán venganza sobre ti!
Temujin escuchaba en silencio, pero sonrió levemente cuando su madre terminó. Por alguna razón esta leve sonrisa la afligió más que su crimen, llenándola de mayor pavor.
Temujin dijo con voz tranquila:
-Vete a tu tienda, madre, y tranquilízate. Tus palabras son extravagantes. Yo hago sólo las cosas que debo hacer y no había enojo en mí contra Bektor. Pero tú eres sólo una mujer y no puedes comprender. Vete.
Confundida, ella se fue con los labios fríos y los ojos ciegos. Más tarde, cuando la mujer keraíta fue a su tienda, se echó en los brazos de ella y lloró convulsivamente.
Temujin se sentó con Kasar, cuyo semblante estaba pálido pero resuelto. Esperó. Entonces, uno por uno, sus amigos llegaron como él sabía que harían. El primero, Subodai. Los hermosos ojos del joven estaban brillantes pero su expresión era de calma. Miró a Temujin en silencio largo rato. Luego se arrodilló ante él y levantó la mano colocándola sobre su cabeza.
Habló con su armoniosa voz:
-Siempre te protegeré de tus enemigos. Seré tu espada. Seré la tienda que te proteja del viento. Hasta el fin de mi vida, lo seré por ti.
Temujin se emocionó, porque sabía que esta lealtad no era ciega, sino la más grande de todas.
Luego llegó Chepe Noyon, pálido pero sonriente. Era evidente que había ensayado lo que diría a Temujin. Pero una vez en la tienda, frente al hombre cuyas manos estaban aún manchadas con la sangre de su hermano, no pudo hablar de inmediato, apenas esbozar su falsa y aparatosa sonrisa. De repente la sonrisa desapareció de su rostro y una intensa y grave severidad la reemplazó, una extraña mirada para el ufano aventurero. Se arrodilló ante Temujin mirándolo directamente a los ojos.
-Tú eres mi khan -dijo, y su labio superior se alzó como si las palabras le resultaran dolorosas.
Temujin pensó: «Me será aún fiel porque lo he convencido de que no me detendré ante nada». Trató de sonreír y tocó levemente el hombro de Noyon.
-Y tú eres Chepe Noyon, mi paladín -dijo. Sabía que solamente el leve toque, la leve sonrisa, eran la aproximación con Chepe Noyon.
Y entonces llegó Belgutei. Los otros se sorprendieron, pero Temujin no. Extendió su mano a Belgutei y dijo:
-¡Mi hermano! Siéntate a mi lado.
Belgutei, con una suave expresión que nadie pudo descifrar y a pesar del débil enrojecimiento de sus párpados, se sentó a la izquierda de Temujin. Él, tanto como Chepe Noyon, reconoció la perfección de las palabras y gestos de Temujin. Algo menos de penetración hubiera hecho un enemigo mortal de Belgutei. Pero ahora sabía, más allá de toda duda, que valía la pena ser fiel a Temujin.
Todos continuaron esperando en silencio. Cada uno de ellos sabía por qué esperaba. Esperaban a Jamuga, el hermano juramentado de Temujin. A medida que el tiempo pasaba y Jamuga Sechen no llegaba, la simplicidad de Kasar centelleaba de enojo. ¿Cómo se atrevía el amigo de su hermano a agraviarlo de esta forma? Miraba a Temujin con las aletas de la nariz distendidas y los ojos atentos, pero la expresión de Temujin era tranquila. Ninguno sabía la perturbación que acongojaba su corazón. Pensaba: «Si Jamuga no viene antes del amanecer, sabré que ha violado nuestra fraternidad». Esta convicción lo entristecía en vez de encolerizarlo. Si Jamuga no iba, él sufriría su más grande pérdida. La tristeza se hacía cada vez más pesada en él, como plomo. No podía soportar la idea de perder el cariño y la amistad de Jamuga. Todo el poder de su naturaleza estaba concentrado en un grito sin palabras de que Jamuga acudiese, aunque sólo fuera para reprocharlo. No le interesaba ya el perdón de Jamuga. No quería su comprensión. Sólo deseaba su presencia física.
El amanecer corría ya en un pálido y rasgado fuego a lo largo del horizonte oriental, cuando Jamuga llegó por fin. Lo hizo tan silenciosamente que nadie se dio cuenta de su presencia hasta que se paró en medio de ellos.
Temujin fue el primero en verlo. Cuando levantó la vista y lo vio inmóvil ante él, su corazón dio un brinco. Y entonces vio que Jamuga estaba más blanco que un cadáver y que tenía la apariencia de haber estado sufriendo insoportablemente. Los labios de Temujin se movieron varias veces antes de poder articular palabra; en los ojos secos y resueltos de Jamuga había algo que lo avergonzaba.
-Jamuga, yo no tenía enemistad contra Bektor -dijo por fin.
Jamuga continuó mirándolo inmóvil. Luego, con voz débil, preguntó:
-Temujin, ¿intentaste tú envenenar a Bektor hace una o dos noches?
Temujin lo miró con asombro.
-¿Envenenar a Bektor? ¿Estás loco, Jamuga?
Se detuvo, porque Jamuga rompió repentinamente a llorar. Temujin vio sorprendido cómo se arrodillaba ante él y lo miraba con los ojos anegados en lágrimas.
Dijo simplemente:
-Tú eres mi hermano juramentado. -Luego ocupó su lugar, a la derecha de Temujin.
De nuevo todos esperaron en silencio. Aún faltaba el chamán.
Al principio Temujin había pensado en ir él mismo a ver a Kokchu, pero una rápida reflexión le señaló el peligro. Si él iba a verlo, Kokchu sería al final el victorioso.
El alba brillaba en el cielo cuando Temujin dijo a Chepe Noyon:
-Ve al chamán y dile que venga a verme.