Epílogo

—De verdad aprecio que me acompañéis. —Ellie sonrió con agradecimiento al poner una bandeja con bebidas y snacks entre todas las cajas—. Adam no soporta el desorden ni los espacios caóticos, así que le prometí que ordenaría y dejaría lista la casa antes de que nos mudáramos.

Yo estaba de pie con un adorno envuelto en papel de periódico en la mano, mientras Joss y Jo hurgaban en cajas.

—Puedes dejar de darnos las gracias —la tranquilicé—. Estamos contentas de ayudar. Tu plato de la balanza pesaba mucho. Casa nueva. Trabajo nuevo. Planes de boda. —Torcí el gesto y dejé el adorno para coger una copa—. ¿Te he dicho últimamente que estás loca?

Habían pasado unas semanas desde nuestra salida nocturna con el grupo, y Ellie y Adam al fin tenían las llaves de su casa nueva en Scotland Street. Además de la tensión de la mudanza, estaban avanzando en sus planes de boda. Solo faltaban nueve meses para el enlace.

Ellie rio.

—Bueno, pensaba que podría contar con la ayuda de cierta persona, pero resulta que se fue y la dejó preñada mi hermano mayor sobreprotector, quien, podría añadir, apenas la deja salir de casa para que me ayude a vaciar cajas.

Joss la miró.

—Sí. Me he quedado preñada a propósito para no tener que ayudarte levantando peso o eligiendo ramos.

—Hablando de levantar peso —dijo Jo—, ¿dónde está Cole?

Miré hacia la parte delantera de la casa.

—Creo que ha salido. ¿Quieres que lo traiga?

—Sí —dijo ella con un suspiro—, sobórnalo con comida si hace falta.

—No has de obligarlo a ayudar. —Ellie sonrió con compasión hacia el adolescente.

—¿Por qué? —Hannah apareció de repente en el umbral, con los brazos en torno a una caja—. Me has hecho ayudar. Si yo no puedo librarme, Cole tampoco.

—Iré a buscarlo —susurré mientras me abría paso por la enorme sala de estar hacia el amplio pasillo.

Las dos hojas de la puerta estaban abiertas contra la pared para darnos un mejor acceso a la casa, y al acercarme a ellas oí la voz de Cole, seguida por una voz femenina más suave. Caminé más despacio y me acerqué en silencio a la entrada.

Mis pupilas se ensancharon al ver a Cole de pie en el primer escalón de la entrada junto a una pelirroja bajita. No es que la visión de él hablando con una chica fuera sorprendente; se trataba de su lenguaje corporal. Se inclinó sobre ella, casi de forma protectora, y la forma en que estaba sonriendo en la cara de la muchacha…

Ella rio por lo que Cole estaba murmurándole y me mordí el labio al ver la expresión brillante que apareció en los ojos de él.

Continuaron hablando en voces susurradas de manera íntima, y decidí que definitivamente no iba a molestarlos. Con pasos silenciosos, volví al salón.

Jo levantó la mirada de su caja de embalaje.

—¿Dónde está?

Sonreí.

—Está flirteando con un guapa pelirroja. No pienso interrumpir eso.

Sus cejas llegaron al nacimiento del pelo.

—¿En serio?

—En serio. Y, por como van las cosas, yo en tu lugar esperaría que una chica empiece a visitar tu apartamento.

Hannah rio.

—Genial. Ahora tengo munición.

Ellie le dio un empujoncito.

—Sé amable.

—¿Por qué? Él siempre se ha burlado de mí. Ahora por fin tengo algo con lo que torturarlo.

Negamos con la cabeza y seguimos desembalando.

Veinte minutos después, Cole entró, con un ceño oscuro estropeando su bonita cara. La preocupación arrugó la frente de Jo.

—Eh, niño, ¿estás bien?

Cole refunfuñó y se acercó a una caja.

Compartí una mirada con su hermana antes de reunir el valor para preguntar.

—¿Qué ha pasado con la chica? La pelirroja.

Cole se movió como si le hubiera disparado. Sin mirarme, murmuró.

—Tenía que irse.

—Bueno, ¿al menos te ha dado el número?

Levantó la cabeza y sus ojos verdes quemaron los míos con furia.

—¿Tú qué crees?

Y, dicho eso, se largó, sin hacer caso de los gritos de Jo, que le pedía que se disculpara por su grosería.

—Déjalo. —Negué con la cabeza—. Déjalo estar.

Antes de que Jo pudiera responder, sonó mi móvil y ver la cara de Nate en la pantalla aligeró mi humor.

—He de contestar. —Me dirigí hacia la cocina vacía mientras respondía—. Hola, Nate.

—Hola. —Su voz grave y cálida me calmó—. ¿Has terminado en casa de Ellie?

—Por desgracia, no. Estaré unas horas más.

—Bueno. Cam y yo saldremos un rato, pues.

—Mira, estaría bien que pasaras por la casa y recogieras a Cole.

Nate resopló.

—¿Está aburrido?

—Inquieto. Creo que ha pasado algo. Con una chica. Así que obviamente no quiere hablar con nosotras de eso.

—Ahora iremos.

Mi estómago se fundió.

—Vas a echar un buen polvo esta noche.

Rio con suavidad.

—¿No echo un polvo cada noche?

—Sí, pero esta noche haré todo lo que quieras.

—¿Todo? —gruñó.

—Absolutamente todo.

—Recuérdame que sea un buen chico más a menudo si esa es la recompensa.

Sonreí de forma un poco tonta y me apoyé en la pared, con mi cuerpo maleable del todo solo de pensar en él.

—Vale, pero no seas demasiado bueno. Me gusta cuando eres malo.

—¿De verdad la gente habla así? —La voz de Hannah me devolvió a la realidad, y salté de la pared para verla mostrándome una amplia sonrisa de provocación.

Se me subieron los colores y oí a Nate riendo en el otro lado de la línea.

—No es gracioso —le solté.

—Oh, desde luego que es divertido —dijo con una sonrisa—. Te veo pronto.

Colgamos y miré a Hannah.

—Podrías haberme avisado de que estabas ahí.

Sus ojos centellearon sin piedad.

—Podría, pero entonces no habría oído vuestra deliciosa conversación.

La miré entrecerrando los ojos mientras me ponía en marcha y pasaba a su lado.

—Un día, Hannah Nichols, vas a encontrar a un chico que te ponga tanto que termines haciendo y diciendo cosas que nunca habrías imaginado, y entonces, ¿quién se reirá?

La bonita sonrisa de Hannah se ensanchó.

—Con suerte todos nos reiremos.

—Tienes una buena respuesta para todo, ¿no?

—Me gusta pensar eso.

Riendo, puse mi brazo sobre sus hombros y la atraje hacia mí.

—Vamos, tenemos una casa que ordenar.

* * *

Dieciocho meses después

Miré la puerta del cuarto de baño, pensando en lo que había dejado allí.

Vale.

Tenía que decírselo a Nate.

Al cabo de un momento, suspiré profundamente. Lo miré a él, a la película que él estaba viendo, otra vez a él.

Allá va.

—¿Qué estás viendo?

¡Era una cobarde!

Nate me miró.

—La misma peli que llevo viendo hace media hora. ¿Estás bien?

«Díselo».

Me encogí de hombros.

—Estoy reventada. Lo siento.

Nate pareció aceptar mis excusas y se volvió hacia la peli. Nos sentamos a verla en silencio cordial. Bueno, él miraba. Yo me cocinaba por dentro.

Hacía poco más de un año, Nate había renunciado a su apartamento en Marchmont para trasladarse a mi pequeño apartamento en Jamaica Lane. Ese día, después de que me enseñara el tatuaje que le había pedido a Cole que le dibujara, lo habíamos superado todo juntos. Mi padre, Jo, Cam y los padres de Nate se alegraron particularmente por nosotros. Llegaría hasta el extremo de decir que Nathan y Sylvie me estaban agradecidos. Pero no eran ellos los que deberían estarlo.

Aunque no era perfecto —pero ¿quién lo es?—, Nate se había esforzado al máximo para asegurarme que estaba completa y profundamente enamorado de mí. No tenía que intentarlo tanto. Cuando dije que el tatuaje y lo que había dicho bastaban, hablaba en serio. A partir de ese momento, las cosas entre nosotros volvieron a su patrón habitual y hermoso. Eso incluía que Nate pasara mucho tiempo en mi apartamento. Creo que si los dos no hubiéramos estado asustados de presionar demasiado al otro, Nate se habría mudado conmigo enseguida, pero no abordamos el tema hasta que llevábamos seis meses de relación.

Ese paso no solo nos hizo felices a nosotros; hizo extraordinariamente felices a nuestros padres. Por mi insistencia —y también por el susto del ataque al corazón—, Nate y yo visitábamos a sus padres en Longniddry tanto como nos era posible. Íbamos al menos una vez al mes para pasar la noche con ellos. Nathan y Sylvie pensaban que yo había caído del cielo. En cuanto a mi padre, bueno, él siempre sería sobreprotector, pero se había calmado desde que Nate había ido a vivir conmigo, sobre todo porque Nate había dejado claro que sentía que a partir de ese momento su trabajo era ser sobreprotector conmigo. Y vaya si hacía bien el trabajo.

Ni siquiera iba a simular que me molestaba.

Yo era una mujer independiente, capaz y fuerte…, pero, Dios, me encantaba que Nate se pusiera todo protector y posesivo, porque eso solía ir seguido de una sesión de sexo.

Sesiones de sexo… que nos habían conducido a la situación presente…

Estaba mirando sin pensar su atractivo perfil, con la luz de la pantalla destellando sobre sus facciones mientras él miraba una fuga de prisión.

—¿Qué preferirías —preguntó de repente—, vivir en una prisión de máxima seguridad o en Parque Jurásico?

Incliné la cabeza a un lado y sopesé su pregunta.

—¿Tengo una posición social en esa prisión?

—No, eres un tipo medio.

Suspiré de manera histriónica, como si me pesara la decisión.

—Entonces supongo que me quedaría con Parque Jurásico.

Nate sonrió a la tele.

—¿Por qué?

—Bueno, tendría aire fresco de forma constante, para empezar, y también, si he de ser la presa de alguien, prefiero ser la presa de un animal que actúa siguiendo su instinto que víctima de la psicopatía.

La risa de Nate llenó nuestro apartamento y mi pecho con su sonoridad cálida.

—Buena respuesta, nena. Como siempre.

—¿Tú?

Se encogió de hombros con naturalidad.

—Si tú estás en Parque Jurásico, yo estoy en Parque Jurásico.

Había momentos, como ese, en que lo que sentía por él me abrumaba por completo.

—Te quiero tanto… Lo sabes, ¿verdad?

Giró su cabeza en el sofá, con expresión adorable.

—Yo también te quiero, nena.

Nos sonreímos el uno al otro y nos volvimos hacia la peli.

El momento de satisfacción perfecto lo rompió la burla silenciosa del objeto en el cuarto de baño.

Tragué con fuerza.

—Bueno… ¿qué preferirías? ¿Un piso de dos habitaciones en New Town o uno de tres en una zona menos céntrica?

Los ojos de Nate se encendieron confusos ante mi pregunta inesperada

—¿Por qué hemos de elegir? Nos encanta este sitio.

Mi corazón empezó a latir con fuerza, bum, bum, bum en mi pecho, y podría jurar que él iba a ver mi pulso palpitando en el cuello.

—Vale. —Tomé una respiración temblorosa—. Seré más clara. ¿Qué preferirías… un niño… o una niña?

Todo su cuerpo se bloqueó. Congelado.

—¿Nate?

Poco a poco, se volvió hacia mí, con los ojos enormes planteando la pregunta en silencio.

Me mordí el labio y asentí.

Tras mi confirmación, la sonrisa más preciosa estalló en el rostro de Nate.

El alivio y la excitación me inundaron. No sabía por qué había estado tan preocupada. Él había dejado claro en el pasado que era eso lo que quería para nosotros.

Repté por el sofá hasta quedar a horcajadas sobre él. Sus ojos oscuros y anonadados perforaron los míos al tiempo que me envolvía con sus brazos.

—¿Estás embarazada?

Bajé la cabeza y susurré en sus labios:

—Felicidades, papá.

Su latigazo de risa llenó nuestro apartamento y mis risitas de alivio se mezclaron con ella mientras él me abrazaba con fuerza y me levantaba con él del sofá para encaminarse con pasos rápidos y decididos al dormitorio. Normalmente, cuando Nate estaba con ganas de celebración, me lanzaba a la cama y me seguía, pero ese día reí para mis adentros cuando me depositó con cuidado en ella como si fuera frágil.

Le sonreí en el rostro y le pregunté en voz baja:

—¿Te estás poniendo delicado conmigo?

—Tienes a nuestro hijo dentro. Ahora tengo que vigilar lo que hago.

—Espero que no lo hagas cuando se trata de sexo. —Me estiré hacia los botones de sus tejanos.

Nate se quedó quieto, con las manos a ambos lados de mi cabeza.

Mi corazón se detuvo ante la repentina seriedad de su expresión.

—¿Qué pasa?

—Tenía un plan —me contó, con voz grave—. Iba a esperar hasta nuestro segundo aniversario para invitarte a Arizona a visitar a tus viejos amigos y la tumba de tu madre. Tú le hablarías de nosotros y después yo te pediría la mano.

Un dolor hermoso se instaló en mi pecho.

—Nate…

—Pero con el bebé… ¿quizá deberíamos comprometernos ahora?

Sonreí. Una sonrisa enorme.

—Vale.

Su frente se aclaró.

—¿Vale es «sí»?

Reí.

—Sí.

Y entonces frunció el ceño otra vez.

—Mierda. No ha sido la forma más hermosa de declararse.

Suavicé su ceño con las yemas de mis dedos.

—A mí me ha parecido romántico —le prometí.

Me sonrió y presionó con la mano en mi estómago.

—No es aquí donde esperaba estar.

—Yo tampoco —susurré.

—Pero estoy muy contento de que alguien ahí fuera estuviera pensando que es donde merezco estar.

Le pasé los dedos por el pelo y tiré suavemente de su cabeza hacia abajo, para acercar sus labios a los míos.

—Por nuestro «después», cariño.

Nate presionó su boca con fuerza contra la mía y extendió sus brazos en torno a mí, apretándome contra él para mostrarme su aceptación absoluta.