7
«Un pelo precioso, ojos asombrosos, piel fabulosa, una sonrisa que tumba, tetas fantásticas, culo bonito y piernas largas y sexis. Follable. Muy, muy follable».
La voz de Nate continuaba resonando en mi cabeza en los momentos de silencio. No había dejado de hacerlo desde el lunes. Cada vez que recordaba sus cumplidos me ruborizaba de placer, sonriendo como una mema, y luego sobreanalizaba si lo había dicho en serio o no. Eso era algo que estoy segura que le habría cabreado saber. No podía evitarlo. La seguridad que sentía respecto a mi aspecto físico no iba a crecer de la noche a la mañana solo porque el guapísimo Nate Sawyer hubiese dicho que me encontraba atractiva.
Vale, tampoco estaba mintiendo cuando le dije que ayudaba.
Ayudaba sin duda.
O al menos me puso de buen humor durante los días siguientes.
—¿Has oído que Jude y Mari de Colecciones Especiales van a casarse? —me preguntó Ronan, uno de mis colegas, cuando estábamos sentados comiendo juntos en la sala de personal.
Pensé en esa bruja de Mari y repuse con sequedad:
—Qué bien.
—Mira que eres rencorosa —se burló él, masticando su sándwich mientras enviaba un mensaje de texto a su mujer.
Sabía que estaba mandando un mensaje de texto a su mujer porque los dos eran adictos a enviarse mensajitos a lo largo de la jornada laboral. Llevaban cinco años de matrimonio y todavía actuaban como recién casados.
Mis labios se separaron con indignación.
—Fue horrible conmigo.
Colecciones Especiales estaba en el sexto piso de la biblioteca y solo podía accederse mediante cita. La sección la dirigía el equipo de libros raros: Jude, Mari y un pequeño grupo de colegas, formados para tratar con libros antiguos y singulares. Cuando empecé a trabajar en la biblioteca, pedí a Mari que me enseñara la sección. Enseguida me dijeron que el personal ordinario no estaba autorizado a acceder a ella a menos que tuviera cita, y la cita tenía que ser por una razón legítima.
—Esto no es una biblioteca de pueblo, señorita Holloway —se había burlado por encima de las gafas—. Y, aunque lo fuera, ¿qué encuentra de interés una provinciana como usted en Colecciones Especiales?
Ronan gruñó cuando le recordé lo que me había dicho Mari.
—Has de darle puntos por meter la palabra «provinciana» en la frase.
—Oh, sabes que quiere decir «norteamericana». Elitista…
—¿Elitista… qué?
—Nada —murmuré mientras hundía otra vez la cabeza en mi lector de libros electrónicos—. Mi madre siempre decía que, si no puedes decir algo bonito, no digas nada.
—Mi madre siempre decía que, si no puedes decir algo bonito, di algo memorable.
Reí.
—Podría robar eso.
La puerta de la sala de personal se abrió y entró nuestra colega Wendy. Sonreía de oreja a oreja.
—Acaban de pedirme una cita. Este lugar es magnífico para mi autoestima. No puedo creer que no se me hubiera ocurrido venir antes. —Se encogió de hombros al coger un vaso de plástico del dispensador de agua—. Por supuesto, el hecho de que sea la tercera vez que me lo pide una mujer es un poco desconcertante.
Lancé una mirada rápida a Ronan y lo vi debatiéndose por no reír, lo cual por supuesto desató mi carcajada. Una vez que perdí el control, se empezó a reír él también. Wendy era una mujer casada de treinta y tres años y madre de dos hijos. Era atractiva, amistosa, divertida y simplemente bonita. Y parecía tener mucho tirón con las damas.
Nos observó reír con una sonrisa bondadosa en el rostro.
—¿Qué? ¿Creéis que estoy haciendo algo para alentarlo?
Negué con la cabeza.
—No lo sé. Solo tómatelo como el cumplido que es.
—Tú deberías saberlo —se me burló Ronan—. Siempre van a por ti.
Mis cejas se juntaron.
—Chicos apenas salidos de la adolescencia que se tirarían cualquier cosa que tenga tetas y vagina.
—¿Ahora usamos la palabra «vagina» en el trabajo? —La voz de Angus hizo que desviara la atención de Ronan.
Mi jefe estaba apoyado en el umbral, mirándonos con tranquila diversión.
Sonreí con timidez.
—Estamos hablando de revistas médicas.
Angus no hizo caso de eso y caminó hacia la mesa de café.
—Conocí a Michael aquí, ¿sabes? —confesó de repente, lo cual nos reveló que había estado junto a la puerta durante un rato y sabía con exactitud de qué habíamos estado hablando—. Confraternizar con los estudiantes no es algo que se aliente, pero yo tenía veintitrés años y él era un alumno de posgrado de veinticinco. —Me sonrió por encima del hombro—. A veces, cuando haces clic simplemente haces clic, no puedes evitar con quién es. ¿Nunca te ha pasado eso con nadie, Liv? ¿Con un estudiante, quizá?
El pulso me latió en el cuello ante su pregunta incisiva. Oh, Dios mío… ¿Angus sabía que estaba colgada de Benjamin? Negué con la cabeza con rapidez.
—No.
—Hum. —Me sonrió y se apoyó en el mostrador—. Bueno, me he fijado en un estudiante de posgrado o dos mirándote… en la sección de Reservas.
¿Estaba diciendo que había visto a Benjamin mirándome?
—¿En serio? —chillé.
—Liv —repuso Angus riendo—, eres probablemente la mujer menos consciente de estas cosas que he conocido en mi vida.
—¿Mirándome? —pregunté buscando una aclaración.
—Sí, a ti. —Torció el gesto—. ¿Por qué preguntas eso como si fuera imposible?
—Hum… —Vaya. No quería que mis colegas supieran de mis problemas de autoestima.
Angus me lanzó una mirada que sugería que pensaba que estaba más que un poco loca (me lanzaba mucho esa mirada), cogió su café y se encaminó hacia la salida.
—Tratad de no usar la palabra «vagina» fuera de la sala de personal.
Ronan y Wendy rieron, pero yo apenas estaba escuchando, sumida en mis propios recuerdos.
«Si fueras solo una mujer en un bar, te elegiría entre todas las demás, te llevaría a casa y te follaría tan duro que no podrías caminar derecha por la mañana».
La deliciosa voz de Nate estaba resonando otra vez en mi cerebro, junto con los comentarios de Angus. Quizá Nate estaba siendo sincero al cien por cien conmigo. Era posible que hombres, hombres reales, no adolescentes y jovencitos de universidad, me encontraran atractiva, que pudiera parecerles bien estar con una mujer que tenía un poco de sobrepeso, curvas y culo.
Y aquí pensé que Sir Mix-A-Lot cantaban «Me gustan los culos grandes» solo porque tenía gracia.
—Ah.
—¿Qué? —Las cejas de Ronan se elevaron inquisitivas.
—Nada —murmuré—. Solo estoy teniendo una revelación capaz de cambiarme la vida.
—¿Quieres compartirla?
Negué con la cabeza con una sonrisa y me levanté.
—Mejor volver al trabajo. —Limpié lo que había ensuciado, enjuagué la taza y me dirigí hacia la puerta, cantando en voz alta sin darme cuenta.
Justo antes de que la puerta se cerrara tras de mí, oí que Ronan lanzaba un profundo suspiro.
—Genial, ahora tengo a Sir Mix-A-Lot metido en la cabeza.
* * *
Cuando Nate se apoyó en la encimera de la cocina con un refresco en la mano, me permití mirarlo de una forma en que no lo había mirado desde que había cimentado una estrecha amistad con él. Era jueves por la noche y él acababa de llegar para continuar con nuestras lecciones. Llevaba una camiseta lisa negra, tejanos negros, botas negras y un reloj deportivo. Tenía glamour sin ni siquiera intentarlo. Sabía que no le haría ninguna gracia saber que estaba pensando esa palabra, pero encajaba con Nate. En cualquier momento parecía listo para caminar por la alfombra roja o posar para los paparazzi. Cuando se había vestido con el terno para la boda de Joss y Braden estaba absolutamente guapísimo. Podía avergonzar a los actores de Hollywood.
Y Nate no solo era guapo por fuera. Debajo del galán había un tipo más leal que la mayoría, sencillo, compasivo y —afrontémoslo— generoso. Allí estaba, robando tiempo a su vida para ayudarme en una situación bastante embarazosa. Hasta el momento, se había esforzado al máximo para asegurarse de que la experiencia no resultara exasperante para mí. ¿Cuántos tipos eran así de amables y pacientes?
Era guapo con ganas, y solo entonces estaba comprendiendo que un hombre así de agraciado había dicho que me encontraba atractiva.
—Bueno, ¿algo se te ha quedado? —preguntó Nate con cautela después de tomar el primer sorbo de Coca-Cola.
—He estado cantando I Like Big Butts[1] durante las últimas veinticuatro horas.
Su risa llenó mi pequeño apartamento y me impactó en el vientre como no lo había hecho en mucho tiempo. Aplasté con terquedad esa sensación y continué.
—Para serte sincera, me ha convencido un poco. Al menos me ha puesto de buen humor y me ha hecho pensar que podría tener una percepción un tanto sesgada de mi aspecto físico. Aunque no me va a dar seguridad de la noche a la mañana. La idea de coquetear con Benjamin, de hacer algo con Benjamin, me pone tan nerviosa que me desespera.
Se encogió de hombros.
—Tienes que ser paciente. Llegaremos a eso. Solo quería saber si al menos estás pensando en lo que dije. No quiero que esto sea una pérdida total de mi tiempo.
Hice lo posible para no estremecerme por su comentario. Nate era franco. No censuraba sus palabras, y si estabas un poco sensible era fácil interpretarlo mal.
—No estás perdiendo el tiempo —le prometí.
La comisura de su labio se elevó y un hoyuelo asomó en su mejilla derecha.
—No, no estoy perdiendo el tiempo.
Traté de no quedarme prendada de ese hoyuelo y solté el aire de manera un poco temblorosa.
—Bueno, ¿ahora qué? —pregunté.
—Primero coquetear. Luego ropa.
Parpadeando con rapidez, intenté procesar las palabras de una manera que les diera sentido. No lo conseguí.
—Eh… ¿ropa?
Nate pasó su mirada por mi cuerpo de manera significativa.
—¿Tienes una falda? ¿Un vestido? ¿Algo con escote?
De repente, supe con exactitud de qué estaba hablando. No se trataba de que yo no tuviera estilo —al menos eso esperaba—, sino de que era un poco conservadora en mi elección de ropa. Aun así, seguro que tenía algo escotado…
Tardé mucho en pensar, porque Nate dijo con petulancia:
—Exacto.
—Mi ropa no está tan mal.
—No, no lo está. Pero la única vez que te he visto con un vestido fue con el traje de dama de honor que llevabas en la boda. Tampoco te he visto nunca con una falda corta.
Lo vi echar otro trago y mis ojos se quedaron prendados del movimiento de su poderoso cuello. Me encogí de hombros, distraída.
—Nunca he tenido seguridad mostrando mi piel.
—¿Por qué?
Mis ojos se alzaron para encontrar los suyos e hice una mueca.
—¿En serio tienes que preguntar eso?
Su respuesta fue un silencio exasperante. Y sí, el silencio podía resultar exasperante. Se concentró en torno a Nate mientras él esperaba mi respuesta con impaciencia.
—Vale, vale. —Me incliné sobre la encimera de la cocina mientras empujaba mi propio vaso de Coca-Cola fría—. Es por la posibilidad de que los hombres me miren, y, si me están mirando, me están juzgando.
Nate reflexionó un momento antes de responder.
—¿Te intimidaron de niña?
—Un poco. No de una manera que pudiera causar daño permanente. ¿Por qué?
—Solo estoy tratando de averiguar por qué tienes tanto miedo de ponerte en esa situación.
Puse los ojos en blanco.
—¿Ahora esto es una sesión de terapia?
—¿Hace falta?
—Nate —mi voz sonó severa, así que lo captó—, no hay ninguna historia dramática. Ojalá la hubiera. En serio. Me haría sentir menos idiota. Se burlaron de mí en la escuela como se burlan de la mayoría de los niños, pero no ocurrió nada importante. Mi madre siempre me hacía sentir especial, y cuando mi padre entró en mi vida se dejó la piel para asegurarse de que me sentía extraordinaria. —Sonreí a Nate, sintiendo que la emoción me ahogaba un poco—. Era tímida. Nada más. Y con el cáncer de mi madre, y mínimas oportunidades, el sexo y el amor pasaron de largo. A medida que me hacía mayor, más complejo tenía sobre eso, y supongo que he perdido toda la confianza que pudiera haber tenido en mi sexualidad. Eso es. Es todo lo que hay que saber.
Suspiró hondo y pasó una mano por su desordenado cabello oscuro.
—Perdona, Liv. Solo quería asegurarme de que no se me escapaba nada. De verdad quiero que superes esto. Quiero que veas lo buena que estás.
Le sonreí.
—No dejas de decir cosas dulces, y podría tener que ascenderte a mi mejor amigo principal.
Con una sonrisa, Nate rodeó la encimera de la cocina y se dirigió al sofá. Cuando se sentó dio un golpecito en el cojín.
—Ven, siéntate a mi lado.
Hice lo que me pedía, llena de curiosidad.
Su sonrisa esta vez era provocadora.
—Más cerca.
No quería acercarme más. Olía bien, algo de lo que yo siempre era más o menos consciente, pero en ese momento me daba perfecta cuenta de lo muy, muy consciente que era de su buen olor.
—¿Por qué? Pensaba que ibas a enseñarme a coquetear.
—Sí. Parte del coqueteo es el lenguaje corporal. Si te sientas a un metro de un hombre, va a asumir que, o te has tirado un pedo, o crees que se lo ha tirado él.
Reí y él continuó.
—Si estás interesada en un tío, empieza por acercarte. Bueno, no te le eches encima, por si acaso no está interesado.
Me sentí afligida y lo parecía probablemente. Pregunté, con los ojos como platos y cargada de pánico:
—¿Cómo sabré si no está interesado?
—Lo dejará claro.
—Pero yo no sé nada. ¿Y si no capto sus señales? —La señal reveladora de los labios de Nate retorciéndose me hizo gruñir de irritación—. No te atrevas a reír. Estoy hablando en serio.
—Vale. —Rio de todos modos, levantando las manos—. Cálmate. Te mostraré con claridad lo que quiero decir. Primero, te haré coquetear conmigo y yo reaccionaré. Tú dime si estoy interesado o no.
Mi pulso había empezado a acelerarse, y ya me sudaban las palmas de las manos ante la simple mención del flirteo.
—Sí, pero ¿cómo coqueteo?
Creo que percibió el temblor en mi voz, porque dejó de sonreír y me ofreció una sonrisa tranquilizadora.
—Nena, lo haremos más fácil. Siéntate cerca de mí. Empieza a hablarme de una manera que me diga que estás interesada en mí.
—Pero…
—Liv, solo hazlo.
Tomé aire y me acerqué más a Nate. Decidí que mi muslo casi tocando el suyo era un buen sitio para parar. Miré su expresión plácida y…
Me eché a reír.
Negando con la cabeza, Nate soltó un resoplido de diversión.
—Pase lo que pase, no le hagas eso a un chico.
Entonces empecé rápidamente a abanicarme la cara con la mano con la esperanza de que el aire frío me calmaría y acabaría con mi risa idiota.
—Lo siento —me disculpé mientras me tragaba más risitas—. Lo intentaré otra vez. —Me serené con otro par de inspiraciones profundas.
—¿Preparada?
—Sí —dije echando los hombros atrás.
—Adelante.
Me tomé un momento para construir la fantasía en mi cabeza. Ya no estaba a gusto con Nate en mi apartamento. Estaba en un bar con un tipo al que no había visto antes, y que se parecía muchísimo a Benjamin Livingston.
—Hola, soy Liv.
La mirada de Nate parpadeó veloz sobre mí antes de apartarse para mirar la sala.
—Nate.
Hum, eso parecía frío, pero Nate podría estar poniéndome a prueba.
—¿Es una abreviatura de Nathaniel? —«¿En serio? ¿No se te ha ocurrido nada mejor?»
Nate se limitó a asentir, sin mirarme.
—Eso significa que no estás interesado, ¿verdad? —Me estremecí, olvidando que era una lección y tomándomelo un poco demasiado personalmente.
Como si lo percibiera, Nate se burló.
—Te dije que te darías cuenta. Con los tíos es bastante fácil.
—Joder, eso sería bochornoso en la vida real.
Nate inclinó la cabeza hacia mí.
—Nena, si un tío te responde así, no vale una mierda. Te levantas y vas a buscar a otro que no sea un capullo integral.
Sonriendo con agradecimiento, pregunté:
—Vale. ¿Ahora qué?
Él sonrió a su vez, perverso y seductor.
—Ahora yo también voy a flirtear. Te daré algo en lo que rebotar, así que esta vez será más fácil.
—Eres una persona optimista.
Me dio un empujoncito con su rodilla mientras volvía a sonreír.
—Empieza otra vez.
Pensé que debería haber practicado cómo sonreír de manera seductora antes de que llegara Nate —tal vez hubiera algún vídeo sobre cómo hacerlo en YouTube—, y rápidamente intenté reunir esa clase de expresión en mis labios. Tuve la sensación de que me salió una sonrisa extraña, pero Nate siguió adelante.
—Hola, soy Liv.
La sonrisa que me dedicó casi me fundió en el sofá. A través de sus pestañas bajadas, los divinos ojos negros mágicos de Nate viajaron desde mis piernas hacia arriba, entreteniéndose más de unos segundos en mis pechos y luego emigrando hacia mi cara. Me miró a los ojos —parecía paralizado— y yo estaba convencida de que, si me echaba de espaldas en el sofá y me tomaba de manera salvaje, me encontraría increíblemente preparada para él.
—Hola, Liv. Soy Nate.
De alguna manera, a través del cosquilleo y la niebla sexual que había proyectado sobre mí, conseguí devolverle la sonrisa. Hice un gesto hacia su refresco y pregunté:
—¿Bebes solo esta noche?
—No, si te tomas una copa conmigo.
—Oh, eso ha estado bien.
—No salgas del personaje.
Enderecé la espalda, escarmentada.
—Perdón.
—No pidas perdón, solo continúa.
Pugnaba por encontrar una respuesta, y decidí que era demasiado intentar imaginar a Nate como Benjamin, de modo que lo dejé estar, recordándome a mí misma que no éramos más que Nate y yo. Estábamos juntos todo el tiempo. Me relajé un poco y dije:
—Tomaré una copa contigo si adivinas cuál es mi bebida favorita.
—Bien. Juguetona. —Sonrió otra vez y volvió al personaje—. Déjame pensar. —Sus ojos me examinaron—. Norteamericana. Informal. Despreocupada… Diría que una cerveza.
Negué con la cabeza, tratando de no sonreír, porque cerveza era lo que bebía en realidad. Pero eso era demasiado fácil para él.
—¿Whisky?
—No.
Me dijo con la mirada que sabía lo que estaba haciendo, pero preguntó con paciencia:
—Entonces, ¿qué?
—Ron con Coca-Cola —mentí.
—Supongo que mi talento para conocer a la gente no da la talla después de todo.
—No, creo que solo significa que no eres vidente. Por ejemplo… —Le sonreí ligeramente y me acerqué un poco, de manera que mi pierna quedó pegada a la suya. La colonia de Nate golpeó todos mis sentidos y mi corazón empezó a latir más deprisa cuando continué—: ¿Qué te está diciendo ahora tu talento para conocer a la gente?
Los ojos de Nate bajaron hasta el punto donde nuestras piernas estaban unidas, y de repente las palmas de mis manos estaban sudando otra vez. ¿Estaba empezando de manera demasiado agresiva? ¿Estaba todo mal?
Oh, mierda, nunca iba a ser buena en esto.
Cuando su mirada se levantó otra vez hacia la mía, me sorprendió por un momento ver cuánto deseo había en sus ojos. No obstante, recordé que solo estaba actuando cuando respondió:
—Que debería invitarte a un ron con Coca-Cola.
Me relajé y dejé que mis ojos brillaran al meterme yo también en el papel.
—Parece que tu talento para conocer a la gente sigue intacto.
La comisura derecha de su boca se elevó un tanto en una expresión divertida y sexi.
—No son mis únicos talentos, ¿sabes? Me han dicho que hago maravillas con las manos… y con otras partes de mi cuerpo.
La insinuación sexual descarada causó que un visible rubor se extendiera en mis mejillas. Nate gruñó en voz alta y se echó atrás en el sofá.
—Lo estabas haciendo muy bien.
Traté de enfriar mis mejillas con el poder de mi mente.
—Lo siento. Tan solo no esperaba que saltaras directamente al aspecto sexual.
—No lo entiendo. —Movió la cabeza para mirarme—. Vemos comedias groseras juntos, hacemos chistes sexuales, tú ríes, participas. Sin que te ruborices.
—Pero esos chistes no están dirigidos a mí —argumenté.
—Entonces, ¿hasta la idea de follarte a un tío te pone tímida?
—Uno, ¿no hemos hablado ya de eso? Y dos, no digas «follarte», Nate.
—Tengo que decir cosas sucias si hemos de conseguir que superes esto.
—Y no seas condescendiente. No soy puritana. Simplemente no me gusta el verbo «follar», prefiero «joder».
En cuanto lo dije, los ojos de Nate destellaron con humor. Podía ver las comisuras de su boca encaminándose hacia lo que sabía que era una sonrisa enorme.
—Ni se te… —Le di con un cojín cuando empezó a reírse de mí muy fuerte—. Deja de ser inmaduro.
Después de lo que me parecieron al menos cinco minutos de partirse el pecho por mi causa, Nate finalmente se recompuso y se secó las lágrimas de las comisuras de los ojos.
—Hemos de trabajar en hablar sucio —dijo, con voz todavía un poco ronca por toda la diversión a mi costa—. Algunos tipos son sutiles, pero otros te dirán lo que quieren hacerte.
«No me ruborizaré. No me ruborizaré».
—Como tú.
—No soy lo que se dice un tipo sutil.
—¿Y si no me gusta esa clase de lenguaje?
—Si no te gusta, no es la clase de tío para ti. Te escabulles sin más de la conversación y buscas a un tipo que sea sutil. —Nate se inclinó hacia mí, con ojos inquisitivos—. Pero ¿cómo sabes que no te gusta? Al fin y al cabo, es solo una estimulación.
«No me ruborizaré. No me ruborizaré».
«Maldita sea, me estoy ruborizando».
Nate me sonrió otra vez.
—Mira, quizá podríamos conseguir que no me ruborice con las insinuaciones antes de ver cómo me va con el lenguaje guarro.
Me contempló un momento.
—Vale. Tú misma.
Asentí de manera decidida y luego tan solo me quedé sentada allí.
Nate me miró levantando una ceja.
—¿Deberíamos volver a la parte donde has dicho que eras bueno con las manos?
Se estaba riendo de mí otra vez, pero esta vez solo con la mirada.
—Me parece un buen punto de partida.