1

Stirling, Escocia

Febrero

Cada vez que doblábamos una esquina el viento gélido nos azotaba, casi con despecho, como si se enfadara cuando un edificio nos protegía. Sus dedos como carámbanos pinchaban mis mejillas coloradas y yo me abrazaba a mí misma con más fuerza, encorvando los hombros y preparándome para las embestidas.

—Por quinta y última vez… ¿adónde nos llevas? —preguntó Joss mientras se pegaba aún más a su prometido, Braden.

Braden había abierto su abrigo de lana y había acurrucado a Joss en su interior. Le había pasado un brazo en torno a la cintura para mantenerla a su lado. Ella llevaba una chaqueta corta elegante sobre un vestido rojo que se le ajustaba como una segunda piel. Como todas nosotras, iba con tacones de aguja. De hecho, el único elemento que la protegía del invierno escocés era una bufanda.

Ellie y Jo se encontraban más o menos en las mismas condiciones, con vestidos, tacones y chaquetas ligeras. Yo solo iba un poquito más abrigada con unos pantalones de vestir negros, pero mi top de seda y un blazer de verano estilo esmoquin poco podían hacer para protegerme. No tan acostumbrada como mis amigas a caminar con tacones altos, avanzaba más despacio, a la cola del grupo, mientras Jo nos guiaba a nuestro destino misterioso.

—No está lejos —prometió, mirándonos por encima del hombro mientras encabezaba la marcha en la calle principal de la ciudad.

Cam, su novio, la ceñía con fuerza a su costado para proporcionarle el máximo calor posible, y detrás de ellos, Ellie, hermana de Braden, y el mejor amigo de esta, Adam, también se abrazaban para no congelarse. También estaban comprometidos. Muy recientemente, de hecho.

Yo, en cambio, no tenía ningún novio con el que protegerme del viento díscolo.

—¿No está lejos? —le comenté a Jo en tono jocoso. Desde mi llegada a Edimburgo hacía poco más de nueve meses, Jo y yo nos habíamos hecho como hermanas, así que sentía que podía burlarme de ella después de que nos hubiera sacado de Edimburgo sin muchas explicaciones. De ahí la penosa elección de ropa—. Has perdido el derecho a decir que «no está lejos» cuando has mandado a nuestros taxis a la estación de tren de Waverley.

La sonrisa de disculpa de Jo se convirtió de repente en una expresión de atención cuando nos detuvimos en un cruce.

—Vale, creo que hemos llegado.

—¿Estás segura? —pregunté al tiempo que mis dientes empezaban a castañetear.

—Eh… —Jo miró el cartel del otro lado de la calle y sacó su móvil—. Un segundo, chicos.

Mis amigos se apiñaron y yo retrocedí un poco mientras los observaba a todos. Me di cuenta de que, a pesar del frío que tenía, en realidad no me importaba. Me alegraba de estar allí sin más, todavía sorprendida por la estrecha amistad que había trabado con todos ellos. Me habían aceptado tan plenamente en sus vidas en parte por Jo, pero también por Nate, amigo de Cam y al que había adoptado como mi nuevo mejor amigo.

Recuerdo que Nate se volvió después de hablar con Adam y Ellie para dirigir su preciosa sonrisa directamente hacia mí.

Yo parpadeé, distraída por el arrebato de atracción que sentí. Había aprendido hasta tal punto a no hacer caso de ese sentimiento que en ese momento me pilló con la guardia baja. Ese era el problema de ser amiga de un tipo que te cautiva y resulta que es el tío más cañón que has conocido en la vida real.

Esa palpitación, esa andanada de sentimiento inesperado, me arrastró al día que conocí a Nate. Para ser sincera, me merecía una medalla por no hacer caso de la atracción que sentía por él.

* * *

Siete meses antes…

La madre de Ellie, Elodie Nichols, y su marido, Clark, nos habían recibido en su familia como si siempre hubiéramos formado parte de ella. Era agradable y me facilitaba encajar con los amigos de Jo. También me facilitaba encajar con la propia Jo, y como mi padre y yo habíamos decidido convertir Escocia en nuestro nuevo hogar, era bueno encajar en la vida de Jo. Jo era asombrosa. También había pasado una época realmente difícil en los últimos años. Merecía que cuidaran de ella, y sabía que Cam era la persona que podía hacerlo.

Había ido con Cole al apartamento de Cam; mientras este y Jo iban a comprar aperitivos, había decidido sacar a Cole de su cuidado y darles un rato de intimidad. Esa noche íbamos a salir todos con Nate y Peetie, dos amigos de Cam a los que todavía no conocía, y pensé que sería bonito regalar a Jo y a Cam un tiempo a solas antes de que aparecieran sus amigos. En cuanto entramos, Cole se dirigió derecho a la videoconsola del salón, mientras que yo me encaminé a la parte de atrás del apartamento. Me entretuve en la cocina, buscando boles y bandejas para los aperitivos. Estaba lavando los platos cuando una voz escocesa grave y muy masculina dijo:

—Eh… tú no eres Cameron.

Cuando me volví para ver la cara del intruso, fueran las que fuesen las palabras que bajaron de mi cerebro a mi lengua, tropezaron al pie de esa escalera y sufrieron una conmoción.

Oh.

Oh, joder.

Apoyado en la jamba, con los brazos cruzados sobre el pecho, estaba el hombre más sexi que había visto jamás.

El corazón empezó a latirme ridículamente deprisa.

Él alzó una ceja cuando notó que me había quedado sin palabras.

—¿Alguien te ha apretado el botón «Silencio»?

Me resultó gracioso, así que logré esbozar una sonrisa medio desquiciada mientras lo contemplaba. Mis ojos lo repasaron de la cabeza a los pies, y al asimilarlo en todo su esplendor sentí esa sensación extraña en lo hondo de mi vientre, tan abajo que enseguida fue seguida por un estremecimiento cosquilleante de excitación entre mis piernas.

Oh.

Oh, vale.

Eso era nuevo.

Intentando con desesperación no hacer caso del cosquilleo, sin éxito, traté de sobreponerme a la excitación y la timidez para interactuar con el desconocido. El desconocido que suponía que era Nate. Jo me lo había contado todo del amigo superatractivo de Cam. No había exagerado.

Nate, radiante como una estrella de cine, lucía un moreno natural que simplemente no esperarías en un escocés, y poseía unos ojos tan oscuros que eran casi negros, aunque en ese mismo momento estaban brillando de malicia. También estaba sonriendo, alardeando de unos hoyuelos seductores y una dentadura blanca perfecta. Todo eso, además de una nariz recta y fuerte, labios que yo miraba sin vergüenza porque me recordaban a los de cierto actor moreno disparatado. Y, por lo que podía deducir de los bíceps delgados pero musculados que revelaba la camiseta que llevaba, el tío también estaba cachas.

Milagro de milagros, su camiseta en realidad me distrajo de sus músculos.

Llevaba escritas las palabras «La resistencia es inútil».

La timidez paralizante que solía abrumarme cuando me enfrentaba a un tío bueno se fundió cuando solté una carcajada.

¿Te consideras uno de los Borg? —Hice un gesto a su camiseta, que se refería a la frase de una raza alienígena de Star Trek.

Él se miró la camiseta, sorprendido en apariencia. Cuando levantó la cabeza hacia mí otra vez, sus ojos oscuros me estaban sonriendo.

—¿Conoces esa referencia? La mayoría de las mujeres creen que estoy fanfarroneando.

Reí todavía con más ganas mientras me apoyaba en la encimera de la cocina.

Supongo que también hay algo de eso. Y puedes comprender su error. No pareces un fan de Star Trek.

Algo se avivó en sus ojos, algo intenso. Me estremecí cuando él bajó con morosidad la mirada por mi cuerpo y volvió a subirla. Su voz era más grave y pastosa cuando replicó.

—Tú tampoco.

Sentí esa mirada intensa como una caricia lenta. Si yo hubiera sido otra persona, habría pensado que eso era lo que pretendía hacerme sentir.

Aun así… me quedé sin respiración. De repente, notaba el aire demasiado fino, cargado de esa electricidad extraña entre nosotros que no comprendía bien.

¿Eres amiga de Jo?

Luché por combatir la timidez que estaba empezando a abrirse paso otra vez.

—¿No te lo ha dicho Cole?

—Peetie ha entrado a ver al crío. Yo quería tomar algo, así que he venido directo a la cocina. —Sus ojos me estaban devorando otra vez, y parecía que mi cuerpo había estado dormido hasta que sus ojos lo habían tocado, porque había mucho cosquilleo, temblores y sobrecalentamiento en juego—. Sin duda, es la mejor decisión que he tomado en bastante tiempo.

Hum… Vale.

—Oh, bueno, soy Olivia.

Nate levantó las cejas y acto seguido se aclaró abruptamente la garganta y se enderezó en la jamba. De repente, el aire de la cocina comenzó a regresar a la normalidad.

—¿Eres Olivia? Por supuesto. El acento. Por supuesto.

Asentí, confundida por su reacción.

—¿Supongo que tú eres Nate?

Su sonrisa fue amistosa, platónica. Eso tenía más sentido.

Sí, ese soy yo.

—Cam y Jo están en camino. Solo estaba ayudando un poco.

—Bien. —Se adentró en la cocina y yo lo observé con abierta fascinación mientras se servía un vaso de refresco—. ¿Quieres? Hizo un gesto hacia mí con un vaso.

—No, gracias.

Una vez que probó su bebida, me sonrió otra vez y me di cuenta de que la razón de que no se me trabara la lengua estando cerca de él no era solo su camiseta nerd. Eran sus ojos. Eran amables en un grado imposible y simplemente me sentía… no muy cómoda… pero tampoco del todo incómoda. Eso era sin duda inusual para mí con hombres a los que acababa de conocer. Sobre todo con aquellos que me atraían.

—¿Te gustan los videojuegos, Liv? —preguntó con simpatía.

Ah, sí.

—Bueno, pues deja de lavar los platos y ven a jugar con nosotros —me provocó.

Me reí.

—¿Me estás pidiendo que juegue contigo?

En cuanto las palabras salieron de mi boca lo lamenté. No quería flirtear. ¡No sabía flirtear! Era solo mi sentido del humor, y ahora ese tipo iba a pensar que yo estaba…

Nate rio, cortándome.

Solo porque conocías la referencia de Star Trek. De lo contrario a las chicas no les permitimos jugar con nosotros. Son pegajosas.

Puse cara de póquer y crucé los brazos sobre el pecho.

—Bueno, los chicos también son pegajosos.

Sonrió de oreja a oreja.

—No es verdad. —Hizo una señal con la cabeza hacia la puerta—. Vamos, yanqui. Si voy a aniquilarte, quiero que sea rápido y sin dolor. Soy así de compasivo.

—¿Aniquilarme? —Solté una risotada—. Creo que me has confundido con alguien que no está a punto de destrozarte.

—¿Sabes a qué vamos a jugar?

Negué con la cabeza.

—¿Importa eso? Te voy a ganar sea a lo que sea. Así que primero decimos estupideces y luego empiezo a destrozarte.

Nate echó la cabeza atrás al reír.

—¡Joder! Vamos, graciosilla. —Me cogió del codo y yo oculté mi rubor ante su contacto—. Tengo que presentarte a Peetie.

Salí con él de la cocina, emocionada por la rapidez con que me había aceptado. También sentía que se me iba a adoctrinar como a «uno de los chicos». Lo sentía porque ocurría todo el tiempo. No me molestaba. Solo significaba vencer el cosquilleo que notaba en el estómago cada vez que miraba a Nate. Y con vencer, me refería a aplastarlo y aniquilarlo…

* * *

—¿Liv? Liv, ¿estás bien?

Parpadeé otra vez y volví a la acera, a Stirling, al frío.

A Nate, que en ese momento estaba justo delante de mí, con una arruga de preocupación entre las cejas.

—¿Adónde te habías ido?

Sonreí.

—Lo siento, creo que el frío ha entumecido mi cerebro.

—Bueno, ven aquí. —Enlazó mi brazo con el suyo y me acercó—. Antes de que se te caiga un dedo.

Me relajé con agradecimiento en su fuerte costado.

—¿No podrías haberlo hecho antes? ¿Como hace tres calles?

—¿Y perderme esa expresión horrorizada cada vez que doblamos una esquina? —se burló, frotando su mano por mi brazo arriba y abajo.

Hice una mueca, pero lo dejé estar, porque estaba acostumbrada a sus provocaciones.

—Lo siento, chicos. —Jo lanzó el comentario por encima del hombro, con una mirada cargada de culpa—. Debería haberme asegurado de que nos poníamos los abrigos.

—Soooo-mos escooooo-ceeee-ses —dijo Ellie, con los dedos clavados en el abrigo de Adam—. Pooo-demos sooo-portarlo.

Yo pellizqué el brazo de Nate cuando empezamos a caminar otra vez.

—Bueno, yo soy de Estados Unidos —les recordé—. Y soy de Arizona.

—Yo también soy de Estados Unidos y estoy bien —replicó Joss, quien sonaba mucho más relajada de lo que parecía.

Se balanceó con todo su peso cuando un tacón de aguja se le metió en una grieta de la calle adoquinada. Braden la enderezó mientras maldecía el suelo.

—Eso es por el escudo de metro noventa en el que te acurrucas —repuse con sequedad.

Joss rio y se ovilló aún más en el escudo.

—Puede ser.

—Nosotros también tenemos frío —intervino Nate—. Simplemente estamos acostumbrados y no nos quejamos.

—Nadie se está quejando —argumentó Joss—. Esto es solo nuestra forma de advertir a Jo que si no se da prisa y nos lleva a nuestro destino vamos a usarla de leña.

Jo rio.

—Ya casi estamos… creo…

Doblamos una esquina y empezamos a alejarnos de la calle principal. Jo puso ceño a los edificios mientras la seguíamos por una calle cualquiera, con furgonetas y coches aparcados a lo largo de ella.

Era el vigésimo octavo cumpleaños de Cam, y aunque todos suponíamos que estábamos vestidos para celebrarlo en la noche de Edimburgo, Jo tenía un plan secreto bajo la manga. De alguna forma habíamos terminado en Stirling, una ciudad hermosa con un castillo espléndido y callecitas pintorescas, pero puede que también la ciudad más pequeña del mundo.

No tenía ni idea de lo que tramaba Jo al arrastrarnos allí.

De repente, esbozó una sonrisa enorme al detenerse en una esquina, frente a un bar.

—Ya hemos llegado.

Todos miramos el bar y compartimos expresiones de desconcierto. El bar no tenía ningún encanto especial. Era… solo un bar.

—¿Es aquí? —preguntó Cam en voz baja. Su boca se retorcía en un rictus divertido.

—Aquí. —Jo hizo un gesto hacia arriba y seguimos su movimiento hasta el cartel clavado en los ladrillos sobre la entrada del bar.

CAMERONIAN PLACE

Me eché a reír cuando todo empezó a cobrar sentido.

—¿Nos has arrastrado a Stirling por un cartel? —le preguntó Nate con incredulidad.

Jo asintió, insegura.

—No es solo un cartel. Es el cumpleaños de Cameron. Se merece una copa de cumpleaños en su propia casa.

Los chicos, con la excepción de Cam, parecían confusos con la forma de pensar de Jo. Su prometido, en cambio, la acercó y la miró a los ojos de una forma que hizo que mi pecho se comprimiera de emoción.

—Me encanta, cielo. —La besó con suavidad—. Gracias.

Una mezcla de felicidad y envidia me paralizó durante un segundo. Adoraba el hecho de que Jo tuviera alguien en su vida que veneraba el suelo que pisaba, pero a menudo me preguntaba si alguna vez llegaría el día en que un hombre me miraría a los ojos como si no hubiera en el mundo nada más digno de contemplarse.

Las burlas que el grupo dirigió a Jo me arrancaron de mis cavilaciones, y me reí con todos ellos cuando juntos nos adentramos en el calor del bar. Tal vez íbamos demasiado elegantes para la atmósfera informal, pero como éramos un grupo bastante despreocupado, ninguno de nosotros estaba realmente enfadado por la pequeña aventura de Jo. De hecho, creo que incluso a los chicos les parecía tierno por su parte.

Sin duda era tierno por su parte. Jo era un encanto, así que, cuando hacía cosas que eran increíblemente tiernas, como arrastrarnos a un condado diferente solo para que Cam se tomara una copa en una calle con su nombre, nunca me sorprendía.

Mi padre me había hablado de ella desde el momento en que lo conocí. Al principio yo había sentido celos por esa niña que durante los primeros trece años de su vida había tenido a mi padre mientras yo crecía con solo su espectro. Mi madre nunca había dicho una mala palabra de papá, y siendo una chica un poco precoz que creció con amigos cuyos padres divorciados se criticaban el uno al otro, me resultaba un poco extraño que mamá no estuviera cabreada con el tipo que se había esfumado cuando yo había nacido. Yo había empezado a hacer preguntas a mi madre hasta el cansancio durante meses hasta que finalmente cedió.

Recuerdo que me enfadé muchísimo con ella por no haberme dicho siquiera que mi padre existía.

Después de que mi madre conociera a mi padre cuando estaba estudiando en el extranjero en la Universidad de Glasgow, empezaron una relación intensa que ella cortó de forma abrupta cuando volvió a Phoenix al final de su programa. Hasta que regresó a Estados Unidos no descubrió que estaba embarazada. No confesó hasta muchos años después que el motivo por el que no se puso en contacto con mi padre era que lo quería tanto que no deseaba que él entrara en su vida por obligación. Yo quería a mi madre, pero creía que no era infalible. Era joven y tomó una decisión egoísta. A los trece años no pude ver más allá de eso durante un tiempo. Tardamos meses en volver a estar bien.

Un tiempo que luego lamenté haber malgastado.

El hecho de que papá dejara toda su vida en Escocia para venir y ser padre de una niña —de la que ni siquiera conocía su existencia hasta que yo contacté con él— constituía el testimonio de la clase de hombre que era. Él arrancó de raíz toda su vida para convertirse en parte de la mía. Pero al hacerlo dejó atrás a Jo.

Cuando Cam se comunicó con mi padre para que volviera a ponerse en contacto con Jo, pensé en lo mucho que yo había cambiado su vida. Con un padre en prisión y una madre alcohólica, mi padre, que era amigo de juventud del padre de Jo, había sido la única figura paterna estable en las vidas de ella y su hermano Cole. Por supuesto, papá no supo hasta que regresamos a Edimburgo que la madre de Jo, Fiona, se había convertido en una alcohólica severa y que había dejado que Jo criara sola a su hermano. Papá y yo llevábamos nuestras propias cargas de culpa por eso.

No obstante, la culpa se aliviaba cuando pasaba tiempo en compañía de Jo y Cam. Después de todo lo que ella había sufrido, por fin había encontrado a un hombre que comprendía lo increíble que era y que la trataba con el respeto y amor que ella merecía.

Mientras bebía un sorbo de la pinta de cerveza a la que Nate me había invitado, miré a mis amigos. Allí estaba yo, rodeada por gente que había atravesado un infierno y había salido airosa para encontrar a la persona con la que querían pasar el resto de su vida.

Además de Jo y Cam, estaba Joss, mi compañera medio estadounidense, medio escocesa, que huyó a Edimburgo para escapar de una vida vacía en Virginia. Cuando pensaba en todo lo que Joss había perdido, la verdad es que no comprendía cómo seguía adelante. Yo sabía lo que era perder a una madre a los veintiún años, pero no podía imaginar lo que habría sido para Joss perder a toda su familia cuando solo tenía catorce. Desde luego, ella seguía enredada en eso cuando se fue a vivir con Ellie y conoció al hermano de esta, Braden. Aparentemente, habían tenido sus altibajos por los problemas de Joss, pero al final lo habían superado. Iban a casarse en tres semanas.

Luego, por supuesto, estaban Ellie y Adam. Yo tenía una relación muy estrecha con Ellie, porque compartíamos un ideal romántico similar, y me había contado toda su historia con Adam. Ellie había estado enamorada del mejor amigo de su hermano durante años, pero Adam no había reparado en ella hasta que cumplió dieciocho, y no dio ningún paso hasta unos años después, e incluso cuando lo hizo, dijo que era un error. Al parecer, no quería arruinar la amistad que tenía con Braden. Hubo mucho toma y daca hasta que Ellie decidió alejarse de él de una vez por todas, pero cuando a mi hermosa y fuerte amiga le diagnosticaron un tumor cerebral, Adam finalmente dio el paso para estar con ella. Por suerte para todos nosotros, el tumor de Ellie resultó ser benigno, y por suerte para Adam, él recuperó el sentido justo a tiempo para ganarse a Ellie de una vez por todas. Llevaban un tiempo comprometidos, pero nos lo habían dicho hacía poco, ahora que ella llevaba un anillo de compromiso brillando en su mano izquierda.

Yo estaba rodeada de amor, y no de un amor cutre, autoritario y postizo, sino real e íntimo, la clase de amor de quien conoce todas las extravagancias y hábitos del otro y aun así lo ama.

—Tienes tu prueba de vestido definitiva el lunes, Joss —dijo Ellie de repente, dando un sorbo a su mojito.

Se había sentado al lado de Adam, quien estaba aplastado entre Jo y Cam en el único reservado disponible al fondo de la sala. Joss, Braden, Nate y yo estábamos de pie en torno a la mesa y yo no dejaba de maldecirme a mí misma por haber permitido que Jo me convenciera para que me pusiera los tacones de diez centímetros que llevaba.

Apoyada en Braden, Joss replicó:

—Gracias por el recordatorio. Tendré que prepararme para los comentarios cáusticos de Pauline.

Cam frunció el ceño.

—¿Por qué le compras un vestido a esa mujer si es tan estúpida?

—Por el vestido —respondimos al unísono Jo, Ellie y yo.

Después de solo tres meses en Edimburgo, me sentí honrada cuando Joss me pidió que fuera una de sus damas de honor. Su amiga de la universidad, Rhian, había venido a Londres a pasar el fin de semana y todas habíamos ido a buscar un vestido para Joss y para las damas de honor. Después de unas pocas discusiones con Ellie con relación al color, Joss se había decidido por el champán para sus chicas. Habíamos terminado en esa tienda de ropa de novia de New Town donde la dueña, Pauline, hacía comentarios mordaces sobre nuestra ausencia o superabundancia de atributos.

Teníamos demasiado pecho, o demasiado poco, o estábamos demasiado gordas o…

Estábamos a punto de largarnos cuando apareció Joss con un vestido que la zorra de Pauline le había recomendado, y Ellie rompió a llorar.

Sí, era así de hermoso.

Era obvio que Pauline sabía cómo vestir a las novias; pero no tenía ni la menor idea de cómo hablarles. Ni a la gente en general, de hecho. No soy precisamente la persona más segura de mí misma, y tengo más inseguridades que la mayoría en lo que a mi cuerpo respecta, de manera que me alejé de esa tienda sintiéndome una vaquilla de proporciones gigantes. Gracias, Pauline.

Joss rio y miró a Braden.

—Parece que el vestido está muy bien.

—Lo voy pillando —murmuró—. Aun así, tengo ganas de quitártelo más que de ninguna otra cosa ese día.

—Braden —se quejó Ellie—, ¡que estoy yo delante!

—Deja de besar a Adam delante de mí y yo dejaré de hacer comentarios sexuales a mi mujer delante de ti.

—Todavía no es tu mujer —le recordó Nate—. No hace falta tanta prisa.

Yo resoplé.

—Nate, tu fobia al compromiso está apareciendo otra vez.

Se volvió hacia mí con horror fingido.

—¿Dónde? —Se tocó las mejillas con ansiedad—. Quítamela.

Pasé mi pulgar por una mancha imaginaria en su mejilla y lo tranquilicé.

—Aquí está. Ya no queda nada.

—Uf. —Dio un trago a su cerveza y miró hacia la barra—. Nunca me acostaría con lo que hay a la vista.

—Encantador —murmuré.

Me sonrió con descaro y señaló a un grupo de mujeres que estaban de pie en la barra.

—El deber me llama.

Paseó con aire despreocupado por el local y se detuvo al lado de una chica que estaba con sus amigas. Las amigas se apartaron lentamente hacia los costados cuando Nate y la chica empezaron a flirtear con descaro. La chica era imponente, por supuesto: hermosas facciones, cabello largo y oscuro, piel cremosa, curvilínea en extremo. Es probable que tuviera un poco de sobrepeso, como yo, pero, a diferencia de mí, lo llevaba bien. Tengo que decir eso de Nate. Realmente no tenía un tipo, no le importaba si la chica era delgada, gordita, pechugona o atlética. Siempre que fuera guapa y mujer se sentía atraído por ella.

En cuanto Nate le sonrió, la chica morena estuvo perdida.

No me sorprendió en lo más mínimo. Con su metro ochenta, Nate no era excepcionalmente alto, pero con su combinación de físico delgado tonificado por las artes marciales, rostro fabuloso y la clase de carisma que no se puede comprar, a la mayoría de las mujeres les importaba un pimiento ser más altas que él en tacones si eso significaba estar en sus brazos durante la noche.

Pero yo no. Nate nunca me veía de manera sexual, así que no tenía sentido dejar que mis pensamientos fueran en esa dirección. Creo que conocía mejor al Nate real que la mayoría de la gente, con lo cual no era difícil ponerlo en la zona de la amistad. Podía desconectar la atracción que sentía por él, porque sabía que nunca iría a ninguna parte. Prefería tener a Nate en mi vida como amigo a no tenerlo en absoluto. Pese a su desapego por el compromiso y la desvergonzada mentalidad de playboy con las mujeres, era un tipo bueno de verdad por debajo de todo eso, y realmente un buen amigo.

—Bueno, la tiene en el bote —comentó Joss con suavidad.

Me volví hacia ella y levanté una ceja al verla sonreír a Nate y a la chica.

—Nunca les hace promesas.

Ella rio.

—No hay necesidad de que lo defiendas. Sé que Nate siempre lo deja claro, pero estamos hablando de chicas. A veces solo escuchan lo que quieren oír.

—Sí, pero Nate tiene arte con esto. Es como un sexto sentido o algo. En cuanto siente aunque sea un ligero cambio en su actitud hacia él, se larga.

—Estoy deseando que alguien le dé en los morros —intervino Ellie mientras sonría con perversidad en dirección a Nate.

—Yo también.

Jo me lanzó una mirada inquisitiva antes de desviar la atención, y yo simulé que era demasiado estúpida para comprender su significado. Cambié de tema con rapidez.

—¿Habéis visto el nuevo tatuaje de Cam? Lo dibujó Cole —les conté con orgullo.

Cole Walker era el mejor muchacho del mundo. Jo había hecho un trabajo asombroso educándolo y lo mejor que les había pasado a los dos, además de tenerse el uno al otro, era Cameron MacCabe. Él y Cole eran increíblemente similares —los dos artistas, los dos nerds agradables—, y Cam había encargado a Cole que dibujara un nuevo tatuaje para él.

Era asombroso.

Una estilizada «C» y una «J» se ocultaban entre las enredaderas y afiladas florituras del dibujo tribal de Cole.

—Oh, déjanos verlo —rogó Ellie con una sonrisa.

Cam negó con la cabeza.

—Está en mis costillas.

—Oh, venga, no vamos a desmayarnos por verte los abdominales —lo provocó Joss.

—Son buenos abdominales. —Jo tocó el estómago de Cam con orgullo.

Braden dio un trago a su whisky.

—Personalmente no quiero ver sus abdominales. Podrían… provocarme envidia.

Adam asintió con la cabeza, inexpresivo.

—Y a mí también.

—Idos al cuerno —murmuró Cam, con los labios curvados hacia arriba en expresión divertida.

—Oh, si vas a ser tan aguafiestas… —gruñí, hurgando en mi bolso. Sentí el papel entre mis dedos, tiré, lo saqué y lo desplegué para mostrar el dibujo firmado de Cole—. Este es el tatuaje.

Cuando los otros lo miraban, Jo me sonrió.

—¿Te lo has guardado?

—Claro, y he pedido a Cole que lo firme.

Ella rio.

—Solo vas a conseguir que se enamore de ti todavía más.

Me encogí de hombros, sin que me importara.

—Merece saber lo fabuloso que es.

—Eso no lo discuto.

Nos sonreímos la una a la otra mientras los demás elogiaban el talento de Cole.

Nate enseguida regresó al grupo y la morena volvió con sus amigas, pero mantuvo sus ojos en Nate.

—¿No vas a…? —pregunté con curiosidad, mirando con intensidad en dirección a la mujer.

—Oh, sí. —Sonrió como un niño—. Pero le he dicho que era el cumpleaños de mi colega y que quería estar un rato con él.

Nate, fiel a su palabra, se quedó con nosotros hasta la hora de cerrar. Estábamos todos a punto de irnos cuando su aliento susurró en mi oído.

—Me voy.

Me volví a mirarlo mientras espiaba a la curvilínea morena con mi visión periférica.

—Vale. Diviértete.

Me guiñó un ojo y me besó en la mejilla.

—Siempre lo hago.

Después de despedirse del grupo, Nate cogió la mano de la chica y salió del bar. Los celos me clavaron sus agujas cuando miré hacia el umbral vacío. Mi amigo era el maestro de la seducción. Si quería sexo, lo tenía.

Por desgracia, para algunas de nosotras no era tan fácil.