Le resultó conocido. Enseguida cayó. Llamando al número O93 se sabe la hora exacta.
—Esperemos —dijo el comisario—, que Goliat no sepa abrir la puerta.
Tarzán se echó a reír. Poco después volvió Gertrud.
—Recién salidas de fábrica —comentó desplegando las fotografías sobre la mesa.
Eran once en total. Recogían lo sucedido junto a la entrada del túnel en los primeros minutos que siguieron al accidente.
Tarzán vio a Christine Pfab, a Bárbara Schnabel y a sí mismo. Las fotografías habían sido tomadas con un teleobjetivo, tenían una definición excelente y resultaban muy impresionantes. Pero tanto el monte del Diablo como el resto del paisaje sólo podían adivinarse.
La expresión de Glockner denotó decepción.
—Nuestra idea era correcta. Pero no creo que aquí se esconda prueba alguna.
—¿Pensaba que podría haber captado por casualidad al autor?
—Al autor o a los autores. Sí.
Glockner volvió a examinar las fotos con el mismo resultado.
—No, nada. Eso es todo. Muchas gracias, señora Rawitzky. Y perdone la molestia.
Ella hizo un movimiento de aceptación con la cabeza.
—Creo que me pasaré hoy mismo por el periódico a entregar las fotos. Siempre es mejor ser la primera. Si tengo suerte, aparecerán en la edición de la tarde.
El periódico, prensa sensacionalista y de cotilleos frívolos, era un diario vespertino.
Gertrud recogió las fotografías.
Tarzán y el comisario se despidieron.