2. Pelea en el vagón restaurante
El expreso del sur, bautizado con el nombre de «Flecha de Plata», se detenía sólo en contadas ocasiones. Las estaciones donde paraba lo consideraban un honor. Por las de menor importancia pasaba como una exhalación. El tiempo corría rápido.
—Dentro de una hora habremos llegado —dijo Christine Pfab—. Pero todavía no hemos ido al vagón restaurante. ¿Piensas que vas a eludir mi invitación?
—Al contrario —replicó Tarzán sin vacilar—. Sólo aguardo sus órdenes.
La señora Pfab se levantó y cogió su bolso.
El restaurante se encontraba en el siguiente vagón y estaba casi vacío.
Dos chicas que reían y sorbían unas cocacolas habían ocupado una mesa. Un viajante de comercio rellenaba sus libros de pedidos con una expresión que denunciaba la mala situación del negocio. En una mesa para dos personas, como sentado en un trono, se hallaba Nitschl, el indio urbano.
Estaba solo, pero había encargado platos como para tres. En ese mismo momento, el camarero retiraba la vajilla. Sobre la mesa aparecían, además, cinco o seis botellas de cerveza y botellines que debían de haber contenido aguardiente.
—¡Vaya! —se extrañó Tarzán—. ¿Todo eso por dos marcos? Tenía 300. Por el billete tuvo que pagar 298. ¿Le habrá sacado dinero a alguien? ¿O pretende no pagar la cuenta?.
Algunas de las venas pintadas en la cara se habían corrido, emborronándose. Nitschl parecía manchado de tinta y su aspecto era bastante repulsivo. Tenía los ojos saltones como canicas de cristal, a causa, precisamente, de la comilona. Su mirada vidriosa atravesaba la ventanilla y resultaba chocante que esta no respondiera con algún chirrido.
Christine y Tarzán se sentaron en una mesa alejada. El camarero era amable pero debería haberse limpiado mejor las uñas.
Christine encargó café, un trozo de tarta y una copita de licor. Tarzán se mantuvo fiel a su té negro y su bocadillo de queso Charlaron. Tarzán le habló de su vida en el internado y de las aventuras de la banda PAKTO, sin perder de vista a Nitschl.
También el camarero debía de temer que no le pagara la cuenta, pues le lanzaba miradas furtivas. Nitschl no parecía advertirlo. Sólo estaba interesado en el paisaje.
Finalmente, el camarero se situó frente a él.
—Usted perdone. Al llegar a Haffstedt me sustituyen. ¿Podría cobrarle la cuenta?
—¡Porrr supuesssto! —la lengua le pesaba a Nitschl un quintal. Sacó su cartera de un bolsillo con cremallera de la cazadora de aviador y mostró los billetes.
—Son 46 marcos en total —dijo el camarero depositando la cuenta.
Nitschl pagó con un billete de cien.
—¡Billetes, por favor! —se oyó una voz detrás de Tarzán.