15. Garras ensangrentadas

Permanecieron sentados en el coche y esperaron.

Habían llegado los compañeros de Glockner y este les había hecho volverse. No era necesario tomar huellas. El caso discurría esta vez por otros cauces.

Tarzán, sentado detrás de Gaby, pasó una mano por el reposacabezas y le cosquilleó la nuca. Ella agitó los hombros y, ya continuación, se apartó.

—Viene un coche rojo pequeño. ¿Es ella?

Gertrud Rawitzky conducía despacio. Al parecer le habían sorprendido los charcos de agua delante de su terreno.

Llevó su coche hasta el zaguán, se detuvo junto a la casa y bajó.

—Vosotros quedaos aquí de momento —ordenó Glockner.

Al cerrar la puerta del conductor, la Rawitzky miró hacia él y aguardó a que se le acercara.

Gaby se deslizó de inmediato hacia la izquierda y bajó la ventanilla. Ahora los cuatro amigos escuchaban con exactitud lo que allí se decía.

—Aquí estoy otra vez, señora Rawitzky. Pronto va a tener una desagradable sorpresa. Su casa ha sido asaltada. Han entrado por la puerta de la terraza. Al parecer, el ladrón ha prendido fuego. Por lo que respecta a la decoración, el salón y el vestíbulo han quedado destrozados por las llamas. Se han podido impedir males mayores porque los bomberos llegaron a tiempo.

La fotógrafa se llevó una mano a la boca.

—Por… por el amor de Dios —tartamudeó—. Un robo… ¿Y fuego? No… no lo entiendo.

—¿No tiene idea de qué quería el ladrón?

—¡No! ¡Ni idea! ¿Por qué iba a tenerla? No entiendo qué… quiere usted decir.

—Quiero decir que el atracador y el muchacho que ha realizado el atentado contra la locomotora son la misma persona.

Por otra parte, pretendo afirmar que me ha mentido. Usted fotografió al autor del atentado cuando estaba colocando el obstáculo mientras llevaba las piedras rodando hasta los raíles. ¿Estaba en conexión con él? ¿O la vio fuera, cerca del túnel del Diablo? Él la conoce. Y ha estado aquí para robarle su serie de fotografías. Evidentemente, lo ha logrado. Su cuarto oscuro, que he inspeccionado, está increíblemente revuelto. Ha rebuscado y se ha llevado todo lo que le afectaba. Incluidos los negativos.

Gertrud se tambaleó. Sus rodillas cedían. ¿Se iba a desvanecer?

Antes de que Glockner pudiera sostenerla, ella se apoyó su coche.

Durante un largo momento reinó el silencio.

En el BMW, la banda PAKTO contenía el aliento.

Sólo Oscar, tumbado otra vez a los pies de Gaby, soltó un ronquido.

—Eso… eso sólo son sospechas suyas —respondió la mujer haciendo un esfuerzo—. No tiene prueba alguna. Y se equivoca.

Su voz sonaba sin fuerza. Estaba haciendo un último intento por salvarse.

—Señora Rawitzky, al escapar, el ladrón perdió una fotografía en el jardín. Enseguida se la enseñaré. Demuestra palabra por palabra lo que le estoy diciendo. Sólo falta una pieza del mosaico: el autor mismo. Resulta imposible reconocerlo, pues la cara está pisoteada.

—Eso se me debe a mí —musitó Albóndiga—. Si no hubiera encontrado la foto, ahora estaríamos…

—… como tú cuando la quisiste tirar a la basura —siseó Tarzán—. ¡Silencio!

Al parecer, las rodillas de la fotógrafa habían recuperado sus fuerzas. Ahora estaba tiesa como un palo, sin utilizar su coche de muleta. Muy nerviosa, tironeaba de su abrigo.

—Mi… mi… ¿Qué le ha pasado a mi Goliat? —dijo por fin.

—Al parecer ha huido del fuego. ¡El autor, señora Rawitzky! ¿Quién es?

Ella inclinó la cabeza.

—Se llama Erich Jesper. Un chaval de unos 16 años. Su padre es el banquero Jesper. Hace unas horas he llamado al banquero. Y… he intentado chantajearlo. Quería venderle las fotografías. Lo ha dejado para mañana. No puedo creer que estuviera aquí, que fuera él el asaltante. Además, no me he dado a conocer.

Glockner hizo un gesto que expresaba su sorpresa.

—Así que le ha chantajeado también a él.

—¿Cómo que también?

—A él y a la compañía de ferrocarriles.

—¿Qué? ¿Yo he chantajeado a la compañía?

—Usted sola, no. Schulzl-Müller habló con un hombre. ¿Tiene usted un cómplice?

La mujer lo negó sacudiendo decididamente la cabeza.

—Ni he chantajeado a la compañía nacional de ferrocarriles, ni tengo un cómplice ¡Se lo aseguro!

De nuevo se hizo el silencio.

Pero Gaby no pudo contenerse más.

—¡Papá! —dijo en voz baja—. Hace un rato hemos visto aquí a Erich Jesper. Se ha ocultado en la oscuridad y luego ha hecho como que se iba.

—¡Pero se ha quedado! —graznó Albóndiga—. Lo he visto cuando… Bueno, lo he visto.

La mujer se encogió bajo el coro de indicios que, de manera tan insospechada, llegaban desde el coche.

Glockner dijo.

—Deberíamos entrar en casa, señora Rawitzky. Por lo general no me gustan los interrogatorios al aire libre. Con su permiso, me acompañarán mis jóvenes colaboradores. De todos modos, están al tanto.

Gertrud estaba completamente destrozada, acorralada y sin capacidad de negar su culpabilidad. Hecha una pena, emprendió la marcha.

En la planta baja, donde el fuego se había ensañado, las cosas presentaban un mal aspecto. Por la puerta de la terraza penetraba el aire de la noche.

Un bombero había olvidado el guante de trabajo sobre la mesa.

Encima de un sillón, en la habitación de la terraza, estaba sentado Goliat.

La fotógrafa lanzó un grito de alegría y cogió a su gato en brazos.

Él se dejó mientras, por encima del hombro de su ama, observaba con cara de pocos amigos a los intrusos.

Cuando Gertrud volvió a depositarlo en el sillón, Goliat pareció mostrar una actitud benevolente.

Su atención se relajó y comenzó a lamerse las patas. Al hacerlo, sacó unas uñas que podían asustar a cualquiera.

Tarzán contemplaba admirado los peligrosos puñales. Estaban teñidos de rojo, al igual que el pelaje de las extremidades.

¿Había cazado Goliat un ratón mientras estaba fuera? ¿O había vuelto a pelearse?

—Usted es una persona inteligente, señora Rawitzky —dijo Glockner—. No comprendo cómo pudo hacer semejante tontería.

Ella se echó a llorar. No eran lágrimas de cocodrilo, sino auténticas. Entre sollozos se lamentó de sus dificultades financieras y argumentó lo bien que se le habían presentado las circunstancias.

—Me extraña —añadió a continuación—, que Erich Jesper pudiera coger las fotografías. ¿Quizá Goliat estaba encerrado en la cocina? Habría saltado como un tigre contra un asaltante. ¿Cómo sabía el joven que yo había hablado por teléfono con su padre? ¿Habrá escuchado la conversación? ¿O recibió de su padre una bronca y luego este le envió a que él, el chaval, a solucionar el enredo?