9. Luz verde para el chantaje

Angelo Copparo, el estilista, estuvo fuera bastante tiempo.

Al parecer no le resultaba tan fácil recoger la información correcta.

Entre tanto, Franz Hauke limpió los restos de su cena. Otto Nitschl se aprovisionó en la parte delantera de la tienda. Eligió un paquete de cigarros y comenzó a fumar, acompañándose de unos tragos de cerveza directamente de la botella. Hauke no dejaba que nadie tocara su jarra. Sólo él bebía de ella.

Pasaron un rato en silencio. Luego, Hauke se limpió la boca.

—Cuando la cosa se ponga en marcha, Otto, aparcaremos por un tiempo el transporte de los relojes. No hay prisa, ninguna prisa. Lo que ganemos con ellos será una cagada de mosca en comparación con los millones de la compañía. Caramba, esta compañía de ferrocarriles es digna de lástima. No sale de los números rojos, se ve obligada a ahorrar personal y abandonar algunos trayectos. Tiene que cerrar estaciones y elevar los precios delos billetes. Y, ¡encima, esto! Unos chantajistas malvados que causan daños, amenazan con algo todavía peor y además alargan la mano. Estoy feliz de vender tabaco. La adicción a la nicotina tiene futuro; te lo digo yo. También el alcoholismo. Quien no tiene futuro es el bosque alemán. Se muere por la porquería que infecta nuestra atmósfera.

—Todo es porquería —dijo Otto.

—¿Qué quieres decir?

—No sé. Quiero decir que huele que apesta.

En ese momento volvió Angelo y cerró la puerta tras de si. Su cara de fullero brillaba de contento.

—Creo que tengo las últimas informaciones. Parecen favorables para nuestros planes.

—Y, ¿cuáles son las noticias? —preguntó Hauke.

—Hasta ahora no hay rastro del autor. La pasma tampoco sabe nada. No se ha anunciado ningún chantajista. Luz verde para nosotros —se alegró Hauke. Seguidamente miró a Otto—. Ahora harás la llamada, según hemos acordado. Iremos a la cabina telefónica de la plaza delante de la estación. Sé el número en el que encontraremos al jefe de servicio. Creo que esta semana es Schulzl-Müller quien hace el servicio de noche. Puedes reírte Otto, pero se llama realmente así. Di que eres tú quien ha puesto la barrera de piedras en el túnel. A modo de advertencia. Pide un millón. En billetes de 50 y 100 marcos, nada de lagartos grandes. Mañana al mediodía deberá estar preparado el dinero. Entonces volverás a llamar. Si se niegan o si la policía pone una trampa, seguirán nuevos atentados.

Otto asintió con un gesto.

—¡Pero no tartamudees! Schulzl-Müller te ha de considerar un profesional frío como un témpano.

—Yo no tar… tar… tamudeo nu… nunca —dijo Otto con una sonrisa irónica—. Hablaba a plazos a propósito.

Con esa broma pretendía calmar a los murciélagos que le revoloteaban en el estómago. En cualquier caso, se sentía como si los tuviera dentro.

Alguien golpeó en la puerta de la tienda.

Otto asomó la cabeza.

Una mujer estaba de pie ante la reluciente puerta de cristal.

—Una rubita —dijo—, con mechas de color rosa y lila en el peinado.

—Es Eva —respondió Angelo, y se hizo a un lado para dejarla pasar.

—Es su novia —explicó Hauke a media voz—. Eva König es peluquera. Sabe en qué anda metido Angelo. Mientras la caja funcione, está de acuerdo con todo. ¡Menuda tipa! Lo tiene a raya. Debemos compartir con ella el millón. Pero a cambio habrá de cooperar. Sea como sea.

Eva König le llegaba a Otto al hombro.

Este calculó que tendría cerca de los treinta años, pero no lograba imaginarse su aspecto debajo del maquillaje; probablemente el de alguien mayor. Su fantástico peinado de tres colones tenía pretensiones de estar a la moda. Vestía una traje de cuero negro y una blusa de color rosa.

Al ser presentados, ella no pudo disimular una mirada despectiva dirigida al corte de pelo a lo iroqués de Otto.

Hauke y Angelo la pusieron al corriente.

Ella no dijo nada, pues parecía darle cierta pereza articular palabra, aunque hizo un gesto crítico y remilgado.

—¿Cuánto me tocará del millón? —quiso saber al fin.

—Repartiremos el dinero una vez que lo tengamos —añadió Hauke—. No se puede hacer una tortilla sin romper los huevos. Otto, ¿estás preparado?

Otto asintió.

—Entonces, salgamos a la cabina telefónica y hagamos la llamada.