CAPÍTULO LXXVIII

El general de división Dugommier dirigió una dura mirada a sus oficiales allí reunidos.

—No se cometerán más errores, caballeros. Toulon volverá a caer en nuestras manos antes de que termine el año. Quiero dejarlo muy claro. No toleraré la incompetencia ni la cobardía.

Hizo una pausa para dejar que sus palabras se asentaran firmemente en las mentes de su auditorio y, a continuación, se puso de pie y se acercó al mapa que estaba colgado en la pared de la posada que había elegido como cuartel general. En un primer momento, Napoleón no estaba seguro de que la elección de Dugommier como nuevo comandante del ejército que rodeaba Toulon fuera un acierto. Dugommier provenía de una familia noble y, con sus cerca de sesenta años, su cabello cano y su rostro surcado de arrugas, estaba llegando a una edad en la que estaría mejor empleado en un cargo administrativo que como oficial superior. Pero el nuevo general enseguida había demostrado ser un profesional de la vieja escuela y había inspeccionado personalmente todas las unidades bajo su mando y rectificado varios problemas de suministros y equipo que su predecesor sencillamente había ignorado. A pesar de su sangre noble, parecía disfrutar de la absoluta confianza de los representantes del Comité de Seguridad Pública y, a pocos días de su llegada, ya había infundido un nuevo vigor en los ánimos de sus oficiales y soldados. Incluso Napoleón, con renuencia al principio, reconoció las magníficas dotes de aquel hombre. Más aún cuando Dugommier adoptó el plan de ataque que había esbozado Napoleón.

Dugommier dio unos golpecitos con el dedo en el mapa.

—Como se habrán dado cuenta aquéllos de ustedes que posean una mente más táctica, todo depende de L’Eguillette. El enemigo tiene la misma opinión, por supuesto, de ahí las fuertes defensas que han levantado en el fuerte Mulgrave. Durante la última semana, he estado incitando a nuestros oponentes a creer que vamos a concentrar nuestros ataques contra el monte Faron. De ahí el incremento de las patrullas, los ataques de tanteo y los bombardeos limitados en esa zona. Parece ser que mi enfoque ha valido la pena, puesto que nuestros espías nos dicen que, en las últimas dos noches, el enemigo ha trasladado dos batallones y doce cañones desde L’Eguillette al otro lado del puerto. —Dugommier hizo una pausa y se volvió hacia sus oficiales superiores con una débil sonrisa—. El momento del ataque casi depende de nosotros, caballeros.

Los oficiales que había en torno a la larga mesa intercambiaron unas miradas excitadas. Por fin había llegado su oportunidad. Después de los fracasos de los poco sistemáticos ataques del general Carteaux, todavía eran un tanto escépticos sobre cualquier plan de ataque y esperaron a que el nuevo comandante entrara en detalles. En lugar de eso, Dugommier regresó a la mesa y se sentó, antes de hacer un gesto con la cabeza en dirección a Napoleón.

—Coronel Buona Parte, ¿sería usted tan amable de explicarnos el plan de ataque?

—Sí, señor. —Napoleón llevaba un montón de notas en una valija de cuero que tenía frente a él sobre la mesa, pero había leído el plan tantas veces que había memorizado todos los detalles importantes, de modo que dejó la valija donde estaba, se levantó de su asiento en el banco y se quedó de pie a un lado del mapa. La mayoría de los demás oficiales contemplaron con poco disimulada sorpresa el hecho de que Dugommier hubiera cedido el centro del escenario a aquel comandante de artillería recién ascendido. Napoleón se aclaró la garganta y ensayó mentalmente la secuencia de su plan.

—Con el propósito de desconcertar al enemigo, durante la próxima semana continuaremos realizando ataques a pequeña escala a lo largo de la línea de sus defensas. —Describió un arco con la mano alrededor del puerto—. Nuestra artillería apoyará dichos ataques bombardeando los principales fuertes y reductos. El objetivo es hacer que el enemigo siga conjeturando sobre nuestras intenciones, de manera que despliegue sus fuerzas por todas sus líneas de defensa. La noche del ataque emprenderemos asaltos simultáneos a lo largo de todo el frente. Esto se ha fijado para las primeras horas del 18 de diciembre. El general Lapoye coordinará las operaciones al este de Toulon. El peso principal del ataque se lanzará allí, contra el fuerte Mulgrave. La noche de la víspera, reuniremos a doce batallones de infantería en el pueblo de La Seyne. Participarán cuatro columnas. El coronel Víctor estará al mando de la primera de ellas, el coronel Delaborde de la segunda y el coronel Brule de la tercera. La cuarta es la reserva que estará bajo mis órdenes y que permanecerá en La Seyne hasta que se la necesite.

—Si se la necesita —se apresuró a intervenir el general Dugommier.

—Sí, señor. Si se la necesita. —Napoleón sintió que se ruborizaba ligeramente y se volvió hacia el mapa—. Las baterías de los Soldados sin Miedo, los Jacobinos y los Cazadores Afortunados proporcionarán fuego de cobertura, y es de esperar que distraigan la atención de las columnas de infantería que se aproximarán. En cuanto se haya tomado el fuerte, el coronel Victor avanzará y capturará el fuerte de L’Eguillette, el coronel Delaborde tomará el fuerte Balaguier y el coronel Brule reducirá las fuerzas enemigas que pudieran quedar en el fuerte Mulgrave. En cuanto hayamos conseguido los fuertes, haremos avanzar los cañones de asedio hasta L’Eguillette y arrasaremos el puerto interior. Una vez aislada del mar, la caída de Toulon ya sólo será cuestión de tiempo. —Se apartó del mapa—. ¿Alguna pregunta?

—Sí —asintió el coronel Víctor—. ¿Un ataque nocturno? ¿Con tres columnas avanzando tan cerca la una de la otra? A mí me parece que es exponerse a la confusión.

—Las rutas se marcarán la noche del ataque —respondió Napoleón—. Mi subordinado, el teniente Junot, dirigirá un pequeño grupo que señalará el camino con estaquillas y cordel.

—Sigue pareciendo arriesgado —caviló el coronel Victor.

—Le aseguro que funcionará —repuso Napoleón con impaciencia—. La sorpresa será absoluta. Y ahora, ¿alguna pregunta más?

—No —dijo con firmeza el general Dugommier—. No habrá más preguntas. El plan es sólido y nos atendremos a él hasta el más mínimo detalle. Todos los oficiales recibirán órdenes precisas de mi Estado Mayor. Caballeros, pueden retirarse.

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