La ruta del Norte que sigue el curso del río parece tirar de ellos. Corre el rumor de que más hombres preparan la marcha. Expediciones y más expediciones, para continuar la búsqueda. Con ella no cuentan, desde luego, pero también Maria siente la atracción del Norte, y por eso ahora cabalga por el sendero de la ribera. Un viento helado le corta la cara. Los árboles están desnudos; las hojas, rebozadas en barro; la nieve, pisada. Ve ante sí la suave elevación de Horsehead Bluff, al pie de la cual el agua gira en una hoya erosionada por la corriente. Ella y Susannah solían bañarse aquí en verano, pero hace años que dejaron de venir. Maria no ha vuelto a nadar desde que vio aquello en el agua.

Ella no estaba con los que lo encontraron, unos chiquillos que pescaban cerca de allí, pero sus gritos hicieron acudir a Maria y David Bell, su mejor amigo de entonces. David era el único chico de la escuela que buscaba su compañía, aunque no eran novios sino dos solitarios unidos por su oposición al resto del mundo. Solían pasear por el bosque, fumando y hablando de política, de libros y de los defectos de sus compañeros. Maria no fumaba porque le gustara sino porque estaba prohibido, y hacía un esfuerzo.

Cuando oyeron los gritos, corrieron al río y vieron que los chicos miraban el agua y reían. Su risa desentonaba de la alarma de sus primeros chillidos. Uno se volvió y dijo a David:

—¡Ven, mira! ¡Seguro que nunca has visto una cosa así!

Ellos se acercaron a la orilla, preparándose para sonreír, y vieron lo que había en el agua.

Maria, horrorizada, se tapó la cara con las manos.

El río les gastaba una broma macabra. Unas manos giraban lentamente en el remolino, al extremo de unos brazos extendidos desde la oscuridad del fondo. Unas manos descoloridas y un poco hinchadas. Y entonces, más abajo, ella vio la cabeza, que también daba vueltas. Maria recuerda aquella cara como si la tuviera delante, y sin embargo no podría decir si los ojos estaban abiertos o cerrados ni describir el gesto de los labios. Aquel indolente movimiento del cuerpo atrapado en el remolino era espeluznante. Un caprichoso fenómeno lo hacía girar con los brazos levantados como si bailara una danza escocesa. Maria no podía dejar de mirarlo, y tampoco los otros. No lo reconoció, sólo sabía que estaba muerto. Ni siquiera después, cuando le dijeron que era el doctor Wade, pudo asociar la cara que había visto en el agua con la imagen que recordaba del anciano escocés.

Aún ahora, años después, tiene que hacer un esfuerzo para asomarse a la oscura hoya. Pero lo hace, sólo para asegurarse de que está vacía.

De regreso a casa, David la cogió de la mano. Estaba callado, lo que era raro en él, y antes de salir del bosque la atrajo hacia el tronco de un árbol y la besó. Tenía una mirada de ansiedad que la asustó; no sabía qué significaba. Helada, incapaz de responder y con cierta repulsión, se desasió y volvió a casa andando delante de él. Después de aquello, su amistad ya no fue tan natural como antes. Al verano siguiente, David y su familia regresaron al Este. Era el único chico que había querido besarla, antes de Robert Fisher.

Al cabo de casi una hora, Maria llega a la cabaña de Jammet y se apea del caballo. Va hacia la puerta andando por una costra de nieve sucia. El tejado, que no ha recibido el calor de la chimenea, aún conserva una capa de nieve. La cabaña parece más pequeña y abandonada. Quizá un asesinato desanime a posibles compradores, lo que no hizo un ahogado.

Hay pisadas alrededor de la cabaña; la mayoría, de los niños que juegan a poner a prueba su valor; pero el suelo está liso delante de la puerta, por la que hace días que no entra nadie. Maria se acerca con paso firme. Un alambre asegura la puerta. Al arrancarlo se araña el pulgar. Nunca había estado aquí; Jammet estaba considerado una amistad poco recomendable para una señorita. Inconscientemente, Maria murmura una vaga disculpa a su espíritu por la intrusión. Se dice que lo único que desea es cerciorarse de que la tablilla de hueso no ha quedado en algún rincón. Un objeto tan pequeño pasa desapercibido fácilmente. Se dice también que está obligándose a hacer algo que teme hacer, aunque no sabría decir la causa del temor.

Las pieles de gamo que cubren las ventanas dejan pasar una luz débil, y tienes la extraña impresión de que este lugar está envuelto en un sudario. El silencio es opresivo. Dentro no quedan más que unas cajas de madera y el fogón, que espera unas manos que le devuelvan la vida. Y el polvo, que cubre el suelo como finos copos de nieve, en el que quedan impresas las pisadas.

Pero también una casa vacía tiene algo que ofrecer al buen observador: viejos utensilios de cocina, trozos de periódico, un puñado de clavos, un mechón de cabello oscuro (Maria se estremece), un cordón de bota… Cosas que la gente no se molesta en recoger porque no valen nada, porque nadie las querría, ni siquiera la persona que vivía aquí.

Es muy poco lo que queda de nosotros.

Imposible descubrir ahora cómo era Laurent Jammet, por lo menos imposible para ella. Al fin se decide a subir al piso de arriba, pero allí no encuentra más que un par de cajas de madera medio vacías. Tampoco en ellas ve una tablilla de hueso ni nada que se le parezca, pero algo encuentra, algo escondido entre el marco de la puerta y la pared (¿qué le habrá hecho mirar ahí?).

En un trozo de papel marrón, como el que se usa en la tienda de Scott para envolver la mercancía, alguien ha hecho un dibujo a lápiz de Laurent Jammet. Maria siente que le arde la cara: es Laurent en la cama, al parecer dormido, y desnudo. Debía de ser verano porque tiene la sábana enredada en los pies, como si hubiera tratado de desembarazarse de ella a patadas. La mano del dibujante no era hábil, pero el trazo es airoso y sugestivo. Maria siente vergüenza no sólo por estar viendo la imagen de un hombre desnudo, sino también porque tiene la impresión de haberse colado en la intimidad de una persona. Porque la autora del dibujo amaba al modelo, está segura. Trata de descifrar el garabato de la firma. Parece que pone François, sin la «e» final. No es Françoise, desde luego.

Y entonces piensa en Francis Ross.

Se ha quedado inmóvil, con el papel en la mano, sin darse cuenta de que ya anochece. Su primer pensamiento coherente es que debe quemar el dibujo para evitar que alguien lo encuentre y saque la misma conclusión. Luego, con un punto de aprensión, comprende que debe darlo a Francis, porque si el dibujo fuera de ella querría recuperarlo. Si por lo menos se le pasara este sofoco… El dibujo la perturba de una manera extraña, profunda. Lo dobla cuidadosamente, con la imagen hacia dentro, y lo guarda en el bolsillo, pero enseguida lo saca, temiendo que su hermana pueda meter la mano buscando algo. Lo esconde en el escote, donde estará seguro. Pero allí, cerca del corazón, le abrasa la piel como un ascua, haciendo que el calor le suba por la garganta. Finalmente, con gesto de impaciencia, lo introduce en la bota, pero también desde allí emite cálidos efluvios que ascienden por la pierna mientras ella cabalga de regreso a Caulfield, a la luz del crepúsculo.

La ternura de los lobos
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
autor.xhtml