37
—Cather.
—Mmmm.
—Oye. Despierta.
—No.
—Sí.
—¿Por qué?
—Tengo que ir a trabajar. Si no nos marchamos pronto llegaré tarde.
Cath abrió los ojos. Levi ya se había duchado y puesto su ropa gótica de Starbucks. Olía como una verdadera primavera irlandesa.
—¿Puedo quedarme? —preguntó ella.
—¿Aquí?
—Sí.
—Estarás atascada aquí todo el día.
—Me gusta estar aquí. Y de cualquier forma, solo voy a escribir.
Él sonrió.
—Está bien, claro. Traeré la cena al volver… Tú escribe todas las palabras —dijo, besándola en la frente—. Dale a Simon y Baz lo mejor.
Ella pensó que podría volver a dormirse, pero no podía. Se levantó y tomó una ducha (ahora olía como Levi), contenta de no ver a nadie más en el pasillo. Al menos uno de sus compañeros de piso estaba en casa. Podía oír música.
Cath volvió a la habitación de Levi. La noche anterior había sido cálida y se habían quedado dormidos con las ventanas abiertas. Pero el tiempo había cambiado, hacia demasiado frío ahora, especialmente para alguien con el pelo húmedo. Cogió su ordenador portátil y se arrastró debajo del edredón, doblándolo hacia arriba encima de ella; no quería cerrar las ventanas.
Pulsó el botón de encendido y esperó a que su ordenador se iniciara. Luego abrió un documento de Word y observó el cursor parpadear ante ella; podía ver su rostro en la pantalla en blanco. Diez mil palabras, y ninguna de ellas tenía que ser buena; solo otra persona las leería alguna vez. Ni siquiera importaba por dónde comenzara Cath, siempre y cuando terminara. Empezó a teclear…
Me senté en las escaleras de atrás.
No.
Ella se sentó en las escaleras de atrás.
Cada palabra se sentía pesada y dolorosa, como si Cath las estuviera sacando una a una en astillas de su estómago.
Un avión sobrevoló la zona, y eso estaba mal, todo mal, y su hermana también lo sabía, porque estrechó su mano como si ambas fueran a desaparecer si no lo hacía.
Esto no era bueno, pero era algo. Cath siempre podría cambiarlo después. Ésa era la belleza de amontonar palabras, se hacían de peor gusto cuantas más tuvieras. Se sentiría bien volver y cortar esto cuando hubiera escrito algo mejor.
El avión estaba volando tan lento, moviéndose tan lentamente a través del cielo, que podrías pensar que acababa de elegir la azotea perfecta para aterrizar. Ellas podían oír el motor; sonaba más cerca que las voces gritando dentro de la casa. Su hermana levantó la mano como si pudiera tocarlo. Como su pudiera agarrarlo.
La chica apretó la otra mano de su hermana, intentando anclarla a las escaleras. Si te marchas, pensó, voy a ir contigo.
A veces escribir es correr cuesta abajo, tus dedos se sacuden detrás de ti sobre el teclado del modo en que lo hacen tus piernas cuando no pueden seguir el ritmo de la gravedad.
Cath cayó y cayó, dejando un rastro de palabras enmarañadas y malos símiles detrás de ella. A veces su barbilla temblaba. A veces se limpiaba los ojos con su suéter.
Cuando se tomó un descanso estaba hambrienta, y tenía tantas ganas de hacer pis que apenas llegó al baño de la tercera planta. Encontró una barrita de proteínas en la mochila de Levi, trepó de nuevo a su cama, y luego siguió escribiendo hasta que le oyó subir corriendo las escaleras.
Cerró el ordenador antes de que la puerta se abriera y la visión de él sonriendo hizo que sus ojos quemaran hasta su garganta.
—Deja de dar botes —espetó Wren—. Estás haciéndonos parecer unos nerds.
—Cierto —dijo Reagan—. Eso es lo que nos está haciendo parecer unos nerds. Los botes.
Levi le sonrió a Cath.
—Perdón, la atmósfera está llegando a mí. —Llevaba la camiseta de CARRY ON de ella sobre una camiseta negra de manga larga, y por alguna razón la visión de Baz y Simon frente a frente en su pecho era inquietantemente caliente.
—Está bien —dijo ella. La atmósfera también la estaba alcanzando. Habían estado esperando en la cola durante más de dos horas. La librería estaba reproduciendo la banda sonora de la película de Simon Snow, y había gente en todas partes. Cath reconoció a algunos de ellos de los pasados lanzamientos a medianoche; era como si todos fueran parte de un club que se reunía cada par de años.
11:58.
Los libreros empezaron a depositar grandes cajas de libros: cajas especiales, de color azul oscuro con estrellas doradas. La gerente de la tienda llevaba capa y un sombrero puntiagudo de bruja totalmente incorrecto. (Nadie en Watford llevaba sombreros puntiagudos). Se puso de pie sobre una silla y dio golpecitos en una de las cajas registradoras con una varita mágica que se parecía a algo que llevaría Campanilla. Cath rodó los ojos.
—Ahórrate el teatro —dijo Reagan—. Tengo un examen final mañana.
Levi estaba dando botes otra vez.
La gerente llamó a la primera persona de la fila con gran ceremonia, y todo el mundo en la tienda empezó a aplaudir. La cola se sacudió hacia adelante y pocos minutos más tarde, Cath estaba allí ante la caja registradora, y el empleado le tendió un libro que era de por lo menos ocho centímetros de espesor. La sobrecubierta se sentía como terciopelo.
Cath se alejó un paso de la caja registradora, Intentando salir del camino, agarrando el libro con ambas manos. Había una ilustración de Simon en la portada, sosteniendo en alto la Espada de los Magos bajo un cielo lleno de estrellas.
—¿Estás bien? —Oyó que alguien… ¿Levi?, preguntaba—. Oye… ¿estás llorando?
Cath pasó los dedos a lo largo de la cubierta, sobre la dorada letra de imprenta en relieve.
Luego alguien más corrió hacia ella, empujando el libro contra el pecho de Cath. Empujando dos libros contra su pecho. Cath alzó la vista justo cuando Wren lanzaba un brazo alrededor de ella.
—Ambas están llorando. —Cath oyó que decía Reagan—. Ni siquiera puedo mirar.
Cath liberó un brazo para envolverlo alrededor de su hermana.
—No puedo creer que realmente se haya acabado —susurró.
Wren la abrazó más fuerte. En verdad también estaba llorando.
—No seas tan melodramática, Cath. —Wren se rió con voz ronca—. Nunca se acaba. Es Simon.
* * *
Simon dio un paso hacia el Humdrum. Nunca había estado tan cerca. El calor y la atracción casi eran demasiado para él; sentía como si el Humdrum fuera a absorber su corazón a través de su pecho, sus pensamientos de su cabeza.
—Te creé con mi hambre —dijo Simon—. Con mi necesidad de magia.
—Con tu capacidad —dijo.
Simon se encogió de hombros, un esfuerzo hercúleo en la presencia y la presión del Humdrum.
Simon había pasado toda su vida, bueno, los últimos ocho años de ella, tratando de llegar a ser más poderoso, tratando de vivir de acuerdo con su destino, tratando de convertirse en el tipo de mago, tal vez el único mago, que podría derrotar al Humdrum Insidious.
Y todo lo que había hecho era avivar la necesidad del Humdrum.
Simon dio el último paso hacia adelante.
—Ya no estoy hambriento más.
Del capítulo 27, Simon Snow y el Octavo Baile, copyright © 2012 por Gemma T. Leslie.