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En los libros, cuando las personas despiertan en un lugar extraño, siempre tienen ese momento desorientador cuando no saben dónde están.
Eso nunca le había sucedido a Cath; siempre recordaba quedarse dormida.
Pero todavía se sentía extraño escuchar la misma vieja alarma apagarse en este nuevo lugar.
La luz en la habitación era extraña, demasiado amarilla por la mañana, y el aire del dormitorio tenía un toque de detergente del que no estaba segura si llegaría a acostumbrarse. Recogió su teléfono y apagó la alarma, recordando que todavía no le había escrito a Abel. No había siquiera revisado su e-mail o su cuenta de FanFixx antes de irse a la cama.
Primer día. —Le envió un mensaje a Abel ahora—. Más luego, x, o, etc.
La cama en el otro lado de la habitación estaba todavía vacía.
Podría acostumbrarse a eso. Tal vez Reagan pasaría todo su tiempo en la habitación de su novio. O en su apartamento. Su novio se veía mayor, probablemente vivía fuera del campus con otros veinte chicos, en alguna casa destartalada con un sofá en el patio delantero.
Incluso con la habitación para ella misma, no se sentía segura cambiándose aquí.
Reagan podría entrar en cualquier minuto, el novio de Reagan podría entrar en cualquier minuto… Y cualquiera de ellos podría ser un pervertido con la cámara del celular.
Cath llevó su ropa al baño y se cambió en una cabina. Había una chica en los lavabos, tratando desesperadamente de hacer contacto visual amistoso. Ella pretendió no notarlo.
Terminó de acomodarse con suficiente tiempo para tomar el desayuno, pero no tenía ganas de hacer frente al comedor, todavía no sabía dónde era, o cómo funcionaba…
En situaciones nuevas, todas las reglas más difíciles son aquellas que nadie se molesta en explicarte. (Y las que no puedes buscar en Google). Como: ¿dónde comienza la línea?, ¿qué comida puedes tomar?, ¿dónde se supone que debes ponerte de pie? Luego, ¿dónde se supone que tienes que sentarte?, ¿a dónde vas cuando terminas?, ¿por qué todo el mundo está mirándote?… Bah.
Abrió una caja de barras de proteína. Tenía cuatro cajas más y tres tarros gigantes de mantequilla de maní metidas debajo de su cama. Si mantenía el ritmo, podría no tener que enfrentar el comedor hasta octubre.
Abrió su portátil mientras masticaba una barra de algarrobo y avena y hacía clic a través de su cuenta en FanFixx. Había un montón de nuevos comentarios en su página, todas las personas retorciéndose las manos porque ella no había publicado un nuevo capítulo de Carry On ayer.
Hola chicos, escribió. Lo siento sobre lo de ayer. Primer día de escuela, familia, cosas, etc. Hoy quizás no suceda tampoco. Pero prometo que estaré de vuelta el martes, y tengo algo especialmente perverso planeado. Paz, fuera, Magicath.
Caminando a clases, Cath no podía evitar la sensación de que estaba pretendiendo ser una estudiante universitaria en una película para mayores de edad. El escenario era perfecto, atravesando el pasto verde, edificios de ladrillos, niños en todas partes con mochilas. Cath cambió su bolso incómodamente en su espalda. Mírame, soy una foto de archivo de una estudiante universitaria.
Llegó a Historia Americana diez minutos antes, lo que todavía no era suficientemente temprano para conseguir un asiento en la parte trasera de la clase. Todos en el salón parecían incómodos y nerviosos, como si hubieran pasado demasiado tiempo decidiendo qué ponerse.
(Comienza como si tuvieras la intención de seguir, había pensado cuando se probó su atuendo la noche anterior. Camisa Simon[3]. Cárdigan verde).
El chico sentado en el escritorio a su lado utilizaba auriculares y concienzudamente movía la cabeza. La chica al otro lado de Cath seguía cambiando su cabello de un hombro a otro.
Cerró los ojos. Podía sentir sus escritorios crujiendo. Podía oler sus desodorantes. Solo saber que ellos estaban allí la hacía sentirse tensa y arrinconada.
Si tuviera un poco menos de orgullo, podría haber tomado la clase con su hermana, ella y Wren necesitaban los créditos de historia. Tal vez debería estar tomando clases con Wren mientras todavía tenían un poco en común; no se interesaban en nada del mismo tema. Wren quería estudiar mercadeo, y quizás conseguir un trabajo en publicidad como su papá.
Cath no podía imaginar tener ninguna clase de trabajo o carrera. Se había especializado en Inglés, esperando que eso significara poder pasar los próximos cuatro años leyendo y escribiendo. Y tal vez los cuatros años después de eso.
De cualquier manera, ya había probado el curso introductorio para los de primer año, y cuando se reunió con su consejero en la primavera, lo convenció de que podía manejar la Introducción a la Escritura de Ficción en un curso de nivel junior. Era la única clase —tal vez la única cosa en la universidad— que Cath estaba esperando. La profesora que lo impartía era una novelista de verdad. Cath había leído todos sus tres libros (sobre el descenso y la desolación en la América rural) en el verano.
—¿Por qué estás leyendo eso? —preguntó Wren cuando lo notó.
—¿Qué?
—Algo sin un dragón o un elfo en la cubierta.
—Estoy diversificándome.
—Shh —dijo Wren, cubriendo los oídos en el poster de la película sobre su cama—. Baz te escuchará.
—Baz está seguro de nuestra relación —había dicho Cath, sonriendo a su pesar.
Pensar en Wren en ese momento hizo a Cath buscar su teléfono.
Wren probablemente había salido anoche.
Había sonado como si todo el campus estuviera festejando. Cath se sentía asediada en su habitación vacía. Gritos. Risas. Música. Todo viniendo de todas direcciones. Wren no habría podido resistir el ruido.
Cath buscó su teléfono en su mochila.
¿Estás despierta? Envió.
Pocos segundos después, su teléfono sonó. ¿Ésa no es mi línea?
Demasiado cansada para escribir anoche —tecleó Cath—, fui a la cama a las diez.
Sonó. Ya descuidando a tus admiradores…
Cath sonrió. Siempre tan celosa de mis fanáticos…
Ten un buen día.
Sí, tú también.
Un hombre indio de mediana edad en una reconfortante chaqueta de lana entró en el auditorio.
Cath bajó su teléfono y lo deslizó dentro de su bolso.
Cuando regresó al dormitorio, se encontraba hambrienta. A este ritmo, sus barras de proteína no durarían una semana…
Había un chico sentando fuera de su habitación. El mismo. ¿Novio de Reagan? ¿El amigo de cigarrillos de Reagan?
—¡Cather! —dijo con una sonrisa. Comenzó a ponerse de pie tan pronto como la vio, lo que fue más de una producción de la que debería haber sido; sus piernas y brazos eran demasiado largos para su cuerpo.
—Es Cath —dijo.
—¿Estás segura? —Recorrió una mano a través de su cabello. Como si estuviera confirmando que estaba todavía desordenado—. Porque realmente me gusta Cather.
—Estoy segura —dijo categóricamente—. He tenido un montón de tiempo para pensar al respecto.
Él se paró allí, esperando a que ella abriera la puerta.
—¿Está Reagan aquí? —preguntó Cath.
—Si Reagan estuviera aquí —sonrió—, ya estaría adentro.
Cath apretó su llave pero no abrió la puerta. No estaba al tanto de esto. Ya estaba saturada de nuevo y otra vez el día de hoy. Justo ahora solo quería acurrucarse en su cama extraña y ruidosa e inhalar tres barras de proteína. Miró sobre el hombro del muchacho.
—¿Cuándo llegará?
Él se encogió de hombros.
El estómago de Cath se apretó.
—Bueno, simplemente no puedo dejarte entrar —espetó.
—¿Por qué no?
—Ni siquiera te conozco.
—¿Estás bromeando? —Rió—. Nos conocimos ayer. Estaba en la habitación cuando me conociste.
—Sí, pero no te conozco. Ni siquiera conozco a Reagan.
—¿Vas a hacerla esperar afuera también?
—Mira… —dijo Cath—, simplemente no puedo dejar a chicos extraños en mi habitación. Ni siquiera sé tu nombre. Toda esta situación es demasiado abusiva.
—¿Abusiva?
—Tú entiendes —dijo—, ¿cierto?
Él dejó caer una ceja y sacudió la cabeza, todavía sonriendo.
—No realmente. Pero ahora no quiero entrar contigo. La palabra «abusivo» me pone incómodo.
—A mí también —dijo agradecidamente.
Se recostó contra la pared y se deslizó nuevamente hacia el suelo, mirándola. Luego le tendió la mano.
—Soy Levi, por cierto.
Cath frunció el ceño y tomó su mano ligeramente, todavía sosteniendo sus llaves.
—De acuerdo —dijo, luego abrió la puerta y la cerró tan rápidamente como fue posible detrás de ella.
Agarró su laptop y sus barras de proteína y gateó hasta la esquina de su cama.
Cath estaba tratando de caminar por su lado de la habitación, pero no había suficiente piso. Ya se sentía como una prisión ahí, especialmente ahora que el novio de Reagan, Levi, estaba de pie haciendo guardia —o sentando haciendo guardia, o lo que fuera— en el pasillo. Cath se sentiría mejor si pudiera simplemente hablar con alguien. Se preguntaba si era demasiado pronto para llamar a Wren.
Llamó a su papá en su lugar. Y dejó un mensaje de voz.
Le escribió un mensaje a Abel. Hola. Uno menos. ¿Qué tal?
Abrió su libro de sociología. Luego abrió su laptop. Después se levantó para abrir la ventana. Estaba cálido afuera. Las personas se perseguían una a las otras con pistolas Nerf en el exterior de una casa de fraternidad cruzando la calle. Pi-Kappa-Luce-Raro-O.
Cath tiró de su teléfono y marcó.
—Hola —respondió Wren—, ¿cómo fue tu primer día?
—Bien. ¿Cómo estuvo el tuyo?
—Bien —dijo Wren. Siempre se las arreglaba para sonar despreocupada y tranquila—. Quiero decir, estresante, supongo. Fui al edificio equivocado para Estadística.
—Eso apesta.
La puerta se abrió y Reagan y Levi entraron. Reagan le dio a Cath una mirada extraña, pero Levi solo sonrió.
—Sí —dijo Wren—. Solo me atrasó un par de minutos, pero todavía me siento tan estúpida… Oye, Courtney y yo estamos de camino a cenar, ¿puedo llamarte de vuelta? ¿O simplemente quieres reunirte con nosotras para almorzar mañana? Creo que comenzaremos a encontrarnos en el Salón Selleck al mediodía. ¿Sabes dónde está?
—Lo encontraré —dijo Cath.
—Está bien, genial. Te veo entonces.
—Genial —dijo Cath, presionando Terminar y colocando el teléfono en su bolsillo.
Levi ya se había tumbado en la cama de Reagan.
—Hazte útil —dijo Reagan, arrojándole una sábana arrugada—. Hola —le dijo a Cath.
—Hola —dijo ella. Se mantuvo de pie ahí por un minuto, esperando a que alguna clase de conversación sucediera, pero Reagan no parecía interesada. Estaba revisando todas sus cajas, como si estuviera buscando algo.
—¿Cómo estuvo tu primer día? —preguntó Levi.
Le tomó un segundo a Cath caer en la cuenta de que le hablaba a ella.
—Bien —dijo.
—Eres de primer año, ¿cierto? —Estaba haciendo la cama de Reagan. Cath se preguntó si planeaba pasar la noche, eso no sucedería. En absoluto.
Todavía estaba mirándola, sonriéndole, así que asintió.
—¿Encontraste todas tus clases?
—Sí…
—¿Estás conociendo gente?
Sí, pensó, gente como tú.
—No intencionalmente —dijo.
Escuchó a Reagan resoplar.
—¿Dónde están tus fundas? —le preguntó Levi al armario.
—Cajas —dijo Reagan.
Comenzó vaciando una caja, colocando cosas en el escritorio de Reagan como si supiera dónde iban. Su cabeza colgaba hacia adelante como si estuviera solo vagamente conectada a su cuello y hombros. Como si él fuera una de esas figuras de acción que se mantienen juntas por bandas de goma gastadas. Levi parecía un poco salvaje. Él y Reagan, ambos lo parecían. La gente tiende a emparejarse de esa manera, pensó Cath, en pares que coincidan.
—Así qué, ¿qué estás estudiando? —le preguntó a Cath.
—Inglés —dijo, luego esperó demasiado tiempo para decir—: ¿Qué estás estudiando?
Parecía encantado de le hicieran esa pregunta. O cualquier pregunta.
—Manejo de pastizales.
Cath no sabía lo que eso significaba, pero no quería preguntar.
—Por favor no comiencen a hablar sobre Manejo de Pastizales —gimió Reagan—. Simplemente pongamos esa regla, por el resto del año. Ninguna charla sobre Manejo de Pastizales en mi habitación.
—Es la habitación de Cather también —dijo Levi.
—Cath —lo corrigió Reagan.
—¿Qué tal cuando no estés aquí? —le preguntó a Reagan—. ¿Podemos hablar sobre Manejo de Pastizales cuando de hecho no estés en la habitación?
—Cuando no esté en realidad en la habitación —dijo—. Creo que vas a estar esperando afuera en el pasillo.
Cath sonrió a la parte posterior de la cabeza de Reagan. Luego vio a Levi observándola y se detuvo.
Todos en el salón de clases lucían como si esto fuera lo que habían estado esperando durante toda la semana. Era como si estuvieran esperando a que un concierto empezara. O el estreno de una película de media noche.
Cuando la profesora Piper entró, un par de minutos después, la primera cosa que Cath notó fue que era más pequeña de lo que parecía en las fotos de la cubierta de sus libros.
Tal vez eso era estúpido. Después de todo solo eran tomas de cabeza. Pero la profesora Piper realmente las llenaba, con sus grandes pómulos, ojos azules acuosos, y una espectacular cabeza de largo cabello marrón.
En persona, el cabello de la profesora igualmente espectacular, pero con mechones grises y un poco más espeso que en las fotos. Era tan pequeña, que tenía que dar un pequeño salto para sentarse en su escritorio.
—Entonces —dijo en lugar de «Hola»—. Bienvenidos a Escritura de Ficción. Reconozco a unos pocos. —Sonrió por la habitación a las personas que no eran Cath.
Ella era claramente la única novata en la habitación. Estaba comenzando a imaginar que identificaba a los de primer año… Bolsos demasiado nuevos. Maquillaje en las chicas. Camisetas Jokey Hot Topic en los chicos.
Todo en Cath, desde sus nuevas Vans rojas hasta las gafas moradas oscuras que había elegido en Target, la delataba. Todos los estudiantes de último año usaban Ray-Bans negras de marco pesado. Todos los profesores también. Si conseguía Ray-Bans negras, probablemente podría ordenar un gin tonic sin tener que dar su identificación.
—Bien —dijo la profesora Piper—, estoy feliz de que todos estén aquí. —Su voz era cálida y susurrante, podías decir que ronroneaba sin llegar demasiado lejos, y hablaba solo suficientemente suave para que todos tuvieran que sentarse quietos para escucharla.
—Tenemos mucho que hacer este semestre —dijo—. Así que no vamos a desperdiciar otro minuto. Vamos a zambullirnos directamente en ello. —Se inclinó hacia adelante en su escritorio, sosteniéndose en el borde—. ¿Están preparados? ¿Se zambullirán conmigo?
La mayoría de las personas asintieron. Cath bajó la mirada hacia su cuaderno.
—Muy bien. Vamos a comenzar con una pregunta que realmente no necesita una respuesta… ¿Por qué escribimos ficción?
Uno de los estudiantes más antiguos, un chico, decidió animarse.
—Para expresarnos a nosotros mismos —ofreció.
—Claro —dijo la profesora Piper—. ¿Es por eso que escribes?
El chico asintió.
—De acuerdo. ¿Por qué más?
—Porque nos gusta el sonido de nuestras propias voces —dijo una chica. Tenía el cabello como Wren, pero tal vez incluso mejor. Lucía como Mia Farrow[4] en Rosemary’s Baby[5] (usando un par de Ray-Bans).
—Sí. —Rió la profesora Piper. Era una risa encantada, pensó Cath—. Ésa es la razón por la que escribo, definitivamente. Ése es el motivo por el que enseño. —Todos rieron con ella—. ¿Por qué más?
¿Por qué escribo? Cath intentó llegar a una respuesta profunda, sabiendo que no hablaría, incluso si la encontrara.
—Para explorar nuevos mundos —dijo alguien.
—Para explorar los antiguos —dijo alguien más. La profesora Piper estaba asintiendo.
Para ser alguien más, pensó Cath.
—Entonces. —Ronroneó la profesora Piper—, ¿tal vez para darnos sentido a nosotros mismos?
—Para liberarnos —dijo una chica.
Para conseguir libertad de nosotros mismos.
—Para mostrarles a las personas cómo es dentro de nuestra cabeza —dijo un chico en unos vaqueros rojos ajustados.
—Asumiendo que ellos quieran saber —añadió la profesora Piper. Todo el mundo rió.
—Para hacer a la gente reír.
—Para conseguir atención.
—Porque es todo lo que sabemos hacer.
—Habla por ti mismo —dijo la profesora—. Yo toco el piano. Pero sigamos. Amo esto. Me encanta.
—Para dejar de escuchar las voces en nuestra cabeza —dijo el chico frente a Cath. Tenía cabello corto y oscuro que llegaba a un punto moreno en la parte posterior de su cuello.
Para parar, pensó Cath.
Para dejar de ser cualquier cosa o estar en cualquier lugar en absoluto.
—Para dejar nuestra marca —dijo Mia Farrow—. Para crear algo que nos sobrevivirá.
El chico frente a Cath habló de nuevo:
—Reproducción asexual.
Cath se imaginó a sí misma en su laptop. Trataba de poner en palabras cómo se sentía, qué sucedía cuando estaba bien, cuando funcionaba, cuando las palabras salían antes de que ella supiera qué significaban, burbujeando desde su pecho, como una rima, como el rap, como saltar la cuerda, pensó, saltando justo antes de que la cuerda golpee tus tobillos.
—Para compartir algo real —dijo otra chica. Otro par de Ray-Bans.
Cath negó con la cabeza.
—¿Por qué escribimos ficción? —preguntó la profesora Piper.
Cath bajó la mirada a su cuaderno.
Para desaparecer.
* * *
Estaba tan concentrado —y frustrado— que ni siquiera vió a la chica de cabello rojo sentarse a su mesa. Llevaba trenzas y anteojos puntiagudos pasados de moda, del tipo que usarías para un vestido de fiesta elegante si estuvieras yendo como una bruja.
—Vas a agotarte —dijo la chica.
—Solo estoy tratando de hacer esto bien —gruñó Simon, golpeteando la moneda de dos peniques de nuevo con su varita y frunciendo el ceño dolorosamente. Nada pasó.
—Así —dijo ella, agitando su mano cuidadosamente sobre la moneda.
No tenía una varita, pero usaba un gran anillo morado. Había hilo envolviéndolo para mantenerlo en su dedo.
Vuela lejos a casa.
Con una sacudida, a la moneda le crecieron seis piernas y un tórax y comenzó a escabullirse. La chica la recogió amablemente del escritorio y la metió en tarro.
—¿Cómo hiciste eso? —preguntó Simon. Ella era de primer año, justo como él; podía decirlo por el escudo verde en la parte frontal de su jersey.
—Tú no haces magia —dijo, tratando de sonreír modestamente y mayormente tuvo éxito—. Tú eres magia.
Simon miró a la pequeña chica pájaro.
—Soy Penelope Bunce —dijo la chica, extendiendo su mano.
—Soy Simon Snow —dijo, tomándola.
—Lo sé —dijo Penelope, y sonrió.
Del capítulo 8, Simon Snow y el Heredero del Mago, copyright © 2001 por Gemma T. Leslie.