28
—Dios, Cather, si necesitas un descanso, solo dime.
Levi se encontraba acostado sobre su cama, y le acababa de decir que se iba a casa por unos días por la fiesta de cumpleaños de su hermana, y en vez de contestarle Te extrañaré o Diviértete, Cath dijo: Oh, eso es perfecto.
—No fue eso lo que quise decir —se disculpó—. Es solo que mi papá irá a Tulsa este fin de semanas así que no me necesitará. Y si tú irás a casa, no me necesitarás, y eso significa que tengo todo el fin de semana para escribir. Estoy tan atrasada con Carry On…
Tan atrasada. Y tan fuera de ritmo.
Si no trabajaba en su historia aunque fuera un poco todos los días, Cath perdía el hilo, el ímpetu. Terminaba escribiendo largas conversaciones que no llegaban a ningún lado, o escenas donde Baz y Simon memorizaban los planos del rostro del otro. (Estas escenas eran extrañamente populares con los comentaristas, pero a la larga no ayudaban a la historia).
—Aun así te necesitaría —dijo Levi, bromeando.
A esto le siguió una larga conversación que no llegaba a ninguna parte mientras la cual ella intentó memorizar los planos de su rostro. (Era más difícil de lo que imaginarías, éstos cambiaban constantemente). Casi lo había besado entonces.
Casi lo había besado de nuevo esa tarde cuando él se detuvo en su dormitorio para despedirse en su salida de la ciudad. Cath estuvo de pie en la acera, y Levi se había inclinado fuera de la cabina de su camioneta, y hubiera sido tan fácil simplemente encontrarlo a medio camino. Hubiese sido seguro también, porque él se encontraba atrapado en el camión y también estaba yendo fuera de la ciudad. Así que no habría efecto cascada. Ningún una-cosa-llevó-a-la otra. Nada más.
Si Cath lo hubiera besado, si le hubiera dejado saber a Levi que podía besarla, ella no estaría viviendo del casi beso desde noviembre…
Habían pasado seis horas desde que Levi se marchó a Arnold, y Cath ya había escrito dos mil palabras de Simon. Había progresado tanto esa noche, que estaba pensando tomarse un descanso mañana y comenzar con su tarea de Escritura de Ficción, tal vez podría incluso terminarla. Sería increíble contarle a Levi que había terminado cuando volviera a casa el domingo.
Cath se encontraba inclinándose hacia atrás en su silla, estirando los brazos cuando la puerta se abrió de golpe y Reagan irrumpió en la habitación. (Cath ni siquiera saltó).
—Bien, miren a quién tenemos aquí —dijo Reagan—. Acompañada por su soledad. ¿No deberías estar en algún lugar uniéndote con el orgullo de Arnold?
—Fue a casa por el cumpleaños de su hermana.
—Lo sé. —Reagan caminó hasta su clóset y se detuvo allí, deliberando—. Intentó convencerme a ir con él. El chico es alérgico a la soledad.
—Intentó que fuera con él, también —dijo Cath.
—¿Dónde hubieses dormido?
—No lo había resuelto todavía.
—Já —dijo Reagan, aflojando su corbata de Olive Garden—. Volvería a Arnold por eso. Para verte conocer a Marlisse.
—¿De verdad es tan mala?
—Probablemente ya no lo sea. Yo la domé para ti. —Reagan tiró de su camisa abotonada blanca y tomó un suéter negro. Su sujetador era de un púrpura brillante.
Eso. Eso era exactamente el tipo de cosas que se metía en la cabeza de Cath y le impedía besar a Levi. Llegar a ver la ropa interior tecnicolor de su exnovia. Saber exactamente quién lo había domado. Si solo a Cath no le cayera tan bien Reagan.
Reagan cruzó hacia el lado de Cath de la habitación, inclinándose y pegando su coronilla al rostro de Cath.
—¿Mi pelo huele a pan de ajo?
Cath tomó un respiro cauteloso.
—No es desagradable.
—Maldita sea —dijo Reagan, poniéndose de pie—. No tengo tiempo para lavarlo. —Sacudió el pelo frente al espejo de la puerta y cogió el bolso—. Está bien —dijo—, a menos que algo vaya muy mal, deberías tener la habitación toda para ti esta noche. No hagas nada que yo no haría.
—No lo he hecho hasta ahora —dijo Cath secamente.
Reagan resopló y se marchó.
Cath le frunció el ceño a la puerta. No estés celosa. Ya había una regla sobre esto, pero Cath debía inventar otra, solo para ella: No te compares con Reagan. Es como comparar manzanas y… pomelos.
Cuando su teléfono sonó unos minutos más tarde, Cath sacudió el último de sus sentimientos que la ponían verde y sonrió. Se suponía que Levi la llamaría antes de ir a la cama. Cogió el teléfono y estaba a punto de responder cuando vio el nombre de Wren en la pantalla. WREN.
Ella y Wren no habían hablado —ni siquiera se habían enviado mensajes de texto— desde las vacaciones de Navidad. Hacía casi tres meses. ¿Por qué llamaba ahora Wren? Tal vez fue un error. Tal vez fuera solo otra «C» equivocada.
Cath sostuvo el teléfono en la palma de su mano y lo miró fijamente, como si estuviera esperando una explicación.
El teléfono dejó de sonar. Cath continuó observándolo. Comenzó de nuevo.
WREN.
Cath presionó Aceptar y sostuvo el teléfono en su oreja.
—¿Hola?
—¿Hola? —No era la voz de Wren—. ¿Cather?
—¿Sí?
—Gracias a Dios. Es… tú mamá.
Tú mamá. Cath alejó su oído.
—¿Cather?
—Sí —dijo Cath débilmente.
—Estoy en el hospital con Wren.
Tu mamá. Cather.
Wren.
—¿Por qué? ¿Está bien?
—Ella ha bebido demasiado. Alguien, honestamente no sé nada, alguien la dejó aquí. Pensé que tal vez tú sabrías.
—No —dijo Cath—, no lo sé. Ya voy. ¿Estás en el hospital?
—St. Elizabeth. Llamé a tu padre ya, está volando de regreso.
—Bien —dijo Cath—. Estoy yendo.
—Está bien —dijo Laura. Tu mamá—. Bueno.
Cath asintió, todavía con el teléfono en la oreja y luego lo dejó caer sobre su regazo y colgó.
Reagan volvió por ella. Cath había intentado llamar a Levi primero —no porque pensaba que podía ayudar, estaba a cuatro horas de distancia— pero quería hablar con alguien. (El tipo de conversación «etiquetado». Del tipo que significa seguridad). Levi no respondió, por lo que le envió un texto escueto, «Wren está en el hospital», luego llamó a su padre. Él tampoco respondió.
Reagan sabía dónde estaba St. Elizabeth y dejó a Cath en la puerta delantera.
—¿Necesitas compañía?
—No —dijo Cath, con la esperanza de que Reagan viera través de ella. Reagan no lo hizo. Ella se alejó y Cath se detuvo un momento en la puerta giratoria, sintiendo como si no pudiera empujarla.
El hospital estaba casi cerrado durante la noche. La recepción estaba vacía y los ascensores principales se encontraban apagados. Cath finalmente se dirigió a la sala de emergencias. Un empleado le dijo que Wren se encontraba arriba, y la envió por otro pasillo vacío. Eventualmente, salió por un ascensor en el sexto piso, sin saber qué estaba buscando.
Cuando intentó imaginarse a Laura, todo lo que Cath podía recordar era cómo lucía en sus fotos familiares. Pelo castaño largo, grandes ojos marrones. Anillos de plata. Vaqueros desteñidos. En un simple vestido amarillo en su día de la boda, su panza comenzando a notarse.
Esa mujer no estaba aquí.
La sala de espera estaba vacía a excepción de una mujer rubia sentada en un rincón, con los puños apretados en su regazo. Ella levantó la vista cuando Cath entró en la habitación.
—¿Cather?
Tomó unos segundos para que las líneas y los colores se mezclaran en un rostro que Cath pensó podría reconocer. En esos segundos, una parte de Cath corrió hacia la desconocida rubia, envolvió sus brazos alrededor de sus muslos y apretó la cara contra su estómago. Parte de Cath gritó. Tan fuerte como pudo. Y parte de ella prendió a todo el mundo fuego solo para verlo quemarse.
La mujer se puso de pie y dio un paso hacia Cath.
Cath se detuvo.
Laura pasó a su lado a la estación de enfermeras y dijo algo en voz baja.
—¿Tú eres la hermana? —preguntó la enfermera, levantando la vista. Cath asintió.
—Solo necesitamos que conteste algunas preguntas.
Cath hizo lo mejor que pudo: Ella no sabía lo que Wren había estado bebiendo. No sabía dónde había estado o con quién.
Sentía que no podía responder todas las otras preguntas frente a un extraño, frente a Laura, que estaba allí de pie, observando el rostro de Cath como si estuviera tomando notas. Cath la miró, impotente, a la defensiva, y Laura caminó de vuelta al rincón. ¿Wren era una bebedora regular? Sí. ¿Solía beber hasta a la embriaguez? Sí. ¿Se había desmayado? Sí. ¿Utilizaba otras drogas? No sé. ¿Estaba tomando algún medicamento? Control de la natalidad. ¿Tiene una tarjeta de seguro? Sí.
—¿Puedo verla? —preguntó Cath.
—Todavía no —respondió la enfermera.
—¿Está bien?
—Yo no soy su enfermera. Sin embargo, el médico informó a su madre.
Cath miró a Laura, a su madre, a esta triste mujer rubia con los ojos cansados y pantalones vaqueros muy caros. Fue a sentarse frente a ella, estabilizándose a sí misma. Esto no era una reunión, esto no era nada. Estaba aquí por Wren.
—¿Está bien?
Su madre levantó la vista.
—Creo que sí. No ha despertado todavía. Alguien la dejó en la sala de emergencias hace unas horas, luego se marchó. Supongo que ella no respiraba… lo suficiente. Realmente no sé cómo funciona. Le están dando fluidos. Es cuestión de esperar ahora. Esperar.
El cabello de Laura estaba cortado en un melena larga que colgaba como dos afiladas alas debajo de su barbilla. Llevaba una rígida camisa blanca y demasiados anillos en sus dedos.
—¿Por qué te llamaron? —preguntó Cath. Tal vez era algo grosero de preguntar, pero no le importó.
—Oh —dijo Laura. Rebuscó en un bolso Coach de color crema y sacó el teléfono de Wren, sosteniéndolo a través del pasillo.
Cath lo tomó.
—Buscaron en sus contactos —dijo Laura—. Dijeron que siempre llaman a la mamá en primer lugar.
La mamá, pensó Cath.
Cath marcó el número de su padre. Fue directamente al buzón de voz. Se levantó y caminó a unas pocas sillas de distancia, por medio metro de privacidad.
—Papá, es Cath. Estoy en el hospital. Todavía no he visto a Wren. Te llamaré cuando sepa algo más.
—Hablé con él antes —dijo Laura—. Está en Tulsa.
—Lo sé —dijo Cath, mirando el teléfono—. ¿Por qué no me llamó él?
—Yo… dije que lo haría. Él tenía que llamar a la aerolínea.
Cath se sentó de nuevo, ya no justo al otro lado de Laura. No tenía nada más que decirle, y no había nada que quisiera oír.
—Ustedes… —Laura se aclaró la garganta. Estaba empezando cada frase como si no tuviera aliento para terminarla—, aún se ven tan parecidas.
Cath levantó la cabeza para mirarla.
Era como mirar a nadie en absoluto.
Y entonces fue como mirar a la persona que esperabas ver reconfortándote cuando despertabas de una pesadilla.
Cada vez que Levi había preguntado por su madre, Cath siempre dijo que no recordaba mucho. Y eso siempre había sido verdad.
Pero ahora no lo era. Ahora, sentarse tan cerca de Laura abrió alguna secreta y mediana puerta en el cerebro de Cath. Y podía ver a su madre, con un enfoque perfecto, sentada en el otro lado de su mesa de comedor. Estaba riendo de algo que Wren había dicho así que Wren lo repetía, y su madre seguía riendo. Reía por la nariz. Su cabello era oscuro, y metía marcadores en su cola de caballo, para así poder dibujar cualquier cosa. Una flor. Un caballito de mar. Un unicornio. Y cuando estaba irritada, los hacía chasquear. Chasqueaba los dedos. Chasquido, chasquido, chasquido, mientras hablaba por teléfono. Las cejas severas, mostrando los dientes. «Shhh». Estaba en la habitación con su padre, gritando. En el zoológico, ayudando a Wren en la persecución de un pavo real. Estaba desplegando la masa para las galletas de jengibre. En el teléfono, chasqueando. En el dormitorio, gritando. De pie en el porche, metiendo el cabello de Cath detrás de las orejas una y otra vez, acariciando su mejilla con un largo y plano pulgar, y haciendo promesas que no iba a cumplir.
—Somos gemelas —dijo Cath. Porque era la cosa más estúpida que se le ocurrió decir. Porque eso es lo que «ustedes aún se ven tan parecidas» merecía cuando su madre era quien lo decía.
Cath sacó su teléfono y envió un mensaje a Levi. «En el hospital ahora, todavía no he visto a Wren. Intoxicación por alcohol. Mi madre está aquí. Te llamaré mañana». Y entonces envió otro: «Estoy feliz de que estés por ahí leyendo esto, eventualmente leyendo esto, me hace sentir mejor». Su indicador de la batería se puso rojo.
Laura también sacó su teléfono. (¿Por qué estaba Cath llamándola así? Cuando era una niña, Cath ni siquiera había sabido el nombre de su madre. Su padre la llamaba «cariño» —un forzado, tenso y cuidadoso— «cariño», y su madre lo llamaba «Art»). Laura estaba enviando mensajes de texto a alguien, probablemente a su marido, y por alguna razón eso le molestó. Que estuviera enviando mensajes de texto a alguien en este momento. Que estuviera haciendo alarde de su nueva vida.
Cath se cruzó de brazos y miró la estación de enfermeras. Cuando sintió las lágrimas viniendo, se dijo que eran por Wren, y seguramente algunas lo eran.
Esperaron.
Y esperaron.
Pero no juntas.
Laura se levantó para ir al baño una vez. Caminaba como Wren, balanceando las caderas, apartándose el cabello lejos de la cara.
—¿Quieres un café? —preguntó.
—No, gracias —dijo Cath.
Mientras Laura estaba lejos, Cath intentó llamar a su padre otra vez. Si contestaba el teléfono, estaba segura de que lloraría un poco más, incluso podría llamarlo «papi». No contestó.
Laura trajo una botella de agua y la puso sobre la mesa junto a Cath. Cath no la abrió.
Las enfermeras las ignoraron. Laura hojeó una revista. Cuando el médico salió a la sala de espera, ambas se levantaron.
—¿Sra. Avery? —dijo, mirando a la madre de Cath.
—¿Cómo está? —dijo Laura, lo que Cath pensó que era una ágil respuesta.
—Creo que va a estar bien —dijo el médico—. Su respiración es buena. Su oxígeno es bueno. Está absorbiendo los fluidos, y despertó un poco para hablarme hace unos minutos. Creo que esto solo va a ser un susto… A veces un susto puede ser de gran valor.
—¿Puedo verla? —preguntó Cath.
El médico miró hacia Cath. Casi podía oírlo pensar gemelas.
—Sí —dijo—. Eso debería estar bien. Estamos realizando otra prueba. Tendré a la enfermera viniendo por ti cuando hayamos terminado.
Cath asintió y cruzó los brazos otra vez alrededor de su estómago.
—Gracias —dijo Laura.
Cath volvió a su silla a esperar. Pero Laura se quedó allí junto a la estación de enfermeras. Después de un minuto, regresó a su silla y recogió su bolso Coach, metiendo un pañuelito usado en un bolsillo y nerviosamente suavizando las correas de cuero.
—Bueno —dijo—. Creo que voy a volver a casa.
—¿Qué? —La cabeza de Cath se levantó.
—Debería irme —dijo Laura—. Tu padre estará aquí pronto.
—Pero… no puedes.
Laura deslizó su bolso a lo largo de su brazo.
—Oíste al médico —dijo Cath—. Vamos a poder verla en pocos minutos.
—Tú vas a verla —dijo Laura—. Deberías ir.
—Deberías venir, también.
—¿Es eso lo que realmente quieres? —La voz de Laura era cortante, y parte de Cath retrocedió.
—Es lo que Wren querría.
—No estés tan segura —dijo Laura, sonando cansada otra vez, pellizcando el puente de su nariz—. Mira… no debería estar aquí. Fue una casualidad que me llamaran. Ahora estás aquí, tu padre está en camino.
—Simplemente no dejas a alguien solo en el hospital —dijo Cath. Salió ardiente.
—Wren no está sola —dijo Laura con severidad—. Te tiene.
Cath se puso de pie de un salto y se balanceó allí. No Wren, pensó. No quise decir Wren.
Laura tiró las correas del bolso más arriba.
—Cather…
—No puedes irte así…
—Es lo correcto de hacer —dijo Laura, bajando la voz.
—¿En qué universo paralelo? —Cath sintió la furia estallar por su garganta como un corcho apareciendo—. ¿Qué clase de madre se va del hospital sin ver a su hija? ¿Qué clase de madre abandona? Wren está inconsciente, y si crees que no tiene nada que ver contigo, estás echando un vistazo a la superficie de la realidad, y estoy aquí, y ni siquiera me has visto en diez años, y, ¿ahora te vas? ¿Ahora?
—No hagas esto sobre mí —siseó Laura—. Es obvio que no me quieres aquí.
—Lo estoy haciendo sobre mí —dijo Cath—. No es mi trabajo quererte o no. No es mi trabajo ganarte.
—Cather. —La boca y los puños de Laura estaban apretados—. Las he contactado. He tratado.
—Eres mi madre —dijo Cath. Sus puños estaban aún más apretados—. Esfuérzate más.
—Éste no es el momento ni el lugar para esto —dijo Laura en voz baja, constantemente, tirando de su bolso—. Hablaré con Wren después. También me encantaría hablar contigo después. Me encantaría hablar contigo, Cather, pero no pertenezco a este lugar en este momento.
Cath sacudió la cabeza.
—Ahora es todo lo que obtienes —escupió, deseando poder tener más sentido. Deseo de más palabras, o mejores—. Ahora es todo lo que tienes.
Laura levantó la barbilla y se apartó el cabello lejos de su cara. No escuchaba ya. Era la indiferente.
—No pertenezco aquí —dijo de nuevo—. No voy a interferir de esta manera.
Y luego se fue. Hombros, espalda, caderas balanceándose.
* * *
Tendría que decirle al Mago lo que vio.
Por fin he visto al Humdrum, señor. Sé por lo que luchamos, por mí.
—Lo que queda de ti —había dicho el monstruo.
¿Qué queda de mí? Se preguntó Simon. ¿Un fantasma? ¿Un agujero? ¿Un eco?
¿Un pequeño niño enojado con nerviosas manos?
Del capítulo 24, Simon Snow y el Séptimo Roble, copyright © 2010 por Gemma T. Leslie.