8

—¿Has empezado tu escena ya?

Estaban en el subsótano de la biblioteca, el subsubsótano, y hacía más frío que de costumbre. El viento hacía revolotear el flequillo de Nick sobre su frente. ¿Los chicos lo llaman «flequillo»?, se preguntó Cath.

—¿Por qué hay viento aquí? —preguntó.

—¿Por qué hay viento en cualquier lugar? —respondió Nick.

Eso la hizo reír.

—No lo sé. ¿Corrientes?

—¿Cuevas respiratorias?

Eso no es viento en absoluto —dijo Cath—. Es lo que sentimos cuando el tiempo de repente avanza.

Nick le sonrió. Sus labios eran delgados pero oscuros, del mismo color que el interior de su boca.

—Los instrumentos ingleses no sirven para nada —dijo, sacudiendo las cejas. Luego le dio un codazo—. Entonces. ¿Has empezado tu escena? Probablemente la hayas terminado ya. Eres tan malditamente rápida.

—Tengo un montón de práctica —dijo.

—¿Práctica escrita?

—Sí. —Por un segundo, pensó en decirle la verdad. Sobre Simon y Baz. Sobre el capítulo por día y sus treinta y cinco mil visitas…—. Escribo relatos —dijo—. Cada mañana, solo para mantenerme ágil. ¿Has empezado tu escena?

—Sí —dijo Nick. Dibujando remolinos en el margen de su libreta—. Tres veces. Solo que no estoy tan seguro de esta tarea.

La profesora Piper quería que escribieran una escena con un narrador poco fiable. Cath había escrito la suya desde el punto de vista de Baz. Era una idea que tenía desde hace tiempo; tal vez lo convertiría en un fic más largo algún día, el día que terminara con Carry On.

—Debería ser pan comido para ti —dijo Cath, codeando a Nick de vuelta, más gentilmente—. Todos tus narradores son poco confiables.

Nick la había dejado leer algunas de sus historias cortas y los primeros capítulos de una novela que había comenzado en primer año. Todo era oscuro, más sucio y corrupto de lo que escribiría Cath alguna vez, pero aún así divertido. Y vigorizante, de alguna forma. Nick era bueno.

Le gustaba sentarse junto a él y observar todo lo bueno provenir de su mano. Observar las bromas salir en tiempo real. Observarlo encajar las palabras juntas.

—Exactamente… —dijo, lamiéndose el labio superior. Prácticamente no tenía uno, solo una mancha de rojo—. Por eso es que me siento como si tuviera que hacer algo especial para esta ocasión.

—Vamos. —Cath le quitó la libreta—. Mi turno.

Siempre era difícil conseguir que Nick renunciara a la libreta.

La primera noche que trabajaron en su historia extracurricular, Nick se había presentado con tres páginas ya escritas.

—Eso es trampa —había dicho Cath.

—Es solo un primer empujón —dijo—, para continuar.

Había tomado el cuaderno, escrito sobre y entre sus palabras, apretando nuevos diálogos en los márgenes y tachando líneas que iban demasiado lejos. (A veces, Nick desarrollaba demasiado su estilo). Entonces añadió un par de párrafos de su cosecha.

Se había vuelto más fácil escribir en papel, a pesar de que Cath seguía extrañando su teclado.

—Necesito copiar y pegar —le decía a Nick.

—La próxima vez —contestaría—, trae tijeras.

Se sentaban juntos ahora cuando trabajaban, era lo mejor para leer y escribir durante el turno del otro. Cath había aprendido a sentarse a la derecha de Nick, así sus manos escritoras no chocaban accidentalmente.

Le hacía sentir a Cath como parte de un monstruo de dos cabezas. Un bicho de tres piernas.

La hacía sentir como en casa.

No estaba segura de lo que Nick sentía.

Hablaban mucho, antes y durante las clases. Nick se giraría por completo en su silla. A veces, después de que salieran, Cath fingía tener que pasar por delante de la clase Bessey, donde Nick tenía la siguiente clase, incluso si no había nada más que el pabellón de fútbol después de Bessey. Gracias a Dios, Nick nunca preguntó a dónde iba.

Nunca le preguntó al salir de la biblioteca la noche anterior tampoco. Siempre se detenían por un minuto en los escalones mientras Nick se colocaba la mochila y enrollaba su bufanda azul de cachemira sobre su cuello. Entonces decía:

—Te veo en clase —y se marchaba.

Si Cath sabía que Levi se encontraba en su habitación, llamaría y esperaría a que la recogiera. Pero la mayoría de las noches marcaba el 911 en su móvil, y corría de vuelta a su dormitorio con el dedo sobre el botón de llamada.

Wren estaba en alguna dieta rara.

—Es la dieta Perra Flaca —dijo Courtney.

—Es vegetariana —aclaró Wren.

Era un Viernes de Fajita en Selleck. Wren tenía un plato lleno de pimientos verdes a la parrilla y cebollas, y dos naranjas. Había estado comiendo así durante un par de semanas.

Cath la miró atentamente. Wren llevaba ropa que Cath había llevado también, así que Cath sabía como quedaba. El suéter de Wren seguía firme sobre su pecho; sus vaqueros aún cabalgaban demasiado bajos sobre su culo. Ella y Wren eran anchas de caderas. A Cath le gustaba llevar camisetas y suéteres que la taparán; a Wren le gustaba llevar cosas que podía sujetar a la cintura.

—Sigues igual —dijo Cath—. Estás igual que yo, mira lo que estoy comiendo. —Cath comía fajitas de carne con crema agria y tres tipos de queso.

—Sí, pero no bebes.

—¿Eso forma parte de la dieta Perra Flaca?

—Somos perras flacas entre semana —dijo Courtney—, y perras borrachas durante el fin de semana.

Cath intentó llamar la atención de Wren.

—No creo que me guste aspirar a ser cualquier tipo de perra.

—Demasiado tarde —dijo Wren suavemente, luego cambió de tema—. ¿Saliste anoche con Nick?

—Sí —dijo Cath, luego sonrió. Intentó convertirla en una burlona, pero eso solo consiguió que su nariz se arrugara como la de un conejo.

—¡Oh! ¡Cath! —dijo Courtney—. Estábamos pensando en que simplemente podríamos pasarnos una noche por la librería, así podemos verle. Martes y jueves, ¿cierto?

—No. De ninguna manera. No, no, no. —Cath miró a Wren—. No, ¿de acuerdo? Di «de acuerdo».

—De acuerdo. —Wren apuñaló su tenedor en las cebollas—. ¿Cuál es el problema?

—No es un problema —dijo Cath—. Pero si vienen, parecerá la gran cosa. Destruirás mi estrategia de «ey, lo que sea, ¿quieres salir un rato? Eso es genial».

—¿Tienes una estrategia? —preguntó Wren—. ¿Implica besarle?

Wren no dejaría la cosa de besar a secas. Cada vez que Abel abandonaba a Cath, Wren se abalanzaba sobre ella con lo de perseguir sus pasiones y dejar a la bestia interior suelta.

—¿Y qué tal ése?, —diría buscando un chico guapo al que señalar mientras hacían cola en la fila del almuerzo—. ¿Quieres besarle?

—No quiero besar a un extraño —contestaría Cath—. No estoy interesada en los labios fuera de contexto.

Lo que en parte era cierto.

Incluso a pesar de que Abel rompió con ella… A pesar de que Nick había comenzado a sentarse a su lado. Cath seguía notando cosas.

Chicos.

Muchachos.

Por todas partes.

En serio, por todas. En sus clases. En la Unión. En los dormitorios, en los pisos de abajo y de arriba. Y juraría que no se parecían en nada a los chicos de secundaria. ¿Cómo podía un año hacerlos tan diferentes? Cath se encontró a sí misma observando sus cuellos y sus manos. Se dio cuenta de la dureza de sus mandíbulas, la forma en que sus pechos reforzaban los hombros, su pelo.

Las cejas de Nick desaparecían bajo la raíz de su pelo, y sus patillas enmarcaban sus mejillas. Cuando se sentaba detrás de él en clases, podía ver los músculos de su hombro izquierdo deslizándose bajo su camiseta.

Incluso Levi era una distracción. Una casi constante. Con su bronceado cuello largo. Y su garganta balanceándose cuando se reía.

Cath se sentía diferente. Sintonizada. Loca por —incluso aunque ninguno de estos muchachos pareciesen chicos— los chicos. Y por primera vez, Wren era la última persona con lo que quería hablar sobre ello. En general, no quería hablar con nadie sobre ello.

—Mi estrategia —le dijo a Wren—, es asegurarme de que no conoce a mi guapa y delgada gemela.

—No creo que importe —dijo Wren. Cath se dio cuenta de que no discutió sobre lo de «guapa y delgada»—. Suena como si estuviera tras tu cerebro. Y no tengo tu cerebro.

No lo hacía. Y Cath no lo entendía en absoluto. Tenían el mismo ADN. Los mismos orígenes, la misma crianza. Todas las diferencias entre ellas no tenían sentido.

—Vente a casa conmigo este fin de semana —dijo Cath abruptamente. Había encontrado un vuelo a Omaha esa noche. Wren ya había dicho que no quería ir.

—Sabes que papá nos extraña —dijo Cath—. Vamos.

Wren miró su bandeja.

—Te lo dije. Tengo que estudiar.

—Hay un partido en casa este fin de semana —dijo Courtney—. No tenemos que estar sobrias hasta las once del lunes.

—¿Has incluso llamado a papá? —preguntó Cath.

—Nos hemos enviado algunos e-mails —dijo Wren—. Parece estar bien.

—Nos echa de menos.

—Se supone que tiene que hacerlo; es nuestro padre.

—Sí —dijo Cath suavemente—, pero él es diferente.

La cara de Wren se alzó, y miró fijamente a Cath, negando ligeramente.

Cath se levantó de la mesa.

—Mejor me voy. Necesito correr de vuelta a mi habitación antes de las clases.

Cuando la profesora Piper pidió las tareas del narrador poco confiable esa tarde, Nick arrebató de la mano los de Cath. Ella los agarró de vuelta. Él arqueó una ceja. Cath levantó la barbilla y le sonrió. Luego más tarde se dio cuenta de que le estaba dando una de las sonrisas de Wren. Una de las santurronas.

Nick empujó la lengua contra su mejilla y estudió a Cath por un segundo antes de girarse en su sitio.

La profesora Piper tomó la tarea de su mano.

Gracias, Cath. —Sonrió cálidamente y le apretó el hombro—. Apenas puedo esperar.

Nick giró el cuello hacia atrás con eso. «Lamebotas», gesticuló.

Cath pensó en alcanzar su nuca y acariciar su pelo hasta el final de su cuello.

* * *

Habían pasado dos horas desde que observaron cerrarse el puente levadizo de la fortaleza.

Dos horas discutiendo sobre quien tenía la culpa.

Baz haría pucheros y diría:

—No nos habríamos perdido el toque de queda si no te hubieras metido en mi camino.

Simon gruñiría y contestaría:

—No habría tenido que meterme en tu camino si no hubieras estado paseando por los jardines criminalmente.

Pero la verdad, Simon sabía, era que se encontraban tan atrapados en su discusión que habían perdido la noción del tiempo, y ahora tenían que pasar la noche ahí fuera. No había forma de colarse tras el toque de queda. No importaba cuántas veces chasqueara Baz sus zapatos y dijese «No hay lugar como el hogar». (Aunque eso era un dicho de los setenta; no había forma en que Baz pudiera decirlo).

Simon suspiró y se dejó caer sobre la hierba. Baz seguía murmurando y mirando a la fortaleza como si pudiera detectar todavía una forma de entrar.

—Oi —dijo Simon, golpeando al rodilla de Baz.

—Ow… ¿Qué?

—Tengo una barrita Aero —dijo Simon—. ¿Quieres la mitad?

Baz bajó la vista, su larga cara tan gris como sus ojos por el crepúsculo, echó atrás su cabello negro y frunció el ceño, dejándose caer junto a Simon en la colina.

—¿De qué es?

—De menta. —Simon sacó la barrita del bolsillo de su capa.

—Es mi favorito —admitió Baz a regañadientes.

Simon le dedicó una amplia y blanca sonrisa.

—El mío también.

De «Secretos, Estrellas, y Barritas Aero», publicado en Enero del 2009 por FanFixx.net, autores Magicath y Wrenegade.