20
Su papá y Wren llegaron a casa el mismo día. Sábado.
Su papá ya estaba hablando sobre regresar al trabajo, aún cuando todavía no tenía medicamentos, y todavía parecía alternativamente borracho o medio dormido. Cath se preguntó si se quedaría con ellas durante el fin de semana.
A lo mejor estaba bien si se quedaba sin sus medicamentos. Ella y Wren estaban en casa para vigilarlo.
Con todo lo que había pasado, Cath no estaba tan segura de si ella y Wren estaban dirigiéndose la palabra. Decidió que lo estaban; hacía la vida más fácil. Pero no estaban en términos de compartir, todavía no le había dicho a Wren sobre Levi. O sobre Nick, de hecho, y no quería que Wren comenzara a hablar sobre sus aventuras con su madre. Cath estaba segura de que Wren tenía algún plan madre-hija para Navidad.
Al principio, todo lo que Wren quería hablar era sobre la escuela. Se sentía bien sobre sus examines finales, ¿lo sentía Cath? Y ya había comprado los libros para el próximo semestre. ¿Cuáles clases estaba tomando Cath? ¿Tenían algunas juntas?
Cath escuchó mayormente.
—¿Crees que deberíamos llamar a la abuela? —preguntó Wren.
—¿Sobre qué?
—Sobre papá.
—Hay que esperar y ver cómo se comporta.
Todos sus amigos de la secundaria estaban en casa para Navidad. Wren seguía intentando lograr que Cath saliera.
—Ve tú —diría Cath—. Me quedaré con papá.
—No puedo ir sin ti. Eso sería raro.
Sería raro para sus amigos de la secundaria ver a Wren sin Cath. Sus amigos de la Universidad pensarían que sería raro si se mostraban en algún lugar juntas.
—Alguien debería quedarse con papá —dijo Cath.
—Ve, Cath —dijo su papá después de unos cuantos días de esto—. No voy a perder el control sentado aquí viendo Iron Chef.
Algunas veces Cath fue.
Algunas veces se quedaba en casa y esperaba a Wren.
Algunas veces Wren no regresaba a casa.
—No quiero que me veas borracha —explicó Wren cuando llegó en la mañana—. Me haces sentir incómoda.
—Oh, te hago sentir incómoda —dijo Cath—. Eso no tiene precio.
Su papá volvió al trabajo después de una semana. La siguiente semana comenzó a trotar antes del trabajo, y así fue como Cath supo que no tenía medicina. El ejercicio era su más efectiva automedicación, era lo que siempre hacía cuando quería tomar el control.
Comenzó a ir a la planta baja cada mañana cuando escuchaba la cafetera pitando. Para checarlo, para verlo.
—Está muy frío para trotar afuera. —Trató de discutir una mañana.
Su papá le pasó su café descafeinado mientras se ataba los zapatos. —Se siente bien. Ven conmigo. —Podía darse cuenta de que estaba tratando de verlo a los ojos, para tomar su temperatura mental, así que tomó su barbilla y la dejó—. Estoy bien —dijo gentilmente—. De vuelta en el caballo, Cath.
—¿Cuál es el caballo? —suspiró, mirándolo ponerse una sudadera de South High—. ¿Trotar? ¿Trabajar demasiado?
—Vivir —dijo, un poco fuerte—. La vida es el caballo.
Cath le haría el desayuno mientras corría y después de que comiera y se fuera al trabajo, caería dormida otra vez en el sofá. Después de unos cuantos días de esto, ya se sentía como una rutina. Las rutinas eran buenas para su papá, pero necesitaba ayuda para apegarse a ellas.
Cath usualmente despertaría otra vez cuando Wren bajara a la planta baja o regresara a casa.
Esa mañana Wren entró a la casa e inmediatamente se dirigió a la cocina. Regresó a la sala con una taza fría de café, y lamiendo un tenedor.
—¿Hiciste omelets?
Cath talló sus ojos y asintió.
—Tenemos sobras de Los Portales, así que lo puse ahí. —Se sentó—. Eso es descafeinado.
—¿Está bebiendo descafeinado? Eso está bien, ¿verdad?
—Sí…
—Hazme un omelet, Cath. Sabes que soy mala en ello.
—¿Qué me darías? —preguntó Cath.
Wren se rió. Era lo que solían decirse mutuamente. ¿Qué me darías?
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Wren—. ¿Tienes algunos capítulos que necesite betear?
Era el turno de Cath de decir algo inteligente, pero no sabía qué decir. Porque sabía que Wren no lo decía enserio, sobre betear su fic, y porque era patético lo mucho que Cath deseaba que lo hiciera. ¿Qué si pasaban el resto de las vacaciones de Navidad así? Atestadas alrededor de la laptop, escribiendo juntas el principio y el final de Carry On, Simon.
—No —dijo Cath finalmente—. Tengo a una estudiante de doctorado de Rhode Island editando todas mis cosas. Es una máquina. —Cath se levantó y se dirigió hacia la cocina—. Te haré un omelet; creo que tenemos algo de chile envasado.
Wren la siguió. Saltó en la encimera a un lado de la estufa y miró a Cath sacar la leche y los huevos del refrigerador. Cath podía quebrarlos con una mano.
Los huevos eran su cosa. Desayunos, realmente. Aprendió a hacer omelets en primer grado de secundaria, mirando videos de YouTube. Podía hacer huevos cocidos, también, y huevos estrellados. Y revueltos, obviamente.
Wren era mejor en cenas. Pasó por una fase en el primer grado de secundaria cuando todo lo que hacía comenzaba con sopa mixta francesa de cebolla. Pastel de carne. Filete Stroganoff. Hamburguesas de cebolla.
—Todo lo que necesita es sopa mixta —anunció—. Podemos tirar todos estos condimentos.
—No tienen que cocinar, chicas. —Dijo su padre.
Pero era cocinar o esperar a que recordara recoger cajitas felices en su camino a casa desde el trabajo. Todavía había una caja de juguetes arriba llena con cientos de juguetes de plástico de la cajita feliz. Además, si Cath hacía el desayuno y Wren la cena, eso era por lo menos dos comidas que su padre no comería en la gasolinera.
—QuikTrip no es una gasolinera —dijo—. Es una estación de todo-lo-que-de-verdad-necesitas. Y sus baños son impecables.
Wren se inclinó sobre la sartén y miró los huevos comenzar a hacer burbujas. Cath la empujó, lejos del fuego.
—Ésta es la parte en la que siempre lo echo a perder —dijo Wren—. O los quemo en las orillas o aún están crudos en el medio.
—Eres demasiado impaciente —dijo Cath.
—No, estoy demasiado hambrienta. —Wren recogió el abridor de latas y lo giró alrededor de sus dedos—. ¿Crees que deberíamos llamar a la abuela?
—Bueno, mañana es víspera de Navidad —dijo Cath—. Así que probablemente deberíamos llamar a la abuela.
—Sabes a lo que me refiero…
—Parece como que lo está haciendo bien.
—Si. —Wren abrió la lata de chili y se lo pasó a Cath—. Pero aún está frágil. Cualquier cosa pequeña lo podría mandar al borde. ¿Qué pasará cuando volvamos a la escuela? ¿Cuando no estés aquí para hacerle el desayuno? Necesita a alguien que lo cuide.
Cath miró los huevos. Estaba esperando su tiempo.
—Aún tenemos que ir de compras para la cena de Navidad. ¿Quieres pavo? O podemos hacer lasaña en honor a la abuela. A lo mejor mañana lasaña y en Navidad pavo.
—No estaré aquí mañana por la noche. —Wren se aclaró la garganta—. Es cuando la familia de Laura celebra Navidad.
Cath asintió y dobló el omelet a la mitad.
—Puedes venir, lo sabes —dijo Wren.
Cath resopló. Cuando la miró otra vez, Wren lucía molesta.
—¿Qué? —dijo Cath—. No estoy discutiendo contigo. Asumí que harías algo con ella esta semana.
Wren apretó su mandíbula muy fuerte, sus mejillas pulsaban.
—No puedo creer que me estés haciendo hacer esto sola.
Cath levantó la espátula entre ellas.
—¿Haciéndote? No estoy haciéndote hacer nada. No puedo creer que inclusive estés haciendo esto cuando sabes cuánto lo odio.
Wren se bajó de la encimera, negando con la cabeza.
—Oh, odias todo. Odias el cambio. Si no tirara de ti detrás de mí, nunca irías a ningún lado.
—Bueno, no estarás tirando de mí a ningún lado mañana —dijo Cath, alejándose de la estufa—. Ni a ningún lado, desde hoy. Por este acto estás relevada de toda responsabilidad, de tirar de mí por ahí.
Wren dobló sus brazos y ladeó su cabeza. La Santurrona.
—Eso no es lo que quiero decir, Cath. Quiero decir… deberíamos estar haciendo esto juntas.
—¿Por qué esto? Tú eres la que se mantiene recordándome que somos dos personas separadas, que no tenemos que hacer las mismas cosas todo el tiempo. Así que, bien. Puedes ir a tener una relación con la madre que nos abandonó, me quedaré aquí y cuidaré al padre que recogió los pedazos.
—Jesucristo. —Wren levantó las manos en el aire, palmas abiertas—. ¿Podrías parar de ser tan melodramática? ¿Por solo cinco minutos? ¿Por favor?
—No. —Cath cortó el aire con su espátula—. Esto no es melodrama. Esto es drama real. Nos dejó. En la manera más dramática posible. El once de septiembre.
—Después del once de septiembre.
—Detalles. Nos dejó. Partió el corazón de papá, ya lo mejor su cerebro, y nos dejó.
La voz de Wren cayó.
—Se siente horrible sobre eso, Cath.
—¡Bien! —gritó Cath—. ¡También yo! —Dio un paso más cerca de su hermana—. Probablemente estaré loca por el resto de mi vida, gracias a ella. Continuaré tomando malas decisiones y haciendo cosas raras que ni siquiera me doy cuenta de que son raras. La gente sentirá pena por mí, y no voy a tener ninguna relación normal, y eso siempre será porque no tuve una madre. Siempre. Ése es el máximo tipo de roto. El tipo de daño del cual nunca te recobras. Espero que se sienta horrible. Espero que nunca se perdone a sí misma.
—No digas eso. —La cara de Wren estaba roja, y había lágrimas en sus ojos—. No estoy rota.
No había lágrimas en los ojos de Cath.
—Agrietó tus bases. —Se encogió de hombros.
—Al diablo con eso.
—¿Crees que absorbí todo el impacto? ¿Que cuando mamá se fue, golpeó mi parte del carro? Al diablo con eso, Wren. Te abandonó también.
—Pero no me rompió. Nada me puede romper a menos que lo permita.
—¿Crees que papá lo permitió? ¿Crees que escogió caerse a pedazos cuando se fue?
—¡Sí! —Wren estaba gritando ahora—. Y creo que sigue escogiendo. Ambos lo hacen. Prefieren estar rotos que seguir.
Eso lo hizo. Ahora ambas estaban llorando, ambas gritando. Nadie gana hasta que nadie gana, pensó Cath. Se giró de vuelta a la estufa; los huevos estaban comenzando a quemarse.
—Papá está enfermo Wren —dijo tan calmadamente como lo pudo manejar. Sacó el omelet de la sartén y lo depositó en un plato—. Y tu omelet se quemó. Y prefiero estar rota que borracha. —Colocó el plato en la encimera—. Puedes decirle a Laura que se joda. Como al infinito y más allá. No tiene por qué mudarse conmigo. Nunca.
Cath se alejó antes de que Wren pudiera. Fue hacia arriba y trabajó en Carry On.
Siempre había un maratón de Simon Snow en la televisión la víspera de Navidad. Cath y Wren siempre lo miraban, y su papá siempre hacía palomitas en el microondas.
Habían ido a Jacobo’s la noche anterior a por palomitas y otros suministros para Navidad.
—Si no lo tienen en el supermercado —había dicho su papá felizmente—, realmente no lo necesitas. —Es así como terminaron haciendo lasaña con espagueti, y comprando tamales en vez de pavo.
Con la película pasando, era fácil para Cath no hablarle a Wren sobre nada importante, pero difícil no hablar sobre las propias películas.
—El cabello de Baz es genial —dijo Wren durante Simon y los cuatro Selkies. Todos los actores tenían cabello largo en esta película. El cabello negro de Baz estaba levantado en un tupé estilo Elvis que comenzaba a punta de navaja de su pico de viuda[25].
—Lo sé —dijo Cath—. Simon sigue tratando de golpearlo así lo puede tocar.
—¿Verdad? La última vez que Simon giró a Baz, pensé que iba a quitarle una pestaña.
—Pide un deseo —dijo Cath en su mejor voz de Simon—. Tú, guapo bastardo.
Su papá miró Simon Snow y las Cinco Hojas con ellas, con un cuaderno en su regazo.
—He vivido con ustedes dos por demasiado tiempo —dijo, dibujando un gran tazón de Gravioli—. Fui a ver la nueva película de los X-men con Kelly, estaba convencido todo el tiempo de que el Profesor X y Magneto estaban enamorados.
—Bueno, obviamente —dijo Wren.
—A veces creo que está obsesionado con Basilton —dijo Agatha en la pantalla, sus ojos amplios y preocupados.
—Está tramando algo —dijo Simon—. Lo sé.
—Esa chica es peor que Liza Minelli —dijo su padre.
Una hora en la película, antes de que Simon atrapara a Baz encontrándose con Agatha en el Bosque Veiled, Wren recibió un mensaje de texto y se levantó del sofá. Cath decidió usar el baño, solo en caso de que el timbre de la puerta estuviera a punto de sonar. Laura no lo haría, ¿verdad? No vendría a la puerta.
Cath estuvo en el baño cerca de la puerta y escuchó a su padre diciéndole a Wren que se divirtiera.
—Le diré a mamá que dijiste hola —dijo Wren.
—Eso es probablemente innecesario —dijo, suficientemente animado. Hurrah por ti, papá, pensó Cath.
Después de que Wren se hubo ido, ninguno habló sobre ella.
Miraron una película más de Simon y comieron gigantescas partes de espagueti-lasaña, y su papá se dio cuenta por primera vez de que no tenían un árbol de Navidad.
—¿Cómo es que olvidamos el árbol? —preguntó, mirando al lugar cerca de la ventana donde usualmente lo ponían.
—Había mucho pasando —dijo Cath.
—¿Por qué no pudo Santa levantarse de la cama en Navidad? —preguntó su papá, como si estuviera haciendo un chiste.
—No lo sé, ¿por qué?
—Porque es Norte bipolar.
—No —dijo Cath—. Porque los osos bipolares realmente estaban haciéndolo caer.
—Porque la nariz de Rodolfo parecía demasiado brillosa.
—Porque las chimeneas lo hacían claustrofóbico.
—Por qué. —Su papá rió—. ¿Por qué los altos y bajos fueron demasiado para él? ¿En el trineo, lo entiendes?
—Eso es horrible —dijo Cath riéndose. Los ojos de su papá lucían brillosos, pero no demasiado brillosos. Esperó a que fuera a la cama antes de ir hacia arriba.
Wren todavía no estaba en casa. Cath trató de escribir, pero cerró su laptop después de quince minutos de mirar una pantalla en blanco. Se metió debajo de las sábanas y trató de no pensar sobre Wren, trató de no imaginarla en la nueva casa de Laura, con la nueva familia de Laura.
Cath trató de no pensar en nada en general.
Cuando aclaró su cabeza, estaba sorprendida de encontrar a Levi ahí debajo de todo el desorden. Levi en el país de Dios. Probablemente teniendo su feliz Navidad. Feliz. Eso era Levi los trescientos sesenta y cinco días del año. En año bisiesto, trescientos sesenta y seis. Levi probablemente amaba los años bisiestos. Otro día, otra chica que besar.
Era un poco más fácil pensar sobre él ahora que Cath sabía que nunca lo había tenido, que probablemente nunca lo vería otra vez.
Se quedó dormida pensando en su cabello rubio oscuro, su superabundante frente y todo lo demás que no estaba preparada para olvidar.
—Ya que no hay un árbol —dijo su papá—. Puse sus regalos debajo de esta foto nuestra, parados bajo un árbol de Navidad en el dos mil cinco. ¿Sabían que ni siquiera tenemos una planta en la casa? No hay nada vivo en esta casa salvo nosotros.
Cath miró hacia abajo, al pequeño montón de regalos y rió. Estaban bebiendo Rompope y comiendo pan dulce de hacía dos días, pan dulce con glaseado granulado rosa. El pan dulce vino de la panadería de Abel. Pararon ahí después del supermercado. Cath se había quedado en el carro; imaginó que no valía la pena la incomodidad. Habían pasado meses desde que dejó de contestar los mensajes de textos ocasionales de Abel, y por lo menos un mes desde que él dejo de enviarlos.
—La abuela de Abel odia mi cabello —dijo Wren cuando entró en el carro—. ¡Qué pena! ¡Qué lástima! ¡Niño!
—¿Conseguiste el pastel de tres leches?
—No tenían.
Qué lástima.
Normalmente, Cath tendría un regalo para Abel y uno de parte de su familia debajo del árbol. La pila de regalos de este año era especialmente delgada. Mayormente sobres.
Cath le dio a Wren un par de guantes ecuatorianos que compró afuera de la Unión.
—Es alpaca —dijo—. Más caliente que la lana e hipoalergénico.
—Gracias —dijo Wren, alisando los guantes en su regazo.
—Así que quiero mis guantes de vuelta —dijo Cath.
Wren le dio a Cath dos blusas que compró en línea. Eran lindas y probablemente serían halagadoras, pero ésta era la primera vez en diez años que Wren no le había dado algo que tuviera que ver con Simon Snow. Hizo que Cath se sintiera repentinamente triste, y a la defensiva.
—Gracias —dijo, doblando las blusas de vuelta—. Están muy bonitas.
Certificados de regalo de iTunes de parte de su papá.
Certificados de regalo de una librería de parte de su abuela.
La tía Lynn les había enviado ropa interior y calcetas, solo para ser graciosa.
Después de que su papá abrió sus regalos —todos le dieron ropa—, todavía había una pequeña caja plateada debajo de la foto del árbol de Navidad. Cath lo alcanzó. Había una elegante etiqueta colgando de un listón borgoña, Cather, decía en letra negra y ostentosa. Por un segundo pensó que era de parte de Levi. «Cather,» podía escucharlo decirlo, todo sobre su sonriente voz.
Deshizo el listón y abrió la caja. Había un collar dentro. Una esmeralda, su piedra de nacimiento. Miró hacia Wren y vio un pendiente que combinaba, colgando de su cuello.
Cath dejó la caja y se paró, moviéndose rápidamente, torpemente hacia las escaleras.
—Cath —gritó Wren detrás de ella—, déjame explicarte…
Cath negó con la cabeza y corrió el resto del camino hacia su habitación.
Cath trató de visualizar a su mamá.
La persona que le había dado este collar. Wren dijo que se había vuelto a casar ahora y vivía en una gran casa en los suburbios. Tenía hijastros, también. Ya grandes.
En la cabeza de Cath, Laura todavía estaba joven.
Demasiado joven, todos siempre decían, para tener dos hijas grandes. Eso siempre hacía sonreír a su mamá.
Cuando eran pequeñas y su mamá y papá peleaban, Wren y Cath se preocupaban que sus padres se fueran a divorciar y separarlas, justo como en la película Juego de Gemelas.
—Me iré con papá —diría Wren—. Necesita más ayuda.
Cath pensaría vivir sola con su papá, sideral y salvaje, o sola con su mamá, calmada e impaciente.
—No —diría—. Iré con papá. Le agrado más de lo que le agrado a mamá.
—Ambas le agradamos más de lo que le agradamos a mamá.
—Ésas no pueden ser suyas —diría la gente—, son demasiado jóvenes para tener unas chicas tan grandes.
—Me siento demasiado joven —contestaría mamá.
—Entonces ambas nos quedaremos con papá —dijo Cath.
—Así no es como el divorcio funciona, tontita.
Cuando su mamá se fue sin ninguna de ellas, de alguna manera fue un alivio. Si Cath tuviera que escoger entre alguien, hubiera escogido a Wren.
La puerta de su recámara no tenía seguro, así que Cath se sentó en contra de ella. Pero nadie subió las escaleras.
Se sentó en sus manos y lloró como una niña pequeña.
Demasiado llorar, pensó. Demasiada atención. Estaba cansada de ser la única que lloraba.
* * *
—Eres el mago más poderoso en siglos. —La cara del Humdrum, la propia cara cubierta de Simon, lucía aburrida y cansada. Ningún brillo en sus ojos azules—. ¿Crees que tanto poder viene sin un sacrificio? ¿Creíste que te convertirías en ti sin dejar algo, sin dejarme atrás?
Del capítulo 23, Simon Snow y el Séptimo Roble, copyright © 2010 por Gemma T. Leslie.