6
—¿Papá? Llámame.
…
—Es Cath de nuevo. Llámame.
…
—Papá, deja de ignorar mis correos de voz. ¿Escuchas tu correo de voz? ¿Sabes cómo hacerlo? Incluso si no lo sabes, sé que puedes ver mi número en las llamadas pérdidas. Llámame, ¿de acuerdo?
…
—Papá. Llámame. O llama a Wren. No, llámame a mí. Estoy preocupada por ti. No me gusta tener que preocuparme por ti.
…
—No me hagas llamar a los vecinos. Irán a ver cómo estás, y no hablas nada de español; va a ser vergonzoso.
…
—¿Papá?
—Hola, Cath.
—Papá. ¿Por qué no me has llamado? Te dejé un millón de mensajes.
—Me dejaste demasiados mensajes. No deberías llamarme o incluso pensar en mí. Estás en la universidad ahora. Sigue tú camino.
—Es solo la universidad, papá. No es como que tuviéramos diferencias irreconciliables.
—Cariño, he visto un montón de la serie 90210. Los padres no estuvieron siquiera en el programa una vez que Brandon y Brenda fueron a la universidad. Éste es tu momento, se supone que vas a fiestas de fraternidades y vuelves con Dylan.
—¿Por qué todos quieren que vaya a fiestas de fraternidades?
—¿Quién quiere que vayas a fiestas de fraternidades? Solo estaba bromeando. No pases el rato con los chicos de fraternidad, Cath, son terribles. Todo lo que hacen es emborracharse y mirar 90210.
—Papá, ¿cómo estás?
—Estoy bien, cariño.
—¿Te sientes solo?
—Sí.
—¿Estás comiendo?
—Sí.
—¿Qué estás comiendo?
—Alimentos nutritivos.
—¿Qué has comido hoy? No mientas.
—Algo ingenioso que descubrí en la tienda QuikTrip: Es una salchicha envuelta en una tortilla, que se cocina a la perfección en la máquina de perros calientes…
—Papá.
—Vamos, Cath, me dijiste que no mienta.
—¿Podrías simplemente ir a la tienda de comestibles o algo así? —Sabes que odio ese tipo de tiendas.
—Venden fruta en QuikTrip.
—¿Lo hacen?
—Sí. Pregunta a alguien.
—Sabes que odio preguntar a alguien.
—Estás haciendo que me preocupe por ti.
—No te preocupes por mí, Cath. Voy a ir a buscar la fruta.
—Ésa es una concesión tan penosa…
—Está bien, voy a ir al supermercado.
—No mientas… ¿Lo prometes?
—Te lo prometo.
—Te amo.
—También te amo. Dile a tu hermana que la amo.
…
—Cath, es tú padre. Sé que es tarde, y es probable que estés dormida. ¡Espero que estés durmiendo! Pero tuve esta idea. Es una gran idea. Llámame.
…
—¿Cath? Es tu padre otra vez. Todavía es tarde, pero no podía esperar para decirte esto. ¿Recuerdas cuánto querían un baño de arriba? Bueno, su habitación está justo sobre el baño. Podríamos poner una trampilla. Y una escalera. Sería como un atajo secreto para el baño. ¿No es esta una idea genial? Llámame. Es tú padre.
…
—¡Cath! No una escalera, ¡una barra de bomberos! Aún tienes que usar las escaleras para llegar a tú habitación, pero, Cath, una barra de bomberos. Creo que puedo hacerla yo mismo. Quiero decir, voy a tener que encontrar una barra…
…
—¿Papá? Llámame.
…
—Llámame, ¿de acuerdo?
…
—Papá, es Cath. Llámame.
Era viernes por la noche, y Cath tenía la habitación de la residencia para ella.
Estaba tratando de trabajar en Carry On, Simon, pero su mente seguía vagando… Ese día en clase, la profesora Piper les había entregado la historia que ella y Nick escribieron juntos. La profesora había llenado los márgenes con As y dibujado una pequeña caricatura de sí misma en la esquina gritando ¡AAAAAA!
Puso a algunos de los equipos de redacción —a las personas que lo habían hecho muy bien— a leer sus historias en voz alta frente a la clase. Cath y Nick fueron últimos, intercambiando párrafos, por lo que siempre estaban leyendo lo que el otro había escrito. Obtuvieron un montón de risas. Probablemente porque Nick se comportaba como si fuera Shakespeare en el parque. Las mejillas y el cuello de Cath ardían para el momento en que se sentaron.
Después de la clase, Nick levantó su meñique hacia ella. Cuando lo miró, él dijo:
—Vamos, estamos haciendo un juramento.
Ella curvó su dedo alrededor del de él, y él lo apretó.
—Compañeros, automáticamente, cada vez que necesitemos uno, ¿trato? —Sus ojos eran tan profundos, que todo lo que dijo se hizo más intenso.
—Trato —dijo Cath, mirando a otro lado.
—Maldita sea —dijo Nick, su mano ya se había separado—. Somos tan jodidamente buenos.
—No creo que le quede ninguna A después de nuestro trabajo —dijo Cath, siguiéndolo fuera de la habitación—. La gente va a obtener B+ durante los próximos ocho años a causa de nosotros.
—Deberíamos hacer esto otra vez. —Se giró de repente en el umbral de la puerta.
Cath lo chocó con su cadera antes de que pudiera detenerse.
—Ya tenemos un juramento —dijo ella, dando un paso atrás.
—No es lo que quiero decir. No para una tarea. Deberíamos hacerlo porque fue bueno. ¿Entiendes?
Fue bueno. Fue la mayor diversión que Cath había tenido desde… bueno, desde que llegó aquí, seguro.
—Sí —dijo ella—. Bueno.
—Yo trabajo los martes y jueves por la noche —dijo Nick—. ¿Quieres hacer esto de nuevo el martes? ¿Misma hora?
—Seguro —dijo Cath.
No había dejado de pensar en ello desde entonces. Se preguntó qué iban a escribir. Quería hablar con Wren al respecto. Cath había intentado llamarla antes, pero no había atendido. Eran casi las once ahora…
Cath tomó su teléfono y marcó el número de Wren.
Wren respondió.
—¿Sí, hermana, hermana?
—Hola, ¿puedes hablar?
—Sí, hermana, hermana —dijo Wren riendo.
—¿Estás afuera?
—Estoy en el décimo piso del Schramm Hall. Aquí es donde… todos los turistas vienen cuando visitan el Schramm Hall. La cubierta de observación. «Ver el mundo desde la habitación de Tyler», es lo que dice en las postales.
La voz de Wren era cálida y líquida. Su padre siempre decía que Wren y Cath tenían la misma voz, pero Wren era de 33 rpm y Cath era 45… Esto era diferente.
—¿Estás borracha?
—Estaba borracha —dijo Wren—. Ahora creo que estoy algo más.
—¿Estás sola? ¿Dónde está Courtney?
—Ella está aquí. Yo podría estar sentada en su pierna.
—Wren, ¿estás bien?
—Sí, sí, sí, hermana, hermana. Es por eso que contesté el teléfono. Para decirte que estoy bien. Para que puedas dejarme en paz por un tiempo. ¿De acuerdo, de acuerdo?
Cath sentía el rostro tenso. Ahora, más dolida que preocupada.
—Solo llamaba para hablar contigo acerca de papá. —Cath deseó no utilizar la palabra «solo» tanto. Era el signo pasivo-agresivo que la delataba, como alguien con un tic cuando mentía—. Y otras cosas. Cosas de… chicos.
Wren se rió.
—¿Cosas de chicos? ¿Está Simon saliendo con Agatha de nuevo? ¿Baz lo convirtió en un vampiro? ¿Otra vez? ¿Sus dedos no pueden evitar quedar atrapados en el pelo de uno y el otro? Has llegado a la parte en la que Baz le dice Simon por primera vez, porque eso es siempre una pregunta difícil… Eso siempre son tres alarmas de incendio.
Cath apartó el teléfono de modo que no estaba tocando su oreja.
—Vete a la mierda —susurró—. Solo quería asegurarme de que estabas bien.
—Está bien, está bien —dijo Wren, con un irritable tono monótono. Luego colgó.
Cath dejó el teléfono en su escritorio y se inclinó hacia atrás, lejos de él. Como si fuera algo que la mordería.
Wren debe estar borracha. O drogada.
Wren nunca… nunca lo haría.
Nunca bromeó a Cath sobre Simon y Baz. Simon y Baz eran…
Cath se levantó para apagar la luz. Sus dedos estaban fríos. Se quitó los pantalones y se metió en la cama.
Entonces se levantó de nuevo para comprobar que la puerta estaba cerrada con llave, y miró por la mirilla al pasillo vacío.
Se recostó en su cama. Se puso de pie otra vez.
Abrió su portátil, la encendió, la volvió a cerrar.
Wren debe estar drogada. Wren nunca lo haría.
Ella sabía lo que eran Simon y Baz. Lo que significaban. Simon y Baz eran…
Cath se recostó en la cama, sacudió sus muñecas sobre la colcha, y luego masajeó el cabello de sus sienes hasta que pudo sentirlo tirante.
Simon y Baz eran intocables.
—Esto, hoy no es nada divertido —dijo Reagan, mirando con tristeza a la puerta del comedor.
Reagan estaba siempre de mal humor en las mañanas de fin de semana (cuando estaba alrededor). Bebía demasiado y dormía muy poco. Aún no se había lavado el maquillaje de la noche anterior, olía a sudor y humo de cigarrillo. Reagan añejada de un día, pensó Cath.
Pero Cath no se preocupaba por Reagan, no como se preocupaba por Wren. Tal vez porque Reagan parecía el Lobo Feroz y Wren solo parecía Cath con un mejor corte de pelo.
Una chica entró por la puerta usando una sudadera roja que decía HUSKER FÚTBOL y pantalones vaqueros apretados. Reagan lanzó un suspiro.
—¿Qué pasa? —preguntó Cath.
—Todos ellos se parecen en los días de partido —dijo Reagan—. No puedo ver sus feos y deformados verdaderos yo… —Se giró a Cath—. ¿Qué vas a hacer hoy?
—Esconderme en nuestra habitación.
—Parece que necesitas un poco de aire fresco.
—¿Yo? —Cath se atragantó con su sándwich de carne a la cacerola—. Tú pareces que necesitas ADN fresco.
—Me veo así porque estoy viva —dijo Reagan—. Porque he tenido experiencias. ¿Entiendes?
Cath volvió a mirar a Reagan y no pudo evitar sonreír.
Reagan usaba mucho delineador alrededor de sus ojos. Casi parecía una Kate Middleton con aspecto de chica ruda. Y a pesar de que era más grande que la mayoría de las chicas, grandes caderas, pecho grande, hombros anchos, ella iba como si fuera exactamente del tamaño que todo el mundo quería ser. Todo el mundo estaba de acuerdo con ella, Incluyendo Levi, y todos los otros tipos que se juntaban en su habitación mientras Reagan terminaba de prepararse.
—Uno no llega a tener este aspecto —dijo Reagan, señalando su gris cara del día después— escondida en su habitación todo el fin de semana.
—Tan notorio —dijo Cath.
—Vamos a hacer algo hoy.
—Día de juego. La única cosa inteligente para hacer es quedarse en nuestra habitación y crear una barricada en la puerta.
—¿Tienes algo rojo? —preguntó Reagan—. Si nos ponemos un poco de rojo, podríamos caminar por el campus y conseguir bebidas gratis.
El teléfono de Cath sonó. Bajó la mirada hacía él. Wren. Presionó ignorar.
—Hoy tengo que escribir —dijo.
Cuando regresaron a la habitación, Reagan tomó una ducha y se colocó maquillaje nuevo, sentada en su escritorio, sosteniendo un espejo.
Se fue y regresó unas horas más tarde con bolsas de Target y un chico llamado Eric. Salió de nuevo y no regresó hasta que el sol se estaba poniendo. Sola, esta vez.
Cath seguía sentada en su escritorio.
—¡Basta! —Medio gritó Reagan.
—Jesús —dijo Cath, volviéndose hacía ella. Tomó unos segundos para que los ojos de Cath se centrasen en algo que no fuera una pantalla de ordenador.
—Vístete —dijo Reagan—. Y no discutas conmigo. No voy a jugar este juego contigo.
—¿Qué juego?
—Eres una triste pequeña ermitaña, y eso me asusta. Así que vístete. Vamos a jugar a los bolos.
Cath se echó a reír.
—¿A los bolos?
—Oh, claro —dijo Reagan—. Como si ir a los bolos fuera más patético que cualquier otra cosa que haces.
Cath se apartó de la mesa. Su pierna izquierda se había quedado dormida. La sacudió.
—Nunca he ido a jugar a los bolos. ¿Qué me pongo?
—¿Nunca has ido? —Reagan estaba incrédula—. ¿La gente no va a jugar a los bolos en Omaha?
Cath se encogió de hombros.
—¿La gente realmente vieja, quizá?
—Usa lo que sea. Usa algo que no tenga Simon Snow en ello, para que las personas no asuman que tu cerebro dejó de desarrollarse cuando tenías siete años.
Cath se puso su camiseta roja de CARRY ON con un vaquero y rehízo su cola de caballo.
Reagan le frunció el ceño.
—¿Tienes que llevar el pelo así? ¿Es algún tipo de cosa mormón?
—No soy mormón.
—Dije algún tipo. —Hubo un golpe en la puerta y Reagan abrió.
Levi estaba allí de pie, casi rebotando. Llevaba una camiseta blanca y había dibujado en ella, con un marcador Sharpie, añadiendo un collar y botones en el frente, además de un bolsillo en el pecho con la leyenda El Rey del Strike, escrita sobre él en una letra elegante.
—¿Estamos haciendo esto? —dijo.
Reagan y Levi eran excelentes jugadores. Al parecer había un lugar de bolos en Arnold. No tan bonito como éste, dijeron.
Esa noche eran las únicas tres personas menores de cuarenta en los bolos, lo que no impidió que Levi hablara con absolutamente todos los que estaban en el edificio. Habló con el chico que estaba rociando los zapatos, las parejas de jubilados en el carril de al lado, todo un grupo de madres de alguna liga, quienes lo alejaron con el cabello rizado y una jarra de cerveza…
Reagan actuó como si no se diera cuenta.
—Creo que hay un bebé en la esquina que te olvidaste de besar —le dijo Cath a él.
—¿Dónde hay un bebé? —sus ojos se animaron.
—No —dijo ella—. Yo solo estaba… solo.
Levi dejó la jarra. Estaba balanceando tres vasos en la otra mano, los dejó caer sobre la mesa y aterrizaron sin caerse.
—¿Por qué haces eso?
—¿Qué? —Él sirvió una cerveza y se la ofreció a ella. La tomó sin pensar, y luego la dejó con disgusto.
—¿Ir tan lejos de tu camino para ser amable con la gente?
Él sonrió, pero ya estaba sonriendo, lo que solo significaba que sonrió más.
—¿Crees qué debería ser más como tú? —preguntó, y miró con cariño por encima a Reagan, que estaba con el ceño fruncido, de alguna manera voluptuosamente, sobre la vuelta de la bola—. ¿O ella?
Cath rodó sus ojos.
—Tiene que haber un término medio.
—Soy feliz —dijo—, así que éste debe ser.
Cath se compró una Coca-Cola de cereza en la barra e ignoró la cerveza. Reagan compró dos platos de nachos naranjas chorreantes. Levi compró tres pepinillos gigantes que eran tan amargos, que los hizo llorar.
Reagan ganó el primer juego. Levi ganó el segundo. Entonces, para el tercero, él habló con el hombre detrás del mostrador para encender los parachoques de niños para Cath. Todavía no había tirado ningún palo. Levi volvió a ganar.
Cath tenía suficiente dinero para comprar todos los sándwiches de helado de la máquina expendedora.
—Realmente soy el Rey del Strike —dijo Levi—. Todo lo que escribo en mi remera se convierte en realidad.
—Definitivamente se hará realidad esta noche en Muggsy —dijo Reagan. Levi se rió y arrugó el envoltorio de su helado para tirárselo a ella. La forma en que se sonrieron hizo que Cath mirara hacia otro lado. Eran tan relajados juntos. Como si se conocieran por dentro y por fuera. Reagan era más dulce y más mala con Levi de lo que nunca fue con Cath.
Alguien tiró de la cola de caballo de Cath, y su barbilla se alzó.
—Vienes con nosotros —preguntó Levi—, ¿verdad?
—¿Dónde?
—Salir. A Muggsy. La noche es joven.
—Y yo también —dijo Cath—. No puedo entrar en un bar.
—Vas a estar con nosotros —dijo él—. Nadie te detendrá.
—Tiene razón —dijo Reagan—. Muggsy es de desertores de la universidad y alcohólicos sin esperanzas. Los estudiantes de primer año nunca tratan de escabullirse dentro.
Reagan puso un cigarrillo en su boca, pero no lo encendió. Levi lo tomó y lo puso entre sus labios.
Cath casi dijo que sí.
En cambio, negó con la cabeza.
Cuando Cath regresó a su habitación, pensó en llamar a Wren.
En cambio, llamó a su padre. Parecía cansado, pero él no estaba tratando de reemplazar las escaleras con un tobogán de agua, así que era una mejora. Y había consumido dos comidas saludables para la cena.
—Eso suena como una opción saludable —le dijo Cath, tratando de sonar alentadora.
Leyó un poco para sus clases. Luego, permaneció despierta trabajando en Carry On hasta que sus ojos ardieron, y se quedó dormida en cuanto se metió a la cama.
* * *
—Las palabras son muy poderosas —dijo la señorita Possibelf, pisando suavemente entre las filas de pupitres—. Y ellas adquieren más poder mientras más las dicen… Cuanto más se dicen, leen y escriben, en combinaciones específicas y consistentes. —Se detuvo frente al escritorio de Simon y lo golpeó con un corto y enjoyado bastón—. Arriba, arriba y lejos —dijo con claridad.
Simon vio el suelo alejarse de sus pies. Agarró los bordes de la mesa, derribando una pila de libros y papeles sueltos. Al otro lado de la habitación, Basilton rió.
La Srta. Possibelf le dio un golpecito a las zapatillas de Simon con su bastón.
—Aguántate —dijo, y su mesa se levantó un metro en el aire—. La clave para lanzar un hechizo —agregó—, es aprovechar ese poder. No solo decir las palabras, sino invocando su significado… Ahora —dijo—, abran sus libros de Palabras Mágicas en la página cuatro. Y quédate quieto allí, Simon. Por favor.
Del capítulo 5, Simon Snow and the Mage’s Heir, copyright © 2001 por Gemma T. Leslie.