35
—Míralos —dijo Reagan, sacudiendo la cabeza con cariño—. Todos están creciendo.
Cath se volvió hacia la barra de cereal y vio a dos estudiantes de primer año con mucha resaca fumando como camioneros.
—Todavía puedo recordar la noche que vinieron a casa con sus primeros tatuajes de My Little Pony —dijo Reagan.
—Y la mañana en que nos dimos cuenta que sus tatuajes se habían infectado —agregó Cath, bebiendo de su zumo de tomate. Esto es algo que Cath extrañaría de los dormitorios. Cuatro diferentes opciones de jugo de barril, incluyendo tomate, ¿dónde más podrías tomar jugo de tomate? Reagan odiaba ver beberlo.
—Es como si tomaras sangre —diría Reagan—, si la sangre tuviera consistencia en salsa.
Reagan seguía mirando a las chicas con resaca.
—Me pregunto cuántas caras familiares veremos el próximo año. Cada año es un nuevo lote, y la mayoría de ellos no vuelve a los dormitorios para un segundo viaje.
—El próximo año —dijo Cath—, no cometeré el error de estar tan pegada.
Reagan cogió aire.
—Tenemos que entregar nuestras formas de dormitorio si queremos la misma habitación para el año que viene.
Cath dejó su vaso de jugo.
—Espera… ¿estás diciendo que quieres vivir conmigo de nuevo?
—Pff, sí, nunca estás en casa. Es como que finalmente tengo una habitación para mí sola.
Cath sonrió. Luego tomó un trago de su jugo de tomate.
—Bueno. Tengo que pensarlo. ¿Tienes más exnovios calientes?
Wren tenía razón.
Había estado en Cath publicar el capítulo Carry On, Simon cada noche.
—De lo contrario, nunca ganarás El octavo baile.
Iban a ir a la fiesta de lanzamiento a medianoche en Bookworm, en Omaha. Levi quiera ir también.
—¿Tenemos que ir usando disfraces? —preguntó la otra noche, estando en su habitación.
—No hacemos lo de los disfraces desde la secundaria. —Cath estaba sentada en el sillón del amor frente a su portátil. Podría escribir con él en su habitación ahora; estaba tan concentrada en Carry On, que podría escribir en una habitación llena de animales de circo.
—Demonios —dijo él—. Yo quería hacer lo de los disfraces.
—¿Como quién irías?
—El mago. O tal vez como uno de los vampiros, Count Vidalia. O Baz. ¿Eso te haría loca de deseo?
—Ya estoy loca de deseo —dijo ella desde el otro lado de la habitación—. Lo siento —dijo Cath, frotándose los ojos. Levi había estado toda la noche sobre ella. Molestándola. Tratando de que saliera de su cabeza y jugara—. Solo necesito terminar este capítulo si quiero que Wren lo lea antes de que se vaya a dormir.
Cath estaba tan cerca de ponerle un final a Carry On, que cada capítulo se sentía importante. Si escribía algo estúpido ahora, no sería capaz de frenarlo o corregirlo más adelante. No había espacio para rellenar; cada capítulo se entendía como la resolución o línea final de un personaje de la escena. Ella quería que todos tuvieran el final que merecían. No solo Baz, Simon, Agatha o Penelope, también quería eso para los otros personajes. Dean el reacio reclutador de vampiros, Eb el cabrero, el profesor Benedict, Coach Mac…
Estaba tratando de no ponerle atención a sus otras cuentas —que acaban por añadir más presión— pero sabía que estaban fuera de la tabla. En decenas de miles de personas. Tenía que hacer tantos comentarios que Wren tomó su lugar para hacerlos por ella, usando el perfil de Cath para agradecer a la gente y responder a las preguntas básicas.
Cath se mantenía al día en sus clases, por poco. Todas las otras asignaciones se sentían como lo que tenía que atravesar para llegar hasta Simon y Baz.
Una cosa acerca de escribir tanto de esto… su cerebro nunca se fue del Mundo de los Magos. Cuando se sentaba a escribir, no tenía que esperar a que la historia fuera viniendo lentamente, esperando para ponerse en temperatura. Ella estaba ahí, todo el tiempo. Todo el día. La vida real era algo que sucedía en su visión periférica.
Su portátil se cerró de golpe. Cath quitó los dedos justo a tiempo. No se había dado cuenta de que Levi se encontraba detrás del sofá del amor. Él movió su ordenador y con cuidado lo puso en el suelo.
—Pausa comercial.
—Los libros no tienen pausas comerciales.
—No soy una persona de libros —dijo él, tirando de ella en su regazo—. Descanso, ¿entonces?
Cath trepó en él a regañadientes, pensando en lo último que había escrito, no queriendo dejarlo atrás.
—Los libros tampoco tienen descanso.
—¿Qué tienen entonces?
—Finales.
Él puso sus manos en las caderas.
—Ya llegarás ahí —dijo, olfateando en el cuello de su camiseta. Su cabello le hacía cosquillas por el cuello, rompiendo el hechizo de la cabeza de Cath. O poniendo uno nuevo.
—Está bien —suspiró, besando su cabeza y oscilando en su estómago—. De acuerdo. Intermedio.
—Tienes que darle a Penelope su propio capítulo —dijo Wren. Iban caminando de vuelta a los dormitorios, chapoteando a través de los charcos. Wren llevaba botas de goma amarilla, y seguía saltando en los charcos, empapando las piernas y tobillos de Cath.
—¿Dónde lo pongo? —suspiró Cath. La nieve se estaba derritiendo, pero todavía podía ver su aliento en el aire—. Debí haberlo escrito hace dos semanas. Ahora se vería forzado. Esto es el por qué los escritores reales tienen el libro completo escrito antes de mostrárselo a alguien; desearía poder volver y reescribirlo.
—Tú eres una escritora real —dijo Wren, salpicando—. Eres como Dickens. Él escribía en fragmentos, también.
—Voy a destruir esas botas.
—Celosa. —Wren caminó sobre otro charco.
—No estoy celosa. Son burdas. Apuesto a que hacen sudar los pies.
—A quién le importa, nadie lo puede decir.
—Voy a ser capaz de decir eso cuando llegues a mi habitación y te las quites. Son un asco.
—Oye —dijo Wren—, en cierto modo quería hablar contigo de eso.
—¿Qué?
—Tu habitación. Habitaciones. Compañeros de habitación… Estaba pensando que el próximo año podríamos compartir habitación. Podríamos vivir en Pound, si quieres, no me importa.
Cath se detuvo y se volvió hacia su hermana. Wren siguió caminando por unos momentos sin darse cuenta, luego también se detuvo.
—¿Quieres ser mi compañera? —preguntó Cath.
Wren estaba nerviosa. Se encogió de hombros.
—Sí, si tú quieres. Claro, si no sigues enojada acerca de todo.
—No estoy enojada —dijo Cath. Recordó el día de verano en que Wren le dijo que no quería compartir habitación. Cath nunca se había sentido tan traicionada. Casi nunca—. No estoy enojada —dijo de nuevo, más seria esta vez.
Los labios de Wren se arquearon, y saltó en otro charco.
—Bueno.
—Pero no puedo —dijo Cath.
La cara de Wren cayó.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, ya le dije a Reagan que viviría con ella de nuevo.
—Pero Reagan te odia.
—¿Qué? No, no lo hace ¿Por qué dices eso?
—Es mala contigo.
—Es solo su forma de ser. Creo que soy su mejor amiga, en realidad.
—Oh —dijo Wren. Parecía pequeña y mojada. Cath no estaba segura de qué decir.
—Tú eres mi mejor amiga —dijo Cath torpemente—. Lo sabes. Unidas. De por vida.
Wren asintió.
—Sí… No, está bien. Debí haber pensado en eso, en ustedes viviendo juntas de nuevo. —Ella comenzó a caminar y Cath la siguió.
—¿Qué pasa con Courtney?
—Se mudará a la casa Delta Gamma.
—Oh —dijo Cath—. Olvidaba que era una candidata.
—Pero no es por eso que te pregunté —dijo Wren, le pareció importante decirlo.
—Puedes mudarte a Pound. Podrías vivir en nuestro piso, lo digo en serio.
Wren sonrió y cuadró sus hombros, recuperándose.
—Si —dijo—. Está bien. ¿Por qué no? Está más cerca al campus.
Cath saltó en el próximo charco, empapando a Wren hasta los muslos. Ella saltó y gritó, y valió totalmente la pena. Los pies de Cath ya estaban totalmente empapados.
* * *
—La gracia de Morgan, Simon, despacio. —Penelope mantuvo su brazo extendido al frente de su pecho y miró al patio extrañamente iluminado—. Hay más de una manera para pasar por una puerta en llamas.
Del capítulo 11, Simon Snow y La Tercera Puerta, copyright © 2004 por Gemma T. Leslie.