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LENGUA DE GATO

Sábado, 28 de agosto de 1943

Era urgente que Jana le comunicara a Esteve Durandarte cuáles serían los próximos pasos. Después de cavilar mucho desechó enseguida la posibilidad de ir al bar de la fonda a preguntar por él, y menos internarse en el monte, porque solo conseguiría perderse. Decidió que tenía otras formas más eficaces de ponerse en contacto con Durandarte, y la mejor era acercarse hasta la casa de Valentina. Al fin y al cabo, como le dijo el propio contrabandista, era allí donde se alojaba cuando sus menesteres lo reclamaban hasta tarde en el poblado del valle de Los Arañones. En cuanto llegó allí, Valentina bajó enseguida las escaleras. Trabajaba en el hotel igual que antes de su secuestro y además iba al colegio, pero la camarera había elegido verla fuera de allí para que le resultara posible mantener con ella una conversación lejos de las miradas del resto de sus compañeros.

—¿Me acompañas a hacer unas compras? —le dijo Jana. En cuanto se alejaron unos pasos hacia la tienda de ultramarinos la niña comenzó a hablarle.

—Jana, ¿sabes que a veces pienso en el viejo, en Voltor, en los días que me tuvo encerrada en la cabaña del bosque, como en los cuentos, y creo que no he vivido nada de eso, que lo he leído?

—Nuestra mente es sabia. Borra lo que no conviene que se quede en ella mucho tiempo. —Aquellas palabras de Valentina ya eran el mejor puente para dirigir el diálogo hacia donde quería—. ¿Y se te ha olvidado entonces todo con el poco tiempo que ha pasado? Esa es buena señal, quiere decir que solo te quedas con lo bueno.

—La verdad…, todo, todo no se me ha olvidado —le dijo Valentina con mucha picardía—. Lo mejor de lo que pasó fue el rescate. De película del oeste. ¿Sabes que Durandarte se ha hecho muy amigo de mis padres? Algunas veces si tiene que desplazarse se queda con nosotros la noche antes. Mira qué suerte tengo. ¿A que parece mentira?

—Pues sí. —Jana se arrepintió mucho de aquellas dos palabras, a pesar de que eran tan cortas.

—Es un hombre maravilloso. No sé cómo muchos aún se creen que es un maleante. Con todo lo que ha hecho. Sé que Voltor no me hubiera matado, pero si no llega a ser por él me habría muerto de hambre. Le estoy muy agradecida. ¿Sabes cuántos años tiene Durandarte? Treinta y cinco.

—Pues igual hasta tiene un hijo de tu edad —le dijo Jana, que no perdía ocasión para indagar.

—No tiene mujer.

—Eso no tiene nada que ver. —Jana no se rendía.

—Dice que ya está casado con la libertad y que le exige mucho. —Después de estas palabras de Valentina, Jana enmudeció. No le cupo duda de que aquella expresión era literal porque se trataba de unos términos demasiado elaborados como para que los inventara alguien tan joven. Después continuó, pero con otro tema—. Cuando tiene un poco de tiempo me enseña francés. ¿Te digo cosas? Dice que así me podré pasar al otro colegio. Nos trae muchos regalos: ropa, collares, libros, a mi padre una escopeta y todo. Es muy bueno, Jana, estoy tan contenta de haberlo conocido… No hay mal que por bien no venga.

—Hace días que no está por aquí. ¿Sabes algo de él? —Jana decidió ser lo más directa posible.

—Mi padre es amigo de algunos maquis, los guerrilleros le han dicho que lo han visto por Toulouse.

Jana tuvo la certeza de que si estaba allí se ocuparía de organizar las remesas, recabar información y dar directrices a algunos de los grupos que cruzaban el Pirineo antes de emprender con ellos el camino.

—¿Quieres una lengua de gato? —Con esta invitación Jana zanjó el diálogo. Era su forma de agradecerle las noticias.