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DAS MÄDCHEN VALENTINA LEBT
Por fin algo era como en los cuentos, Valentina y Jana corrieron por la calle principal cogidas de la mano hasta la casa de sus padres. Sonreían triunfantes. Una anciana en camisón se asomó un instante a la ventana, pero las miró sin verlas. Gracias al bandolero estaban de nuevo juntas.
—¿Sabes qué? Cuando sea mayor me quiero casar con él. Es guapísimo, habla francés también. No se lo digas a mis padres, pero desde que me rescató esta tarde no quería volver —le dijo Valentina cuando se detuvieron a escasos metros de la puerta—. Sobre el caballo he venido pegada a su espalda, huele muy bien, a limpio. Me ha contado muchas cosas para entretenerme mientras llegábamos.
—Con lo que tus padres han sufrido… —Jana se vio en la obligación de responderle de esta manera, pero lo que más la impresionó fue que Esteve había producido en su compañera unas sensaciones muy parecidas a las que ella llevaba algún tiempo sintiendo—. No te voy a preguntar nada más ahora —continuó—, pero mañana volveré temprano, nada más amanezca, y se lo diremos a todos. Te ha buscado mucha gente, han venido de Villanúa, Borau, hasta de Jaca y del otro lado.
—Me tenía encerrada Voltor. —Valentina lo dijo como si este hecho le restara importancia a su desaparición, como si la compañía del mendigo alemán explicara que no había corrido peligro alguno.
—Ya hablaremos. —Jana prefirió decirle en aquel momento solo estas palabras.
Despegó la aldaba de la puerta dos veces y Valentina esperó en la parte del quicio en el que encajaba la puerta que no se abría. Leonor bajó sin ningunas ganas. Se extrañó de volver a ver allí a Jana apenas un par de horas después de su visita. En cuanto abrió la hoja de madera maciza unos centímetros, las dos se colaron por ella. Una vez dentro, Valentina la juntó tirando del pomo por dentro y se lanzó a los brazos de su madre. Mientras permanecían así, bajó su padre por la escalera. Los gritos de alegría se oyeron hasta en la fonda, pero como eran de entusiasmo nadie se movió. Ya se enterarían al día siguiente de lo que había pasado.
—Hija, hija mía —decía Leonor y no se sabía cuál lloraba más de los dos mientras la niña sonreía como si se hubiera quedado boba. No se le apreciaba ninguna secuela, al menos a primera vista—. Hija —continuó Leonor—, nos esperábamos lo peor. Jana, esto es un milagro. Tanta misa ha servido de algo. Cuando se lo diga al mosén y a todos los que nos han ayudado tanto…
—Mañana, Leonor, que ahora está muy cansada. —Jana le puso una mano en el brazo y salió, llegaba tarde pero lo entenderían en el hotel en cuanto supieran la razón: la había retrasado la felicidad.
Jana entró en tromba en el comedor de la familia Juste, ni siquiera llamó. Les interrumpió la cena. Ellos seguían el mismo horario de comidas que en la Bretaña. Los cuatro la miraron con el tenedor a medio camino de la mesa o de sus caras, pero no se alarmaron porque su alegría era tan manifiesta que no había ninguna duda de que les iba a comunicar una buena noticia.
—Arlette, vengo a decirte que tu amiga Pilar, la de La Serena, me regaló para ti lo que había en esta cesta, pero que se lo he dado a Durandarte en agradecimiento.
—Jana, con lo sensata que eras cuando llegaste. —Arlette no pudo evitar decir de forma automática estas palabras como si fueran una apreciación. Eran el tipo de cosas que le decía a solas.
—No se trata de eso. Lo que ha pasado es que al volver de la fonda de telefonear al clínico y cuando volvía hacia aquí él estaba en el puente. Pero no estaba solo. ¿Sabéis a quién llevaba también a la grupa de su caballo?
Auguste comenzó a agitarse en la silla.
—No os lo vais a creer.
—Por favor, Jana, ya nos has intrigado bastante —la apremió Juste.
—Yo sabía que no había sido él, al contrario de lo que pensaban muchos, cómo iba a hacer algo así… Él, que ha ayudado a tantos en la montaña. De no ser por él muchos habrían muerto congelados, pero los ha conducido hasta aquí, a través de las gargantas, evitando que se desbarrancaran.
Y entonces les dio la noticia. El júbilo lo interrumpieron dos guardias, de los que campaban por allí a sus anchas, que llamaron a la puerta.
—La niña, Mädchen Valentina, encontrada, está viva, sie lebt —les dijo Laurent.
Bajaron la cabeza a la vez como saludo, cerraron y continuaron recorriendo el andén.
Esa noche Jana no durmió bien. Estaba nerviosa porque habían recuperado a Valentina sana y salva. La excitación, la emoción por lo ocurrido la habían hecho olvidar algo que ahora, tumbada en la cama, pensando, no podía quitarse de la cabeza. ¿Qué hacía allí Durandarte? ¿Cómo había logrado salir de la cárcel?