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Ella lo sabía, debía de saberlo porque al igual que él supo que era ella, ella lo reconoció a él. Eso era algo que se desprendía de su mirada y no supo interpretar. Y sabía más cosas de él. Sabía que había matado a su hermana, y por lo tanto conocía su equivocación, su estúpido error, y por eso la odiaba más todavía.
Y más..., mucho más. Sabía lo que él estaba haciendo y lo que se proponía hacer, que no dudaría en matarla y que la localizaría le costara lo que le costara.
Todo eso lo hacía sentirse mal.
Tenía que reconocer que había resultado inútil huir de los insectos. Al salir del cuarto de baño parecían estar esperándolo y una vez más cubrieron su cuerpo. De nuevo las abejas tomaron algo de él y entregaron otra cosa a cambio. Todavía no había llegado el momento de la transformación que esperaba. Las abejas le comunicaban que ella sabía dónde estaba, eso simplificaría las cosas porque bastaría con esperarla. No sería necesario hacer todas las averiguaciones que tenía previstas para encontrar su domicilio, tampoco sería necesario obligarla a ir a la casa, sería ella la que acudiría voluntariamente... pero ¿y si iba acompañada de la policía?
Era un riesgo demasiado grande.
¿Qué demonios?, aún no se había habituado a su condición de inmortal. Era difícil acostumbrarse. Estaría preparado para prenderle fuego a la casa si acudía la policía. Los abrasaría a todos cuando estuviesen dentro y aprovecharía la confusión para huir. Todos morirían, salvo tal vez María.
Se preguntaba cómo acabar con ella si era inmortal. ¿Existiría algún modo? Tenía que haberlo, pero eso era algo que le daba esperanza y a la vez lo asustaba, si existía una manera de matarla, eso significaba que también él podría morir. Ambos tenían una naturaleza similar, distinta a la de los mortales, pero igual entre ellos. Eso lo atormentaba. ¿Y si María sabía cómo matarlo y él no sabía cómo matarla a ella? Podía estar jugando con desventaja sin saberlo, y perder la partida.
Lanzó un grito de furia mientras abría los brazos en alto y tensaba sus músculos. Las abejas abandonaron otra vez su cuerpo dejándolo tan desnudo como estaba momentos antes, para ir a refugiarse en la habitación de la vieja, su morada primigenia.
Era de noche y podría haberse ido como tenía previsto, pero no iba a hacerlo. La esperaría. Sabía que acudiría.
Estaba furioso y había olvidado su desnudez. Se miró en el espejo y lo que vio no le gustó. Un cuerpo delgado y arrugado, flaco, con todos los huesos apenas cubiertos por una delgada piel y escasa carne, le recordó al cuerpo deteriorado de la vieja. El pubis escaso y canoso como el de ella, el miembro viril encogido, como avergonzado de estar expuesto a la vista de los demás. En ese momento odió su cuerpo y pensó que el momento de la renovación debía de estar cerca. Tenía que escribir cuanto antes sus memorias y ponerlas a salvo para cuando eso ocurriese, y luego sería él quien buscase a las abejas y les exigiría esa renovación.
Quería un cuerpo joven con el que poder seguir viviendo en condiciones.
¿Qué pasaría cuando quemase la casa? Las abejas tendrían tiempo de huir por la ventana. Algunas morirían, el humo las atontaría al principio y quizás no reaccionasen todo lo rápido que debieran. Había leído en algún lugar que el humo las desorientaba. ¿Qué pasaría si morían en el incendio? En ese caso esperaba que fueran otras las que finalmente hicieran lo que tuviesen que hacer. ¿No era él el señor de las abejas?
Era su dios y ellas le debían pleitesía.
¿Y la casa? ¿Se vengaría de él? Eso parecía absurdo, pero recordó que en más de una ocasión había pensado que era la casa la que estaba al mando, la que lo había organizado todo. Pero si eso era así, ¿no sería también la que obligaría a Mari a ir allí? ¿Con qué fin? Volvía a maldecir en voz alta porque no podía evitar sentirse manipulado. Algo parecía estar controlándolo.
No era él quien estaba pensando.
Se movía dando vueltas por la estancia, una y otra vez... y otra más. Estaba fuera de sí y no dejaba de pensar en lo que estaba ocurriendo y en su temor a ser manipulado por alguien o algo que no podía controlar. No lo permitiría, pero tampoco sabía cómo evitarlo. Las horas pasaron muy rápido y pronto amaneció. La noche había transcurrido en un suspiro sin apenas percatarse de ello.
Tenía que prepararse, bajó al sótano, allí era donde tenía que empezar. Amontonaría algunos muebles para que el fuego se hiciera más intenso, después sería imparable y lo arrasaría todo al subir. Si las abejas no podían huir a tiempo, que se jodieran, no estaba dispuesto a pensar más en ellas... ni en la casa. Que cada palo aguantase su vela. Haría lo que tenía que hacer.
Pero no lo abandonaba la desesperación. ¿Era eso lo que tenía que hacer o lo estaban obligando a hacerlo? ¿Cómo podría averiguarlo?
¿Le permitiría la casa prenderle fuego?