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¿Matar? Sí; pero no solo matar. Deseaba algo más fuerte, algo truculento y sangriento. No sabía a qué se debía esa especie de sed animal, pero era algo que no le ocurría por primera vez. El detonante había sido Cáncer al hacerlo volver al pasado, pero se preguntaba a qué pasado lo había devuelto. ¿Al pasado de su juventud, cuando tenía poco más de veinte años y de la noche a la mañana se convirtió en un ser sangriento? ¿O a un pasado anterior? Un pasado en el que él no era él mismo, en el que era otra persona. ¿Qué significaba todo eso? No había tomado ninguna droga, de hecho no las había tomado nunca; ni siquiera fumaba. ¿Puede alguien tener alucinaciones sin estar drogado o bebido? ¿Cómo se puede distinguir lo que es real de lo que no lo es? ¿Quién lo decide? ¿El cerebro? El cerebro... esa extraña maquinaria que funciona a base de segregar un montón de endorfinas que después de todo no son más que drogas. ¿Cuántas realidades existen? Nadie lo sabe. Quien crea saberlo está equivocado.

Después de sentir esos instintos violentos y de hacerse cientos de preguntas sobre su pasado —sus pasados—, fue cuando había decidido contestar al insistente Cáncer: “Aquí me tienes. ¿Qué quieres de mí?” —parecía que se hubiese entregado; como dándose por vencido tras una larga persecución, pero en realidad era una gran curiosidad lo que experimentaba. Se sentía vivo de nuevo; incluso la artrosis había dejado de molestarle desde que empezó a sentir esas extrañas sensaciones que le subían desde el coxis. Excitación y ausencia de dolor transmutadas en euforia, sin duda a causa de una dosis elevada y recién fabricada de esas maravillosas endorfinas. “Aquí me tienes”, había dicho en voz alta. Era como un desafío, en el fondo no le importaba si quien se hacía llamar Cáncer era un maldito policía o un jovencito aficionado a las películas gore que solo buscaba morbo. De un modo u otro estaba dispuesto a enfrentarse a él cara a cara si era necesario. Se sentía un hombre nuevo a pesar de sus sesenta y cuatro años, la edad había dejado de pesarle, ahora era capaz de hacer lo mismo que a los veinte años; incluso un deseo sexual se dejaba notar entre las piernas.

Cáncer le había dicho que estaba interesado en lo ocurrido en 1963, y en cualquier otra circunstancia sangrienta que él conociera respecto a la casa. ¿A qué venía tanto interés por esa mierda de casa? Todavía la recordaba; no demasiado grande, pero húmeda y oscura a pesar de que era de reciente construcción por aquel entonces —ahora, desde luego habría envejecido como le había ocurrido a él—. El pequeño sótano era horrendo; y el papel de las paredes... indescriptible. Solo el maldito papel con sus colores extravagantes estaba pidiendo a gritos sangre. Mucha sangre. ¿Cómo sería ahora la casa? Suponía que después de tantos años el papel no habría sobrevivido, puede que hubiera sido sustituido por otro más moderno, aunque lo más probable es que fuese arrancado y suplido por pintura. El papel pintado era como un signo de otra época; de decadencia incluso, ahora primaban las pinturas y otro tipo de decoraciones. Seguro que después de lo ocurrido, lo primero que habría desaparecido era ese horrible papel; al menos el de la habitación de Mari, la joven Mari, tan bella, tan tierna... tan sabrosa... porque el papel pintado se podía lavar; al menos eso decían los fabricantes, pero ¿quién iba a lavar las paredes para quitar la sangre que las cubría pudiendo arrancar el papel y con ello todos los restos de lo ocurrido? Pero nada de eso importaba porque la casa seguiría siendo tan nefasta como antes. Esa casa había nacido marcada por la iniquidad y, hasta su completa destrucción, nada de lo que en ella se hiciera cambiaría su espíritu. Tendrían que pasar cientos; tal vez miles de años, para que todo resto de esa energía negativa que cubría aquel espacio desapareciera o decidiera trasladarse a otro lugar más apto para permanecer, para perdurar y quién sabe si también para medrar. ¿Cómo sabía tanto de esa casa si solo había estado una vez? ¿Quién podría decirlo? Era una verdad inmutable que le había sido transmitida de algún modo, una verdad que no era nueva, sino que procedía de otros tiempos, y que le sobreviviría a él y a muchas futuras generaciones. Lo importante era que él sabía que esa casa era malvada, y ahora alguien más estaba interesado en ella. Tal vez esa persona había notado algo en la casa, o le había sido dicho o transmitido de algún modo. Fuera una cosa u otra, Cáncer no le quiso dar demasiadas pistas al principio. Era muy reservado y solo quería respuestas, pero no quería dar información. “Lo siento chico” —le había dicho él— “pero no tendrás más información si primero no me dices quién eres y a qué viene tanto interés”.

Tuvieron que pasar un par de días más antes de que volvieran a compartir chat, o al menos antes de que ambos se identificaran para seguir la conversación, porque al igual que él había estado usando otros nicknames, lo más probable era que Cáncer hubiera estado haciendo lo mismo. Ninguno de los dos parecía fiarse demasiado del otro. Ambos querían recibir la máxima información al más bajo coste; sin darse a conocer, pero Cáncer cedió antes que él. Tal vez porque era más joven y con menos experiencia, porque tenía un mayor deseo de ponerse en contacto, o simplemente porque tenía menos que perder.

—Me llamo Al, y vivo en la casa.

—¿En qué casa?

—¿Es necesario dar la dirección? Sabes a qué casa me estoy refiriendo. Tú la conoces.

—¿Qué te hace pensar que la conozco?

—Tú enviaste la foto, y sé que tú has estado aquí antes. Hace mucho tiempo. Sé lo que significa Ripper, y sé por qué utilizas ese nombre.

—Dudo que lo sepas:-)

—No juegues conmigo. Tú lo hiciste... y... quiero que vuelvas.

—¿Volver?

—Volver.

—No te entiendo...

—Sí me entiendes. Tengo algo para ti, sé que te hará muy feliz, te gustará y nadie lo sabrá nunca. Solo tu, yo... y otra persona.

—¿Otra persona? ¿Quién?

—No importa; esa persona no podrá decir nada cuando todo esto termine.

—¿Qué es lo que ha de terminar?

—No le demos tantas vueltas, los dos sabemos a qué nos estamos refiriendo. Estoy poniendo a tu disposición un verdadero festín. Quiero proponerte algo que nadie antes te habrá propuesto. Algo que te gustará.

—¿Por qué no vas al grano?

—Quiero... que me comas.

En ese punto se interrumpió la conversación. ¿Era posible que alguien le estuviera proponiendo que se lo comiera? Ese alguien, o estaba loco, o le estaba tendiendo una trampa. Probablemente ambas cosas, porque nadie en su sano juicio le tendería una trampa en esas condiciones. ¿Qué se proponía su interlocutor? De pronto se le ocurrió otra posibilidad. ¿A qué demonios se estaba refiriendo? Él había interpretado el verbo comer en su sentido literal porque no sería la primera vez que comía carne humana, ¿pero Cáncer estaría hablando en los mismos términos? ¿No sería un condenado gay que le estaba tirando los tejos? ¿Cómo no lo había pensado? Hasta era posible que le estuviera proponiendo un trío. Había hablado de una tercera persona. Una tercera persona que “no podrá decir nada cuando todo esto termine”.

—Define “comer”.

—Masticar y desmenuzar el alimento en la boca y pasarlo al estómago. Tomar alimento.

El tipo debía de estar como una cabra. No se refería a nada sexual; o al menos a nada exclusivamente sexual. ¿Qué podía perder? ¿De qué clase de trampa podría estar tratándose? Estaba decidido. Tomaría sus precauciones y acudiría a la cita. Pero a una cita sin concretar; no le daría esa ventaja a Cáncer. Sería él quien decidiera cuándo ir sin previo aviso, de manera que si se trataba de una trampa, tendrían que estar ojo avizor las veinticuatro horas del día para cazarlo. Reanudó y finalizó la conversación con una sola frase: “Eructaré después de comerte”.

El encantador de abejas
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