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Nunca antes había visto algo que lo impresionara tanto. Puede que el hecho de que estuviera ocurriendo precisamente en la habitación de su madre, influyese de manera inconsciente.

La habitación prohibida.

¿Cuántos años tenía la última vez que entró en ella? Nunca olvidaría lo sucedido. No era más que un niño asustado y ahora era un adulto, pero un adulto acabado. Si la primera vez fue su padre quien lo aterrorizó, ahora eran millones de insectos los que lo hacían. La habitación se había convertido en un gigantesco panal, las paredes estaban cubiertas, así como buena parte del techo. La cama parecía haber sido engullida por las abejas. ¿De dónde provenían? ¿Cuánto tiempo se necesitaba para que un enjambre de esas dimensiones se instalara? ¿Semanas? No podía saberlo. Tampoco tenía ni idea de cuantos días llevaba su madre durmiendo en la mecedora frente a la ventana.

El zumbido era ensordecedor. Al principio pensó que podía estar relacionado con sus jaquecas y con su inestabilidad mental, pero de pronto se había convertido en algo físico y ubicado en un lugar concreto. Haberlo identificado no redujo su preocupación, más bien le causaba pavor. Tal cantidad de insectos podrían acabar con cualquier persona. ¿Qué podía hacer? ¿A quién se llamaba en esos casos? ¿A un fumigador? ¿Sería mejor comprar algún veneno y fumigar él mismo la habitación? Eso sería peligroso, además de ilegal. Tampoco podría llamar a un fumigador porque creía recordar que las abejas eran una especie protegida, el fumigador se negaría a deshacerse de la plaga. Lo mejor sería buscar en las páginas amarillas un apicultor y dar la voz de alarma. Si los insectos no podían ser eliminados, alguien tendría que hacerse cargo de ellos y trasladarlos a otra parte.

¿Qué importaba eso ahora?

¿Por qué se preocupaba de unos malditos insectos cuando estaba esperando de un momento a otro la visita de Ripper?

Quizás porque Ripper seguía siendo poco más que una especie de ente difuso en su mente, y las abejas eran una amenaza real al otro lado de la puerta. Pero si se había decidido a quitarse la vida, no debería tener miedo, lo único que podría ocurrir era que se anticiparan a Ripper y fueran ellas quienes lo devoraran. ¿Comían carne, o eso era solo cosa de las avispas? ¿Qué se sentiría al ser picado por cientos de insectos? ¿Cuánto tiempo permanecería consciente antes de que su cerebro se apiadara de él y se desconectara para que dejase de sufrir?

Tuvo la tentación de abrir de nuevo la puerta y esperar a ver qué ocurría, si se decidían a invadir el resto de la casa al dejarles el paso abierto o si, por el contrario, habían marcado y limitado de algún modo su nuevo territorio. Otra opción sería entrar. Eso no les gustaría, lo considerarían como un ataque a su reina y contraatacarían para reducir al intruso. ¿No se comportaban como soldados?

Esa sería una forma de quitarse de en medio dejando su vida en manos de la naturaleza. No sería como empuñar una escopeta y volarse la tapa de los sesos, pero al igual que no se atrevía a coger la escopeta y destrozarse el cráneo, tampoco era capaz de entrar por esa puerta y quedar a merced de un ejército tan demoledor y numeroso.

En cambio había elegido una de las peores formas de suicidarse, una forma que nadie antes había elegido. Tantos años de soledad y enclaustramiento lo habían desquiciado.

Oyó una carcajada que retumbó en toda la casa.

Era la carcajada de alguien totalmente perturbado.

El encantador de abejas
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