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Sabía que resultaba muy atrevido presentarse en la pensión un viernes por la tarde para hablar con su jefa, pero pensaba que era mejor hacerlo el viernes porque si la cosa no iba del todo bien, doña Juana tendría tiempo de olvidarlo, o al menos de minimizar la mala impresión, durante todo el fin de semana.
Cuando le preguntó a la señora Lucía por doña Juana, esta se sorprendió, pero le dijo que debía de estar en su habitación si aún no había partido hacia Valencia. Sabía perfectamente que todavía no se había marchado, pero no quiso dar la sensación de que controlaba en exceso a sus huéspedes. También sabía que Luis estaría con ella en esos momentos. Era algo de lo que se había dado cuenta varios meses atrás.
—Tal vez no quiera que la molesten a estas horas. ¿Por qué no esperas a que baje?
—No, mejor subo y llamo a la puerta. Si no me puede atender no creo que se lo calle.
—Tú veras.
Alfonso tuvo la sensación de que la señora Lucía ocultaba algo, pero no le dio demasiada importancia. Cuando subía por la escalera, se cruzó con su amigo.
—Hombre, Alfonso, ¿cómo tú por aquí? —no lo miró a los ojos al hablarle, lo cual también le pareció extraño en un hombre tan abierto como Luis.
—Nada, que quería hablar un momento con doña Juana. ¿Sabes si estará en la habitación?
—... no sé —titubeó.
—Bien, no importa; ahora lo compruebo. Buenas tardes.
—Buenas tardes.
Alfonso siguió hasta la habitación de doña Juana con una decisión que incluso le sorprendió a sí mismo; aunque por un momento se sintió torpe. ¿Cómo se lo tomaría si de repente llamaba a la puerta de la pensión donde se alojaba? Eso era como llamar al dormitorio de alguien. De pronto le pareció un grave atrevimiento por su parte, era como traspasar de golpe la intimidad de una persona; y en este caso de alguien muy por encima de él. Además; nadie espera visita en la habitación de su hotel o de su pensión a no ser que haya sido previamente concertada por algo concreto. ¿Qué pensaría doña Juana al abrir la puerta y verlo a él? ¿Y si le abría en ropa interior? Pensaría que quien llamaba era doña Lucía, o alguien a quien ella estuviese esperando. De ninguna manera podría esperar ver la cara de un subordinado suyo en aquel lugar.
Aún estaba a tiempo de salvar la situación, podía dar media vuelta e irse mientras se excusaba. ¿Informaría doña Lucía de su visita? ¿Qué pensaría su jefa cuando se enterase? Tal vez ya fuese demasiado tarde para irse de allí como si nada hubiese ocurrido. Si se enteraba de su visita frustrada, sin duda querría saber para qué la buscaba; y no solo eso, sino que querría también averiguar el motivo de su cambio de opinión en el último momento. ¿Tendría que contarle que la había imaginado abriéndole la puerta en bragas?
De un modo u otro, se sentía incapaz de llamar a la habitación. Si fuese su casa sería distinto. En una casa, el propietario no le abre a uno la puerta del dormitorio nada más llegar. El visitante no tiene por qué ver la cama deshecha, ni las bragas de nadie tiradas en el suelo. Definitivamente iría a verla a su casa; al menos así no forzaría la situación. Podría ir a Valencia esa tarde y visitarla allí. Tampoco sería necesario decirle que había ido a propósito, le diría que iba de compras y de pronto se le ocurrió la posibilidad de visitarla y comentarle un asunto que le preocupaba. Sería un buen modo de romper el hielo antes de entrar en materia.
Al salir de la pensión, Luis y Lucía lo saludaron. Devolvió el saludo sin mucho entusiasmo y, sin levantar la vista del suelo, salió a la calle un tanto avergonzado.