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Jack...

Sí, le encantaba ese nombre. Le encantaba verlo en letras de molde impreso en los periódicos cada vez que mataba a alguna de sus víctimas. Pero los periódicos no siempre decían la verdad, y en más de una ocasión no habían sido justos con él, sobre todo al principio, porque ni siquiera lo nombraban; claro que años antes nadie había oído hablar de Jack el Destripador, entre otras cosas porque no existía como tal. No había sido bautizado, pero ya había actuado otras veces por Whitechapel, el inmundo barrio repleto de fábricas textiles. El barrio donde los buhoneros y los mercaderes ofrecían a voz en grito sus productos todos los días, incluso los domingos, semiocultos por la espesa niebla, donde las prostitutas mendigaban unos peniques a cambio de levantarse las faldas y ofrecer el trasero para que los borrachos se desahogasen con ellas. Muchas veces ni siquiera llegaban a penetrarlas y se corrían restregando el miembro con escasa erección entre los cumplidos muslos de ellas.

Sí, Jack ya había actuado en aquellas calles y también en los alrededores, pero todavía no había alcanzado el grado de perfección actual. Recordaba a una tal Martha; una puta borracha con la que ni siquiera llegó a disfrutar sexualmente, una borracha histérica a la que tuvo que hacer callar a cuchilladas porque no dejaba de hablar. ¿Fueron diez?, tal vez incluso más, y le pareció que no empezó a callar hasta que no había recibido al menos las cinco primeras. No fue una buena idea porque acabó lleno de sangre hasta las orejas, la sangre de Martha no se limitó a salir del cuerpo, sino que lo hizo con una fuerza inesperada hasta que desapareció la presión arterial de su cuerpo, algo muy sucio que evitó repetir en sus siguientes encuentros con las desdichadas prostitutas de Whitechapel. Tuvo que limpiar la ropa personalmente, e incluso se vio obligado a deshacerse de la camisa. A partir de entonces tuvo más cuidado, eso ayudaba a que pudiese desaparecer del escenario del crimen sin demasiadas complicaciones, incluso se disfrazaba para que las declaraciones de los posibles testigos no coincidieran de un caso a otro; y así había sido. En cada crimen lo describían de un modo distinto, lo cual hacía que la policía estuviese cada vez más despistada.

Con Mary Jane había llegado prácticamente a la perfección, y se sentía con fuerzas como para matar a otras cien prostitutas sin temor a que Scotland Yard se le acercara a menos de una milla de distancia, aunque ese exceso de confianza hacía que se estuviera volviendo descuidado. El hecho de que no se hubiera disfrazado en esta ocasión y que se empecinara tanto en descuartizar el cuerpo, acabó provocando más de una mancha en su atuendo, a pesar de que la muerte y gran parte de los grotescos acontecimientos posteriores transcurrieran estando desnudo, incluyendo el momento en que comió con deleite el corazón todavía caliente de Mary.

Estaba delicioso.

Mucho más que el hígado alcoholizado y algo acartonado de Polly y que cualquiera de las otras delicatessen que había probado de los cuerpos de sus otras víctimas.

Cuando se vistió, lo hizo con tranquilidad, incluso con parsimonia. No tenía ninguna prisa y se sentía invencible. Nadie sospechaba de él, y estaba convencido de que nadie lo haría, ni aún en el supuesto de que lo viesen salir de la escena del crimen. Él era un importante gentleman y merecía un respeto. Claro que esta vez llevaba la camisa y los pantalones manchados de sangre, no era mucha, pero teniendo en cuenta que la camisa era blanca, resultaba difícil ocultar la realidad. A pesar de todo, salió de la habitación de Miller’s Court donde Mary Jane le había escupido en la cara mientras follaba con ella.

Donde Mary Jane se había masturbado impúdicamente.

Donde él se había comido el corazón de Mary Jane.

Y lo hizo con pasmosa elegancia y tranquilidad, como si estuviera paseando un domingo por la tarde cogido del brazo de su esposa por un barrio elegante.

De vuelta a casa no podía quitarse de la cabeza los cientos de imágenes vividas durante las últimas horas. Recordaba a Mary Jane en todas las posturas, antes y después de su muerte, la recordaba riendo y la recordaba gritando, o al menos intentándolo mientras el cuchillo se hundía por primera vez en su cuerpo, pero también pensaba en Florence.

Su odiada Florence.

Merecía morir, y de alguna manera, él la mataba un poco más cada vez que cometía uno de sus sangrientos crímenes contra otras mujeres, que como Florence, eran unas estúpidas zorras. En esta última ocasión, ni siquiera había podido vencer la tentación de escribir el nombre de ella en la pared, aunque finalmente se limitó a escribir sus iniciales, pero en cierto modo, con ello se estaba aproximando a lo que sería su venganza definitiva. Florence sería una de las próximas mujeres que moriría a manos del ya famoso Jack el Destripador, y lo haría de forma, al menos tan sangrienta como lo había hecho Mary Jane. También disfrutaría comiéndose su corazón, o tal vez se comería algún otro órgano más íntimo.

O ambas cosas.

De un modo u otro Florence no tardaría en morir.

Ese pensamiento, esa predisposición a que la hora de Florence estaba ya al llegar, lo había hecho ser más descuidado, menos meticuloso en su forma de proceder. En otras circunstancias se hubiese encargado muy bien de limpiar sus ropas para que Florence no sospechase nada, pero en cambio se limitó a desnudarse y a acostarse al llegar a casa, sin preocuparse de lo que pudiera pensar su esposa al recoger la ropa.

¿Qué importaba? Florence era tan estúpida o más que las otras mujeres, y no tenía iniciativa de ningún tipo ni se atrevería a denunciarlo en el supuesto de que llegara a sospechar algo. Y de todos modos no le daría tiempo suficiente para hacerlo. Podría jugar con ella durante unos días al gato y al ratón, a aterrorizarla con comentarios sobre los crímenes de Jack.

Sería interesante poder comprobar cómo el miedo empezaba a actuar días antes de que la verdad se hiciera evidente de una forma definitiva, cuando se descubriese ante ella como el mismísimo Jack el Destripador.

Sería una venganza perfecta poder ver su cara de terror instantes antes de morir entre sus manos. Tal vez la amordazara y la atara con el fin de poder disfrutar de su cuerpo mientras todavía estaba con vida. Hacía mucho tiempo que no mantenía relaciones sexuales con su mujer, y aunque era algo que no echaba demasiado en falta, Florence era todavía una hembra muy atractiva, mucho más que las prostitutas desdentadas y de fétido aliento con las que había estado últimamente. Más incluso que la propia Mary Jane que, aunque era menos fea y más joven que las otras, tampoco era ningún pimpollo.

Si la ataba podría poseerla por última vez mientras le decía al oído que nadie más lo haría porque pronto dejaría de existir, su cuerpo quedaría esparcido por toda la habitación en docenas de pequeños pedazos como el de Mary Jane y ya nunca más tendría otros amantes. Sí, con Florence tenía pensado ser mucho más cruel que con las otras. Alargaría su sufrimiento todo lo posible, por lo que intentaría mantenerla con vida durante varios días antes de acabar definitivamente con ella. Tendría que buscarse alguna coartada para que no lo implicasen en el crimen, pero eso no sería difícil.

Ya pensaría en algo.

El encantador de abejas
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