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Tenía que eliminar de nuevo a Jack el Destripador; y tenía que hacerlo sin que nadie supiese nunca por qué lo había hecho. Nadie llegaría a saber que Jack había vuelto y amenazaba con seguir matando. ¿Cómo lo haría? ¿Por qué él? Consuelo no era un asesino, y era incapaz de matar a sangre fría. Tampoco podía comportarse como un sicario y matar de ese modo a alguien como si de un encargo se tratara. ¿Había sido Florence una asesina o también recibió la señal de algún modo? ¿Sabía a lo que se estaba arriesgando?
Consuelo sería incapaz de afrontar una condena de cárcel. A su edad y con su personalidad no podría adaptarse a una situación tan horrible, aunque las cárceles de la actualidad no pudiesen compararse con las inglesas del siglo diecinueve donde ya estuvo preso como Florence.
¿Por qué no lo denunciaba? María decía conocerlo. Vería quien era y averiguaría si podía implicarlo de alguna manera en el crimen de Juana y de su amante. Porque el otro muerto seguramente sería su amante. ¿Por qué sino le cortó el pene el asesino? ¿No era algo simbólico? ¡Qué demonios!, María decía que conocía la identidad del asesino, pero podía estar equivocada. Más bien parecía cosa del marido que hubiese sorprendido a Juana con su amante. ¿Y si no era más que un crimen pasional?, uno entre tantos. En España se producía más de un caso de esos cada semana, maridos celosos o, simplemente violentos, acababan con la vida de sus esposas, o de sus ex esposas. ¿Quién le aseguraba a Consuelo que este no fuera otro de esos casos? María no parecía la persona más centrada del mundo. Estaba obnubilada; como ausente; y miraba a Consuelo a los ojos, pero como si estuviera enfocando a su nuca. Era una sensación extraña. ¿No se estaría precipitando al creerla tan abiertamente? No solo estaba en juego la vida de un hombre que podría ser inocente, sino su propia vida; o al menos su libertad.
No era un héroe, ni nadie que luchara por las libertades y los derechos de los demás. En cambio, y muy a pesar suyo, en el fondo sabía que se vería obligado a hacerlo. Una vez más se estaba involucrando en algo que le era ajeno.
No sabía si sería capaz de hacerlo.
Ni siquiera sabía muy bien qué es lo que tenía que hacer.