10
Hacía tiempo que no tenía una segunda erección en tan corto espacio de tiempo. Sabía que la noche iba a resultar inolvidable. Podría volver a poseerla, pero la poseería de otro modo, no como antes. Mary lo había visto acercarse a la cama y, sin duda, además de fijarse en su sexo rígido, se percató también del bisturí que sostenía en su mano derecha. El limpio y reluciente bisturí brillaba a pesar de la poca luz. Mary no se movió; su rostro cambió de expresión, se percataba del peligro, pero a la vez se sentía incapaz de moverse. Él ya conocía esas reacciones. Sus víctimas se quedaban paralizadas cuando veían lo que les iba a suceder. Ocurrió con todas, excepto con Polly, que estaba tan borracha que no se enteró de nada. Ni siquiera se percató de cuando le levantó la falda para meter el cipote en su interior. Pero con Mary nada sería igual que con Polly o las otras. A Mary le cortaría el cuello justo en el momento en que él se corriera por segunda vez. Nada hizo Mary para evitarlo cuando se acercó más ni cuando la montó de nuevo introduciéndose en su cálida cavidad todavía lubricada y cálida por su reciente encuentro. No fueron necesarias las palabras. El bisturí descansaba en su gaznate mientras Jack bombeaba encima. Esta vez no se rio cuando vio que el rostro de su amante se tensaba. Esta vez no lo cogió del trasero ni le escupió en la cara. No le hubiera podido escupir ni aun queriendo porque no le quedaba ni una sola gota de saliva en la boca. Notó el aumento del grosor del miembro de su amante, instantes antes de que empezara a llenarla de nuevo con su simiente, pero solo pudo notar la primera andanada de semen, porque la segunda sacudida coincidió con un profundo corte en su garganta que la mató al instante. La sangre salpicó la cama y el rostro y pecho de Jack, que acabó de correrse mientras hincaba el bisturí en uno de los pechos, rebanándolo de cuajo con un movimiento circular muy hábil en el último estertor de su clímax.
Lo primero que hizo fue escribir con sangre utilizando el pedazo de pecho que había cortado de su víctima, las siglas F. y M.[16] en la pared, y luego, sin vestirse, pasó horas disfrutando del cuerpo de Mary. Tiempo que invirtió en cortar el cuerpo en mil pedazos y desparramarlos por la habitación. Lo mismo hizo con sus vísceras, que extrajo y distribuyó a su manera. En la mesa cercana donde había depositado su sombrero dejó los dos riñones y, allí mismo, al pie de la cama, sentado en el suelo y con cada centímetro de piel cubierto de sangre y fluidos de su víctima, se comió el corazón sosteniéndolo con ambas manos. Lo comió con delicadeza y tomándose todo el tiempo necesario. No había ninguna prisa. Mary le había dicho que no esperaba a nadie esa noche.