3

Las horribles risas se acercaban rompiendo el silencio de la noche que hasta ese momento lo llenaba todo. Silencio que no le servía para descansar porque estaba temiendo ese momento, y su miedo anticipaba el dolor y la angustia que acababa padeciendo. Si por lo menos pudiese no preocuparse tanto, al menos el tiempo que permanecía rodeado de otras personas en el hospital, lo disfrutaría mucho más, o incluso el que pasaba a solas en su habitación; pero eso no era así, y durante el día se angustiaba por lo que le ocurriría por la noche, cuando el desalmado vigilante se trasformara en presentador de fenómenos y, entre gritos y risas, lo mostrara a su público particular. Público que en su mayor parte eran borrachos y putas a los que cobraba siempre por anticipado.

Empezó a jadear a la vez que las palmas de las manos le sudaban copiosamente. Las risas, algunas de ellas nerviosas e histéricas, la mayor parte provenientes de las mujeres que acompañaban a los borrachos, se acercaban cada vez más, y con la cercanía su angustia aumentaba. La voz del vigilante destacaba sobre todas porque iba gritando y anticipando el espectáculo que les tenía reservado a sus clientes, los cuales solo buscaban morbo a cambio de unas monedas.

La puerta se abrió con brusquedad, y la odiada cara del vigilante, sudada y sin afeitar, apareció recortada en el quicio poco iluminado. Sonreía mostrando unos dientes con claros síntomas de piorrea avanzada que amenazaba con que le cayeran de un momento a otro. El aliento fétido a causa del alcohol y de la falta de higiene bucal, llegó hasta John, que arrugó la nariz en un gesto de desagrado.

No iba solo, por lo visto alguno de los clientes lo había acompañado hasta la habitación, aunque eso no era lo normal. El vigilante no quería arriesgar su negocio y solía insistir en que todos permanecieran en la calle, mostrando a John desde la ventana. Pronto descubrió que los rostros que había vislumbrado por encima de los hombros de su atormentador, pertenecían a dos prostitutas. Una de ellas lucía una enorme caries en uno de los dientes delanteros, que parecía tener el tamaño de una moneda. El vigilante entró en la habitación y, sin decir nada, siguió avanzando hasta la ventana, apartando las cortinas a continuación. Al otro lado del cristal se apelotonaban varios rostros ansiosos de espectáculo.

—Entrad —les dijo a las prostitutas con un gesto obsceno, mientras se giraba y ofrecía un guiño a la audiencia. Las dos putas lo hicieron contoneándose y riendo escandalosamente; una de ellas se aflojó el lazo del escote mostrando sus dos enormes pechos, los cuales, a diferencia del rostro, eran bellos y sensuales. Puso sus manos en la cintura e hizo un rápido movimiento repetitivo a derecha e izquierda que provocó que ambos pechos se agitaran como si tuvieran vida propia. John no salía de su asombro y, a pesar suyo, notó que una erección se había apoderado de su sexo.

Un instante después lo comprendió todo. Ese era el motivo de que esta vez alguien acompañase al vigilante. Era cada vez más osado, y por lo visto había añadido el factor sexo al espectáculo. Seguramente las prostitutas habían sido contratadas para formar parte del espectáculo. Pero, ¿qué pretendía el vigilante?, ¿hasta dónde tenía previsto llegar?

Cuando quiso darse cuenta, absorto como estaba con los movimientos de los pechos, la otra prostituta se había desnudado por completo y hacía gestos obscenos hacia la ventana. El vigilante aplaudía y reía. John estaba asustado, a la vez que excitado. A pesar de la angustia que sentía, no podía frenar la erección que amenazaba con romperle los pantalones. La prostituta desnuda, mucho más guapa que su compañera, se acercó a él y lo abrazó por detrás sin dejar de mirar hacia el cristal, donde los borrachos no dejaban de reír. John notó la presión de sus grandes tetas en las protuberancias carnosas de su espalda.

—Ya basta, ya basta —dijo el vigilante que había recuperado la compostura—. Vestíos que esos de ahí afuera no han pagado lo bastante como para que esto pase de aquí. Tal vez otro día os deje continuar hasta el final. Será divertido ver como se corre la alimaña —añadió riéndose la gracia.

Algunos empezaron a golpear el cristal de la ventana al ver que el espectáculo cesaba antes de lo esperado. Sin duda querían sacarle más jugo a sus monedas, y uno de ellos amenazaba con romper el cristal con la botella de güisqui medio vacía que sostenía en su mano izquierda. El vigilante lo constriñó con un gesto brusco que pareció tener efecto sobre el borrachín. En ese momento vio al caballero que estaba con el grupo y que le había pagado generosamente; más de lo que le pidió para ver el espectáculo. No tenía el perfil de su público habitual y, aunque al principio llegó a desconfiar porque pensó que podía ser un policía o alguien que quería meter las narices en sus asuntos, pronto se convenció de que un policía no podía ser tan refinado y educado como aquel hombre, ni podía permitirse ir tan bien vestido, y si eso no fuera suficiente, la generosa propina consiguió que no siguiera haciéndose más preguntas. Lo había olvidado, pero al verlo ahora en la calle, detrás del resto de sus clientes, le lanzó una sonrisa y un saludo, como queriendo agradecer su presencia. No le vendría mal tener más clientes de ese tipo. Tal vez, si quedaba contento con el espectáculo, le hablaría de él a sus amistades, e incluso podría preparar uno especial solo para gente elegante. ¿Por qué no? Podría buscar un par de putas más vistosas que las de esa noche, no importaba que le resultasen más caras. Sin duda lo amortizaría con el precio que podría cobrar por cabeza en un espectáculo tan selecto. Debería de hablar sin falta con el caballero y proponerle algo así. Incluso le diría que sus amigos podrían entrar en la habitación de Merrick, en lugar de verlo desde la calle a través de la ventana. Conseguiría unas cuantas sillas y los acomodaría alrededor de la cama. Las chicas se desnudarían sensualmente y entre las dos le quitarían la ropa a Merrick. Podría preparar un espectáculo en el que se llegara a la cópula, o simplemente a una serie de caricias sobre el cuerpo deformado del actor principal de su espectáculo. Seguro que sería un éxito. Siempre sabía dónde existía una oportunidad de negocio en aquel maldito barrio. Era un hombre observador, y la erección de John no le pasó inadvertida. Una sonrisa iluminó su rostro mientras pensaba en el montón de monedas que podría conseguir en unas pocas noches con clientela tan distinguida, dejando al margen a los borrachos habituales que solo querían coger un calentón con las putas que llevaban, para luego ir a tirárselas a cualquier rincón oscuro.

Lamentablemente, cuando salió del hospital, averiguó que el gentleman ya no estaba, aunque sus esperanzas se recuperaron cuando supo que se había marchado con una de las prostitutas; con la más bonita, la que se había desnudado. Por lo visto le había gustado el cuerpo llenito y pálido. De todos modos lo suponía con mejor gusto; después de todo, resultaba evidente que podía permitirse mujeres mucho mejores. Al día siguiente localizaría a la zorra y averiguaría dónde vivía el tipo, si es que la llevaba a su casa para retozar con ella, cosa que dudaba. Era mucho más probable que se acercaran a alguna de las pensiones que alquilaban habitaciones por horas.

El encantador de abejas
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101.xhtml
sec_0102.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml
sec_0114.xhtml
sec_0115.xhtml
sec_0116.xhtml
sec_0117.xhtml
sec_0118.xhtml
sec_0119.xhtml
sec_0120.xhtml
sec_0121.xhtml
sec_0122.xhtml
sec_0123.xhtml
sec_0124.xhtml
sec_0125.xhtml
sec_0126.xhtml
sec_0127.xhtml
sec_0128.xhtml
sec_0129.xhtml
sec_0130.xhtml
sec_0131.xhtml
sec_0132.xhtml
sec_0133.xhtml
sec_0134.xhtml
sec_0135.xhtml
sec_0136.xhtml
sec_0137.xhtml
sec_0138.xhtml
sec_0139.xhtml
sec_0140.xhtml
sec_0141.xhtml
sec_0142.xhtml
sec_0143.xhtml
sec_0144.xhtml
sec_0145.xhtml
sec_0146.xhtml
sec_0147.xhtml
sec_0148.xhtml
sec_0149.xhtml
sec_0150.xhtml
sec_0151.xhtml
sec_0152.xhtml
sec_0153.xhtml
sec_0154.xhtml
sec_0155.xhtml
sec_0156.xhtml
sec_0157.xhtml
sec_0158.xhtml