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Las horribles risas se acercaban rompiendo el silencio de la noche que hasta ese momento lo llenaba todo. Silencio que no le servía para descansar porque estaba temiendo ese momento, y su miedo anticipaba el dolor y la angustia que acababa padeciendo. Si por lo menos pudiese no preocuparse tanto, al menos el tiempo que permanecía rodeado de otras personas en el hospital, lo disfrutaría mucho más, o incluso el que pasaba a solas en su habitación; pero eso no era así, y durante el día se angustiaba por lo que le ocurriría por la noche, cuando el desalmado vigilante se trasformara en presentador de fenómenos y, entre gritos y risas, lo mostrara a su público particular. Público que en su mayor parte eran borrachos y putas a los que cobraba siempre por anticipado.
Empezó a jadear a la vez que las palmas de las manos le sudaban copiosamente. Las risas, algunas de ellas nerviosas e histéricas, la mayor parte provenientes de las mujeres que acompañaban a los borrachos, se acercaban cada vez más, y con la cercanía su angustia aumentaba. La voz del vigilante destacaba sobre todas porque iba gritando y anticipando el espectáculo que les tenía reservado a sus clientes, los cuales solo buscaban morbo a cambio de unas monedas.
La puerta se abrió con brusquedad, y la odiada cara del vigilante, sudada y sin afeitar, apareció recortada en el quicio poco iluminado. Sonreía mostrando unos dientes con claros síntomas de piorrea avanzada que amenazaba con que le cayeran de un momento a otro. El aliento fétido a causa del alcohol y de la falta de higiene bucal, llegó hasta John, que arrugó la nariz en un gesto de desagrado.
No iba solo, por lo visto alguno de los clientes lo había acompañado hasta la habitación, aunque eso no era lo normal. El vigilante no quería arriesgar su negocio y solía insistir en que todos permanecieran en la calle, mostrando a John desde la ventana. Pronto descubrió que los rostros que había vislumbrado por encima de los hombros de su atormentador, pertenecían a dos prostitutas. Una de ellas lucía una enorme caries en uno de los dientes delanteros, que parecía tener el tamaño de una moneda. El vigilante entró en la habitación y, sin decir nada, siguió avanzando hasta la ventana, apartando las cortinas a continuación. Al otro lado del cristal se apelotonaban varios rostros ansiosos de espectáculo.
—Entrad —les dijo a las prostitutas con un gesto obsceno, mientras se giraba y ofrecía un guiño a la audiencia. Las dos putas lo hicieron contoneándose y riendo escandalosamente; una de ellas se aflojó el lazo del escote mostrando sus dos enormes pechos, los cuales, a diferencia del rostro, eran bellos y sensuales. Puso sus manos en la cintura e hizo un rápido movimiento repetitivo a derecha e izquierda que provocó que ambos pechos se agitaran como si tuvieran vida propia. John no salía de su asombro y, a pesar suyo, notó que una erección se había apoderado de su sexo.
Un instante después lo comprendió todo. Ese era el motivo de que esta vez alguien acompañase al vigilante. Era cada vez más osado, y por lo visto había añadido el factor sexo al espectáculo. Seguramente las prostitutas habían sido contratadas para formar parte del espectáculo. Pero, ¿qué pretendía el vigilante?, ¿hasta dónde tenía previsto llegar?
Cuando quiso darse cuenta, absorto como estaba con los movimientos de los pechos, la otra prostituta se había desnudado por completo y hacía gestos obscenos hacia la ventana. El vigilante aplaudía y reía. John estaba asustado, a la vez que excitado. A pesar de la angustia que sentía, no podía frenar la erección que amenazaba con romperle los pantalones. La prostituta desnuda, mucho más guapa que su compañera, se acercó a él y lo abrazó por detrás sin dejar de mirar hacia el cristal, donde los borrachos no dejaban de reír. John notó la presión de sus grandes tetas en las protuberancias carnosas de su espalda.
—Ya basta, ya basta —dijo el vigilante que había recuperado la compostura—. Vestíos que esos de ahí afuera no han pagado lo bastante como para que esto pase de aquí. Tal vez otro día os deje continuar hasta el final. Será divertido ver como se corre la alimaña —añadió riéndose la gracia.
Algunos empezaron a golpear el cristal de la ventana al ver que el espectáculo cesaba antes de lo esperado. Sin duda querían sacarle más jugo a sus monedas, y uno de ellos amenazaba con romper el cristal con la botella de güisqui medio vacía que sostenía en su mano izquierda. El vigilante lo constriñó con un gesto brusco que pareció tener efecto sobre el borrachín. En ese momento vio al caballero que estaba con el grupo y que le había pagado generosamente; más de lo que le pidió para ver el espectáculo. No tenía el perfil de su público habitual y, aunque al principio llegó a desconfiar porque pensó que podía ser un policía o alguien que quería meter las narices en sus asuntos, pronto se convenció de que un policía no podía ser tan refinado y educado como aquel hombre, ni podía permitirse ir tan bien vestido, y si eso no fuera suficiente, la generosa propina consiguió que no siguiera haciéndose más preguntas. Lo había olvidado, pero al verlo ahora en la calle, detrás del resto de sus clientes, le lanzó una sonrisa y un saludo, como queriendo agradecer su presencia. No le vendría mal tener más clientes de ese tipo. Tal vez, si quedaba contento con el espectáculo, le hablaría de él a sus amistades, e incluso podría preparar uno especial solo para gente elegante. ¿Por qué no? Podría buscar un par de putas más vistosas que las de esa noche, no importaba que le resultasen más caras. Sin duda lo amortizaría con el precio que podría cobrar por cabeza en un espectáculo tan selecto. Debería de hablar sin falta con el caballero y proponerle algo así. Incluso le diría que sus amigos podrían entrar en la habitación de Merrick, en lugar de verlo desde la calle a través de la ventana. Conseguiría unas cuantas sillas y los acomodaría alrededor de la cama. Las chicas se desnudarían sensualmente y entre las dos le quitarían la ropa a Merrick. Podría preparar un espectáculo en el que se llegara a la cópula, o simplemente a una serie de caricias sobre el cuerpo deformado del actor principal de su espectáculo. Seguro que sería un éxito. Siempre sabía dónde existía una oportunidad de negocio en aquel maldito barrio. Era un hombre observador, y la erección de John no le pasó inadvertida. Una sonrisa iluminó su rostro mientras pensaba en el montón de monedas que podría conseguir en unas pocas noches con clientela tan distinguida, dejando al margen a los borrachos habituales que solo querían coger un calentón con las putas que llevaban, para luego ir a tirárselas a cualquier rincón oscuro.
Lamentablemente, cuando salió del hospital, averiguó que el gentleman ya no estaba, aunque sus esperanzas se recuperaron cuando supo que se había marchado con una de las prostitutas; con la más bonita, la que se había desnudado. Por lo visto le había gustado el cuerpo llenito y pálido. De todos modos lo suponía con mejor gusto; después de todo, resultaba evidente que podía permitirse mujeres mucho mejores. Al día siguiente localizaría a la zorra y averiguaría dónde vivía el tipo, si es que la llevaba a su casa para retozar con ella, cosa que dudaba. Era mucho más probable que se acercaran a alguna de las pensiones que alquilaban habitaciones por horas.