6

El día en que se publicó con grandes titulares el asesinato de Mary Jane, se sintió verdaderamente vivo. Le ocurría cada vez que veía en letras de molde el nombre que él mismo había creado: Jack el Destripador. Ese día no tuvo que tomarse la medicación, ni siquiera pensó en ella.

Sentía la tentación de darse a conocer, de ir a los periódicos y decirles que los de Scotland Yard eran una pandilla de aprendices ineptos. Sería maravilloso burlarse en sus propias narices, pero sabía que no podía hacerlo, por lo que tenía que conformarse con la situación actual; después de todo, también así se estaba burlando de ellos, y no poco.

Quien más y quien menos pensaba lo mismo que él de Scotland Yard, porque era evidente que sus actuaciones no estaban siendo brillantes en el caso del Destripador. Los estaba dejando en ridículo en cada una de sus intervenciones. Cada vez que aparecía un nuevo cadáver, los responsables de Scotland Yard deberían de sentir cómo se les coloreaba la cara de vergüenza. Quizás por ello, en algunos casos la identidad de Jack no había sido dada a conocer, y varios de los asesinatos cometidos por él habían sido encubiertos como riñas callejeras u otro tipo de delito, incluso como suicidios. Era bastante habitual que la gente de los barrios pobres que no tenían acceso a armas de fuego se suicidaran ahorcándose o rebanándose el cuello con un cuchillo de cocina, por lo que no resultaba tampoco extraño certificar una muerte por suicidio con el cuello cortado.

Admitir todos los crímenes de Jack hubiese perjudicado todavía más la imagen ya dañada de los agentes de la ley. Estaba resultando una auténtica pesadilla para todo el cuerpo de policía, enviaba cartas a la prensa, e incluso algunas las dirigió a Scotland Yard. En las misivas escribía versos macabros o notas en las que se burlaba de ellos; en definitiva: los desafiaba con sus carcajadas —Já... Já...— por escrito.

La policía nunca sacó nada en claro de esas cartas ni de las descripciones que del asesino llegaban desde distintas fuentes. Solo una resultó lo bastante parecida como para que pudiera ser identificado James Maybrick como el auténtico Jack, una descripción en la que podía verse a un elegante caballero con sombrero. Cuando James vio publicado el dibujo en el Daily Telegraph, sintió un estremecimiento en el fondo del estómago, pero pronto se dio cuenta de que la autoridad seguía dando palos de ciego y no llegaban a ninguna parte. Nadie llamó a su puerta para decirle que se parecía al señor del periódico, y nadie reconoció a nadie de carne y hueso en aquel dibujo.

¿Cómo podían ser tan ineptos?, él había cometido no pocos errores, sobre todo en los primeros crímenes. ¿Cómo era posible que nadie le hubiese seguido la pista? La prensa daba decenas de versiones distintas sobre la identidad de Jack el Destripador, incluso se decía que se trataba de un sacerdote, o de una mujer. Las teorías eran de lo más disparatadas, pero ninguna dejaba de ser una mera especulación sin base que la sustentara más allá de la edición en que quedaba reflejada. La mayoría de las versiones eran solo comentarios descerebrados de los propios periodistas interesados en vender cuantos más ejemplares mejor. En el fondo, los periodistas no querían que se descubriera quién era Jack el Destripador, querían sangre, los asesinatos de Whitechapel hacían que se vendieran muchos más periódicos que cualquier otra noticia, y cada vez que el nombre de Jack el Destripador aparecía en portada, la gente arrancaba los periódicos de las manos de los vendedores ambulantes que se desgañitaban gritando su nombre.

La policía tampoco trabajaba en condiciones, la ciudadanía estaba en contra de ellos, y resultaba una tarea ingrata. En teoría había un policía por cada cuatrocientos cincuenta ciudadanos, pero esta proporción no resultaba real porque de los quince mil miembros del cuerpo, continuamente una media de dos mil quinientos estaban de baja por enfermedad o fuera de servicio. Además, el número de policías variaba en función de la hora del día, y dado que por la noche se duplicaba el número de efectivos, esto hacía que desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche, no hubiese más que dos mil policías de servicio, para la ciudad más poblada de la época, lo que suponía apenas un policía por cada cuatro mil habitantes, que debía cubrir una zona equivalente a medio kilómetro cuadrado.

Otra gran ventaja para Jack el Destripador era que los policías no estuvieran autorizados a abandonar las calles que les eran asignadas para las rutas, y no pudieran, salvo causa muy justificada, entrar en contacto con la gente que frecuentaba las tabernas y otros lugares públicos. Las linternas de gas que llevaban en sus rondas nocturnas, además de incómodas y peligrosas por las altas temperaturas que alcanzaban, apenas servían para alumbrar más allá de veinte centímetros, con una luz mortecina y totalmente inútil. Por otra parte los policías tenían sus rutas asignadas que recorrían a paso rápido, por lo que podían ser oídos con tiempo suficiente, circunstancia que facilitaba mucho las cosas a quien no quería ser descubierto.

Nadie mejor que él sabía cuan cierto era. En más de una ocasión había permanecido escondido a escasos metros de su víctima y había podido ver a los curiosos, al forense y a la policía alrededor del cadáver.

En la mayoría de las cartas enviadas a Scotland Yard había utilizado papel de calidad y, aunque cometía errores caligráficos para despistar, no comprendía cómo seguían manteniendo la teoría de que quien enviaba las cartas era una persona pobre y con poca cultura que estaba gastando una broma de mal gusto a la policía. Si se hubieran molestado en investigar el origen del papel, sin duda hubieran cambiado de parecer.

No descartaba la posibilidad de identificarse ante Scotland Yard o ante la prensa una vez finalizada su venganza contra Florence, porque ya lo tenía decidido: su próxima víctima sería Florence.

Y una vez muerta su esposa, ya poco le quedaba por hacer. Seguir matando a otras mujeres carecería de sentido, porque habría conseguido deshacerse de la que odiaba con toda su alma, la que había provocado con su actitud y con sus actos inmorales aquella oleada de sangre. Los pensamientos de reconciliación que pasaron por su cabeza habían sido eliminados, sobre todo desde que ella lo rechazase por enésima vez.

Puede que se entregara, pero no lo haría en Scotland Yard porque los muy “imbéciles”[19] aprovecharían la situación y lo enfocarían como que el mérito era de ellos. Eso no estaría bien. Sería mucho mejor acudir a The Times donde lo acogerían con los brazos abiertos si llevaba alguna prueba de que era quien decía ser. Y eso sería fácil.

Podría llevarles algún pequeño recuerdo de Florence.

11

El encantador de abejas
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101.xhtml
sec_0102.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml
sec_0114.xhtml
sec_0115.xhtml
sec_0116.xhtml
sec_0117.xhtml
sec_0118.xhtml
sec_0119.xhtml
sec_0120.xhtml
sec_0121.xhtml
sec_0122.xhtml
sec_0123.xhtml
sec_0124.xhtml
sec_0125.xhtml
sec_0126.xhtml
sec_0127.xhtml
sec_0128.xhtml
sec_0129.xhtml
sec_0130.xhtml
sec_0131.xhtml
sec_0132.xhtml
sec_0133.xhtml
sec_0134.xhtml
sec_0135.xhtml
sec_0136.xhtml
sec_0137.xhtml
sec_0138.xhtml
sec_0139.xhtml
sec_0140.xhtml
sec_0141.xhtml
sec_0142.xhtml
sec_0143.xhtml
sec_0144.xhtml
sec_0145.xhtml
sec_0146.xhtml
sec_0147.xhtml
sec_0148.xhtml
sec_0149.xhtml
sec_0150.xhtml
sec_0151.xhtml
sec_0152.xhtml
sec_0153.xhtml
sec_0154.xhtml
sec_0155.xhtml
sec_0156.xhtml
sec_0157.xhtml
sec_0158.xhtml