23
—Vengo a ver a Birdie Salaman.
La mujer sentada detrás del mostrador de recepción de Brown Bags Please era tal como la había imaginado: una Madre Descontenta que maldecía cada segundo que tenía que pasar ahí. La entendía. Yo sería igual.
—¿Su nombre es...?
—Helen Walsh.
—¿Tiene cita?
—Sí.
—Entonces, pase. —Señaló una puerta.
Me alegró mucho saber que Birdie seguía aquí. Había atravesado la ciudad a toda pastilla, haciendo Corky’s-Irishtown en un tiempo ilegal, pero al ser las cuatro de la tarde de un viernes temí que ya se hubiera largado de fin de semana.
Llamé a la puerta y entré. Birdie Salaman era muy guapa, más aún en persona. Llevaba el pelo recogido en un moño sobre la nuca e iba vestida con una falda de tubo y una blusa de chiffon amarillo limón preciosa. Por debajo de la mesa vi que se había quitado los zapatos: de topos negros y amarillos y talón abierto.
—Señorita Salaman, soy Helen Walsh. —Le tendí mi tarjeta—. Investigadora privada. ¿Puedo hablar con usted de bolsas de papel?
—Desde luego.
—¡Estupendo! —De pronto caí en la cuenta de que no llegaría a ningún lado con ese enfoque—. Lo siento —dije torpemente—. Quería decir, ¿puedo hablar con usted de Wayne Diffney?
Sus facciones se endurecieron.
—¿Quién le ha dejado entrar?
—La recepcionista.
—No pienso hablar de Wayne con usted.
—¿Por qué no?
—Porque. No. Le ruego que se marche.
—Necesito su ayuda. —Guardé silencio. No debería desvelarle información confidencial, pero ¿de qué otra forma iba a conseguir que me hablara?—. Wayne ha desaparecido.
—Me trae sin cuidado.
—¿Por qué? Wayne es un buen hombre.
—Bien, si no se marcha usted, me marcharé yo. —Estaba tanteando el suelo en busca de sus zapatos.
—Por favor, cuénteme qué pasó. Usted y Wayne parecían tan felices.
—¿Qué? ¿Cómo lo sabe?
—Vi una foto. Los dos de cachemira, tan Abercrombie and Fitch.
—¿Ha estado mirando fotos privadas?
—En casa de Wayne. —Hablaba deprisa. Me había pasado de la raya—. ¡No estoy espiándoles! —Bueno, sí, pero no de mal rollo.
Birdie ya estaba en la puerta, con la mano en el pomo.
—Tiene mi número de teléfono —dije—. Llámeme si cree que...
Atravesó de nuevo el pequeño despacho, rompió mi tarjeta en cuatro trozos y la tiró a la papelera. Hecho esto, regresó a la puerta. Tenía que ir a por todas, aunque era arriesgado, podría darme un guantazo.
—Birdie, ¿dónde puedo encontrar a Gloria, la amiga de Wayne?
Ni siquiera se molestó en responder. Cruzó la recepción a grandes zancadas y casi arranca las bisagras de la puerta de la calle. Se movía muy deprisa pese a los taconazos.
—¿Adónde vas? —le preguntó la Madre Descontenta.
—A la calle.
—¡Tráeme un Cornetto!