FLOR AZUL
«¿De nuevo hundido en los astros,
en las nubes, en los cielos?
Por lo menos, no me olvides,
alma y vida de mi vida.
En vano los arroyuelos
juntas en tu pensamiento
y las campiñas asirias
y la tenebrosa mar;
las pirámides vetustas
que alzan sus puntas al cielo.
¡Para qué buscar tan lejos
tu dicha, querido mío!»
Así mi niña me hablaba,
dulcemente acariciándome.
¡Ella tenía razón!
Yo reía, sin embargo.
«Vámonos al bosque verde,
donde las fuentes del valle
lloran y la roca puede
precipitarse al abismo.
Allí, en lo claro del bosque,
cerca del junco tranquilo,
bajo la serena bóveda
del moral nos sentaremos.
Y me contarás los cuentos
y me dirás las mentiras;
yo, con una margarita
comprobaré si me quieres.
Y bajo el calor del sol,
roja como una manzana,
tenderé mi cabellera
para cerrarte la boca.
Si tú acaso me besaras,
nunca nadie lo sabría,
pues debajo del sombrero,
¡eso a quién puede importarle!
Cuando a través de las ramas
salga la luna de estío,
tú me enlazarás del talle,
yo me prenderé a tu cuello.
Bajo el techo de las ramas,
al descender hacia el valle,
caminando cambiaremos
nuestros besos como flores.
Luego, al llegar a la puerta,
hablaremos en lo oscuro;
que nadie de esto se ocupe;
si te quiero, ¿a quién le importa?»
Un beso más… y se ha ido.
¡Yo quedo bajo la luna!
¡Qué hermosa es y qué loca
es mi azul, mi dulce flor!
Tú, maravilla, te fuiste,
y así murió nuestro amor.
¡Flor azul, oh flor azul!…
¡Qué triste que es este mundo!
1873