EL CUENTO DEL TILO

«Blanca, naciste de amor

que no fue santificado;

pero yo juré a los cielos

que Cristo será tu esposo.

Vistiéndote de estos hábitos,

al mundo renunciarás,

expiando así la falta

de tu madre y mi delito».

«Digo, mi querido padre,

que los que quieran renuncien,

porque tengo un alma alegre

y una juventud radiante.

Las músicas y las danzas,

los bosques es lo que quiero,

y no una celda perdida

donde se llora, soñando».

«Sé bien lo que te conviene,

ya lo tengo decidido;

para el viaje de mañana

prepárate desde hoy».

La mano sobre los ojos,

la niña ya está pensando

huir hacia el fin del mundo,

pues no otra cosa le queda.

Ensilla el caballo blanco,

que será su compañero,

ya pone el pie en el estribo

y hacia el bosque se encamina.

La noche cae de los tilos

embriagando sus sentidos,

muestra el cielo sus estrellas,

mensajeras de reposo.

Ya pasa a través del bosque,

llegando al tilo sagrado,

viejo y de flores cubierto,

que oculta una fuente mágica.

Cantando al compás del agua,

un cuerno de plata suena,

que, cada vez más sonoro,

llega más cerca, más cerca,

y la fuente con su magia

brota ondulando sus ondas.

Arriba, entre las colinas,

está velando la luna.

Como quien vuelve de un sueño,

la niña asombrada mira,

y ve a su lado un mancebo

que monta un negro caballo…

¿Es que la engañan sus ojos,

es ilusión, es verdad?

Flor de tilo orna su pelo

y el cinto un cuerno de plata.

La niña baja los ojos,

lleva a sus sienes la mano,

el corazón le desborda

de una dolorosa dicha.

El mancebo infantilmente,

cada vez más, se le acerca;

su alma se siente prendada,

pero rehúsa mirarlo.

Con la mano lo rechaza,

mas en sus brazos se encuentra;

de un dolor, dulce dolor,

siente estrechado su pecho.

Quisiera gritar… no puede,

su cabeza sobre el hombro

del doncel se inclina, mientras

los besos llenan su boca.

La acaricia y la interroga,

ella en él oculta el rostro

para responderle quedo

con su dulce voz de niña.

Estribo a estribo cabalgan,

sin ocuparse de nadie;

están tan enamorados,

que se beben con los ojos.

Alejándose, alejándose,

pasan la umbría y el valle,

el cuerno lleno de pena

resuena dulce, cansado.

Se esparce tierna la voz

por encima de los campos,

perdiéndose poco a poco,

más lejana… más lejana…

Arriba, entre los abetos

del alcor, queda la luna

velando, y la fuente mágica

brota ondulando sus ondas.

1878