SONETOS
I
Afuera está el otoño, las hojas han caído,
y el viento al cristal tira grandes gotas de agua;
y tú lees las cartas de mustios sobre viejos
y en una sola hora pasa entera tu vida.
Cuando pierdes tu tiempo en dulces pequeñeces,
quisieras que tu puerta nadie la golpeara,
pues es más deseable, cuando graniza afuera,
dormir cortos instantes soñando junto al fuego.
Así es como mis ojos pensativos contemplan,
sentado en mi sillón, un viejo cuento de hadas;
en torno mío llegan oleadas de bruma.
De pronto, oigo pasar el fru-frú de un vestido,
unos pasos ligeros tocan el suelo apenas…
Y manos finas, frescas se posan en mis ojos.
1879
II
Los años han pasado y otros más pasarán
desde la hora sagrada en que nos encontramos.
Yo pienso sin cesar en cuánto nos quisimos,
maravilla de ojos grandes y manos frescas.
¡Oh, regresa de nuevo! Inspírame palabras,
que otra vez tu mirada descienda sobre mí,
que bajo su reflejo me devuelva la vida
y arranques nuevos cantos de mi lira otra vez.
Tú ni siquiera sabes que tu sola presencia
mi corazón confuso profundamente calma,
como la silenciosa aparición de un astro.
Y cuando yo te veo riente como un niño,
en mí se extingue entonces el dolor de vivir,
mi pupila se incendia y se alegra mi alma.
1879
III
Cuando hasta la voz misma del pensamiento calla,
vuelve a mí la canción de un afecto muy dulce,
y entonces yo te llamo. ¿Es que oyes mi llamada?
¿De las brumas que habitas, conseguirás librarte?
¿La intensidad nocturna la volverán serena
tus grandes ojos claros portadores de paz?
Ven desde las tinieblas de los tiempos a mí,
para que pueda verte regresar como un sueño.
Desciende suavemente… más cerca, sí, más cerca,
inclínate de nuevo sonriente en mi rostro,
muéstrame en un suspiro cómo es todo tu amor,
tócame tú los párpados con tus pestañas suaves,
hazme sentir de nuevo el temblor de tus brazos,
tú por siempre perdida, eternamente amada.
1879