LAS REFLEXIONES DEL POBRE DIONÍS
Jarra redonda de vino me sirve de candelabro
y la vela crepitante quema humeando su sebo.
En medio de esta miseria, ¡vamos, inspírate, canta!
Llevo un siglo sin dinero y sin vino más de un mes.
Un reino por un cigarro, para que llene mis nubes
de quimeras… ¿Pero dónde? Mueve el viento mi ventana,
maúlla un gato y se pasean pavos de cresta violeta,
meditando, melancólicos, tristemente por el patio.
¡Berr, qué frío!… Ya mi aliento se cuaja y meto mi gorro
de cordero hasta las cejas; mis codos no me preocupan;
como un gitano que hunde sus dedos entre la malla
de la red del pescador, los toco de tiempo en tiempo.
Lástima no ser la rata, ella al cabo tiene pieles.
Me comería mis libros, me reiría del frío,
encontraría soberbio, dulce, un pedazo de Homero,
por palacio un muro roto y un icono por esposa.
En los muros polvorientos, techados de telarañas,
pululan las chinches rojas que da placer el mirarlas.
Encuentran duro el jergón de paja, y mi pobre piel
alimentarlas no puede. En un apretado enjambre,
han salido de paseo —¡qué pasatiempo gracioso!—.
Esta chinche es una vieja, devotamente camina;
éste es un joven mancebo… ¿Sabe quizás el francés?
Esa que evita la plebe, es una niña romántica.
¡Berr, qué frío! Ya en mi mano salta una pulga, yo dudo:
¿mojaré un dedo en mis labios para atraparte? La dejo.
¡Pobre! Sobre una mujer ya la habrían aplastado.
Pero a mí nada me importa; no he de casarme con ella.
Hasta el gato ronronea junto a la estufa, aburrido.
¡Eh, tú, gato, háblame un poco, mi reloj y único amigo!
Si hubiera un país de gatos, yo te haría su ministro,
para que sepas que existe la nobleza, desgraciado.
¿En qué pensará tan cómodo, hecho una bola, soñando?
Su felina fantasía, ¿qué dulces ideas teje?
¿Qué dama de blanca piel le está invitando al amor?
¿En dónde será la cita, en un desván o un granero?
Si en el mundo sólo hubiera gatos, ¿sería poeta?
Gatuneando mis odas, mayando como Garrick;
de día, al sol, acechando el rabo de los ratones;
a la noche, en el granero, el balcón o en las canales,
filosofando a la luna, sensible y arrebatado.
Defendería en los cursos las ideas populares,
y a los jóvenes sinceros y a las chicas entusiastas
les haría ver que el mundo es sólo un sueño de gatos.
O bien, como un sacerdote en el templo consagrado
al ser que, según su imagen, creó al pueblo de los gatos,
clamaría: ¡Oh pueblo mío, pueblo de gatos, desgracia
a la tribu de los gatos que en cuaresma no ayunaron!
Sé que entre vosotros hay incrédulos a la ley;
dudan del Ser sobre el ser y del alma sobre el alma,
mientras la raza gatuna continúa y va extendiéndose.
¿Estos ateos no temen ni el infierno ni los diablos?
¡Anatema, y que los gatos más honestos les escupan!
¿No veis cuánta inteligencia atesora vuestro ser?
¡Oh gatos, para arañar os dieron zarpas, sin duda,
y para mayar, bigotes! ¿No quisierais atusarlos?
¡Vamos!, que ya en la botella el pabilo se consume.
Viejo, márchate a dormir, ¿no ves que todo está oscuro?
Soñemos favores y oro, tú en tu cama y yo en la mía.
¡Si yo pudiese dormir! Sueño, paz del pensamiento.
¡Oh, cubre mi cuerpo entero con tus armonías mudas!
Sueño, ven, o muerte, llega. Para mí todo es lo mismo.
Es igual que pase el tiempo con gatos, pulgas o lunas.
¿Para qué puede servirme? ¿A quién puedo darle nada?
¡Oh poesía—miseria!
1872