EL CUENTO DE LA SELVA
Selva, emperatriz gloriosa,
pueblos por miles la cruzan,
todos admiran la gracia
de su gentil majestad.
La luna, el sol y los astros,
los lleva sobre su escudo.
Sus cortesanos y damas
son la tribu de los ciervos.
Heraldos, conejos ágiles,
portadores de noticias;
los ruiseñores, la orquesta,
y narran cuentos las fuentes.
En las flores que en la umbría
nacen cerca del sendero,
liban enjambres de abejas
y hay ejércitos de hormigas.
Vamos también a la casa
de la reina. Seamos niños,
y juguemos nuevamente
al amor y a la fortuna.
Toda la naturaleza
puso su sabiduría
en volverte la más linda
entre todas las hermosas.
Los dos iremos al mundo,
errantes y solitarios,
durmiendo junto a la fuente
que mana al pie de los tilos.
Dormiremos y las flores
del tilo nos cubrirán,
oyendo en sueños el cuerno
precursor de los rebaños.
Cerca, muy cerca los dos,
nuestros pechos juntaremos.
Oye llamar a la selva
a su consejo de sabios.
La luna sobre las fuentes
filtra su luz en las ramas,
y alrededor nuestro llegan
todas las grandes familias:
Blancos caballos de mar,
uros de blasón frentados,
ciervos de ramas nudosas,
rica alerta de los montes.
Forman consejo y preguntan
alarmados, quiénes somos.
Y nuestro tilo contesta,
apartando su ramaje:
—«¡Oh, miradlos cómo sueñan
el ensueño de las hayas!
Es tanto lo que se quieren,
que viven como en un cuento».
1878