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—¿Y?

—¡Mal!

Torres se desplomó en un sillón. Buenaventura le extendió la frutera llena de manzanas, que el joven sacerdote contempló vacilante y por fin la rechazó. Buenaventura eligió una, la lustró en su sotana, apreció su nuevo brillo y la mordió con apetito.

—¿Te reconoció? —preguntó con la boca llena.

—Sí.

—¿Entonces?

—Ésa es la desgracia: ¡me reconoció! —se puso de pie y empezó a marchar nerviosamente alrededor de la mesa—. El coronel Pérez es un sádico y tiene la manía del gesto viril. Sólo oye a los obsecuentes o a sus superiores.

—¿No sabes tratar a los sádicos?

—Desgraciadamente, no… —hizo una pausa y empezó a recordar—. Pérez, en la escuela, vivía planificando «castigos ejemplares» contra el mundo entero. Hacerle una broma o responderle con indiferencia implicaba poner en movimiento a una máquina de venganzas sin fin.

Buenaventura se estiró la almidonada golilla para poder girar mejor su cabeza, ya que su interlocutor no cesaba de caminar.

—Cultivaba el machismo, la pedantería y la fabulación. Su fantasía era insuperable. Los muchachos le hacíamos rueda (me incluyo) para escuchar sus hazañas, que casi siempre se reducían a crueles violaciones.

—¡Es un enfermo sexual!

—Esas versiones que circulan sobre sus festines con prostitutas detenidas, deben de ser auténticas. Antes de ser Jefe de Policía pagaba muy bien para que alguna ramera aceptara sus perversiones. Ahora ya se puede ahorrar ese dinero.

Buenaventura le volvió a ofrecer las manzanas y Torres las desechó con la mano. Buenaventura insistió, porque una manzana en la boca lo haría sentar. Ya empezaban a marearle tantas vueltas.

Carlos Samuel descubrió la intención del viejo, hizo una mueca de aprobación y mordió la fruta. Buenaventura le señaló la silla de enfrente.

—¿Qué haremos? —preguntó.

—He fracasado con el Obispo. He fracasado con Pérez —enumeró Torres—. ¿Quedan muchos otros caminos?

Buenaventura arrojó a un cesto el resto de su manzana. Contempló el frutero y extrajo otra.

—Presiento que la manifestación no conseguirá nada.

—Tendremos que apoyarla —replicó Carlos Samuel—. Mi conciencia ordena no quedarme de brazos cruzados.

—Monseñor Tardini me advirtió la última vez: «Cristo es un cordero, no una pantera».

—Cristo expulsó con violencia a los mercaderes del Templo.

—Lo sé… El problema está en que una violencia de masas no se puede controlar ni prever dónde termina. —Buenaventura frotó vigorosamente la manzana contra su pecho.

—Nada se hace contra la violencia de Pérez. Su tristemente célebre «noche blanca» es el comienzo de una ola de terror policial.

—Temo que la manifestación no sea pacífica —el trozo de fruta agitaba su mejilla derecha.

—La dirigirán nuestros muchachos.

—Sí, sí —Buenaventura no estaba satisfecho—. Afirmaron que será una marcha silenciosa y ordenada. Pero cualquiera lanzará un cascote contra una vidriera y… ¡adiós disciplina!

—¿Podemos negarle nuestro apoyo? —Torres también dudaba.

—No… Su causa es justa. Evidentemente, es justa.