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EPÍSTOLA
QUERIDA HERMANA:
He reflexionado sobre tus palabras. He revisado cuidadosamente todos los factores. Los volví a analizar con tu hijo. Anoche él me dio a conocer su última palabra y yo alabé al Señor.
Cuando nació Carlos Samuel después de largos años de espera, tuve la impresión de vivir una página de la historia sagrada. Si te sugerí que le bautizaras «Samuel», es porque me recordabas a «Ana». Eres como Ana de la Biblia, a quien su amante esposo no podía alegrar ni con cariños ni atenciones porque se había cerrado su matriz. Te lamentabas igual que Ana y pretendías colmar al cielo con votos y plegarias. Te encontré una noche en la iglesia, sola, perdida en medio de la nave. Te habías abstraído de este mundo. No podías verme ni oírme. Parecías temulenta de santidad, como Ana en santuario de Silo. Y yo rogué al Señor. Sumé mis oraciones a las tuyas para que se produjera el milagro que tú clamabas desgarradoramente. Y el milagro se produjo. Nació tu hijo a quien, como Ana, prometiste para el servicio de Dios.
Ahora temes haberte excedido, haber enajenado su felicidad antes mismo de concebirlo. Sufres creyendo que has torcido su vocación y malogrado su personalidad. He pensado mucho en esto, hermana, y te comprendo. Pero Dios es justo, omnisciente y misericordioso: tu promesa fue formulada en instante de desesperación, de evidente desequilibrio emocional. Y Dios sabe cómo ahora tu corazón se agita en tumultuoso sentimiento de culpa.
Hablé con Carlos Samuel en este paraje serrano como si éste fuera el desierto donde fluye más pródigamente la inspiración divina. Carlos Samuel preguntó mucho. Su curiosidad ya no se limita a los pájaros. Tiene una agudeza hirsuta que necesita ser pulida y brillará como el diamante. Escalamos collados, bordeamos arroyos, visitamos a sus amiguitos del otro viaje, interesándonos por sus vidas y problemas, asombrándonos por su resignación. Hablamos tanto, que se me secaba la garganta. Porque Carlos Samuel, querida hermana, tiene una vocación auténtica. Su amor se vuelca hacia Dios y sus criaturas como el agua de una cascada. Quiere ser sacerdote, está firmemente decidido.
¡No produzcas más lágrimas! ¡Que tu corazón se llene de gozo! Dios no podía haber sido más misericordioso contigo, pues allanó los caminos para que tu promesa se cumpliera en circunstancias dichosas. Tu hijo se sentirá realizado como sacerdote y tú no sólo tendrás alivio por haber cumplido con Dios, sino por haber conducido a tu hijo hacia su genuina felicidad.
En Latinoamérica ralean las vocaciones auténticas. Es una paradoja lamentable. Con su inmensa mayoría de católicos, aún se deben importar religiosos de Europa. Creo que tenemos buena parte de culpa. Pero esto es harina de otro costal. Lo cierto es que la decisión definitiva de Carlos Samuel, que él me transmitió anoche, casi con solemnidad, me ha inundado de júbilo.