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NO SÉ POR QUÉ elegí Derecho y Ciencias Sociales. Tal vez porque me parecía la carrera más fácil o tal vez porque no tenía ganas de contrariar a los viejos. Ya me daba lo mismo.

Mamá se ocupó de comprarme un traje nuevo para esa ocasión. «¡Tengo un montón, más lindo que éste!», protesté. «No importa —replicó exultante—, hoy es tu primer día de Universidad, entras en otro mundo».

—¡Bah!

Me persiguió con el cepillo hasta la puerta, como si fuera a un desfile de modelos. Papá esperaba con el automóvil para llevarme. Noté que él también se había acicalado más que de costumbre. El acontecimiento no era sólo mío, por supuesto. Papá frenó frente a la facultad, donde ya se habían aglomerado muchos jóvenes.

—Suerte, hijo, y… ¡valor!

—Gracias, viejo.

Pasé por entre los primeros grupos hasta el amplio hall de acceso. Me era familiar, pues lo recorrí detenidamente cuando estuve a matricularme. Busqué algún conocido, sin éxito, y me apoyé contra una columna. De ahí podía escuchar algunas conversaciones. Estaban los estudiantes de cursos superiores, desinhibidos, dicharacheros y los que recién llegaban, medrosos, desconfiados, inocentes. Las voces más sonoras eran aquellas que se desenrollaban contando anécdotas sobre los profesores. Ridiculizarlos era la mejor y única lícita manera de tomarse algún desquite. Un muchacho me descubrió. Habíamos estado juntos en alguna reunión social. No recordaba su nombre. Le confesé que recién ingresaba. Me dijo que iba a segundo año y empezó a darme categóricos consejos. Al profesor Fulano tienes que asistirle a clase y sentarte en primera fila para que te vea. A Zutano jamás le hagas preguntas: lo exasperan y es capaz de hundirte sin asco. En cambio, a Mengano le encanta que le interrumpas, que se actúe en clase: el que permanece callado va derecho a la muerte; yo le preguntaba siempre, aunque fueran tonterías, y aprobé sin dificultad.

Sonó un timbre y empezamos a circular buscando nuestra respectiva aula. Tardé bastante en encontrar la mía, casi al final de un corredor. Estaba de bote en bote. Descubrí una butaca vacía y la ocupé.

Mi vecina inició la conversación.

—¿Primer año?

—Sí, primer año.

—Entonces seremos compañeros —sonrió—. Me llamo Olga Bello.

—Yo, Néstor Fuentes.