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EPÍSTOLA

QUERIDA HERMANA:

No sabes cuánto celebro haber traído conmigo a tu hijo. Estas sierras, desde que las conocí, son para mí como un reflejo del jardín del Edén. La naturaleza estalla en colores apenas la toca el sol, al tiempo que los pájaros estremecen los follajes con sus trinos de metal. Por donde uno marcha, siente ese perfume de hierbas y de flores que entra Por la nariz y por la boca, limpiando la cabeza y el corazón de pensamientos tristes.

Tu hijo se interesa por los pájaros. Me ha puesto en apuros, obligándome a confesar mi ignorancia. Trato de compensar esa desfavorable imagen transmitiéndole lo que sé sobre plantas, que conozco mejor. Su curiosidad, felizmente, no tiene vallas, de modo que su devoción por la ornitología no excluye a la botánica. Hasta se interesa Por mis lecturas y tengo que explicarle asuntos teológicos demasiado complejos para su edad.

Se ha relacionado con algunos chicos serranos y pasa muchas horas con ellos. Los conoció cuando caminábamos por la orilla del río. Es un río de aguas cristalinas que lustran sin cesar su lecho de piedras blancas. Casi todos nuestros pasos incluyen un breve recorrido por una de sus frescas márgenes. Lo hacemos alegremente, saltando por las anfractuosidades del borde. Allí hemos encontrado a tres andrajosos chiquillos pescando. Su magra cosecha era depositada en una arpillera extendida sobre el musgo de la orilla, como un pingajo abandonado en un esmeraldino tapiz. Cuatro o cinco truchas yacían dispersas sobre el harapo. Nos quedamos observándolas. Ellos no hablaban si no les dirigíamos la palabra y, cuando lo hacían, apenas si pronunciaban un monosílabo. Al día siguiente volvimos al mismo paraje. Cuando salí de la abstracción a que me suele conducir el argentino ronroneo del agua, vi a Carlos Samuel pescando con los otros. Después los acompañamos hasta su casa, un pobre rancho protegido por ancestrales árboles. Tu hijo, desde entonces, los visita diariamente. Descubrí entonces en él dos cualidades, aparentemente antagónicas; la primera es la de conductor, que quizá se vio favorecida por la pasividad y sumisión de sus amiguitos. Carlos Samuel elabora las iniciativas, propone los juegos y trabajos, organizando las tareas de su pequeña legión. La otra cualidad es su vocación de servicio. Entre los juegos que ha ideado, figuran limpiar el rancho y su dilatado patio, arreglar el corral y reforzar el cerco. Con improvisados baldes y regaderas asperjaron las plantas y hasta lavaron algunos caballos. La actividad de tu hijo inyectó una alegría insólita en el rancho. Las escobas, los rastrillos y las tenazas se transformaron en objetos de júbilo. Estimulado por Carlos Samuel, intervine para aconsejar medidas higiénicas, quemar los nidos de liendres, hervir la leche y separar con un tabique la cama de los padres de la de los niños.

Aunque conozco los ranchos de nuestra sierra, era tal su miseria, que no pude evitar asombrarme. Es increíble el abandono en que viven algunos cristianos, en medio de la más rutilante belleza natural, manchándola con su pereza y los pecados que la pereza origina.