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EPÍSTOLA
QUERIDO SOBRINO:
Estoy preocupado. Hasta mí llegan las versiones más encontradas sobre tus actividades. Caminas sobre un terreno cenagoso, donde puedes hundirte con facilidad. Sabes que he confiado en ti, en tu vocación y en tu inteligencia. Pero no eres más que un hombre, sujeto a humanas limitaciones y pasible de ser encandilado por una falsa estrella. No dudo que el móvil que impulsa tu labor es el amor al prójimo. Pero ello no basta para evitar el error.
El Concilio Vaticano II permitió que nuevos vientos soplaran en la Iglesia. Pero entre esos vientos auténticamente cristianos se mezclaron otros largamente repudiados por las autoridades eclesiásticas, que sólo pueden provocar anarquía, confusión y perjuicios.
Es necesario ser honesto y preciso en las interpretaciones que se hacen sobre sus resoluciones, apartándose de las corrientes que pretenden desviar a la Iglesia —o por lo menos a una parte de su clero— hacia actitudes extremistas reñidas con las tradiciones de la civilización occidental. Ten siempre presente que ninguna autoridad católica ha negado el derecho natural de la propiedad privada. Por lo tanto, es un delito ir contra ella. Los cambios sociales que lleven a un mejoramiento social o a una más justa distribución de la riqueza no pueden alterar ese derecho. Se pecaría contra los Mandamientos de Dios. Los cambios sociales no deben pretender igualar a los hombres porque, además de ser una utopía, ataca un hecho que proviene de la voluntad del Señor. El «famoso» diálogo con los comunistas debe ser cauto y armado. No olvides las directrices palabras de León XIII en su Encíclica Quod apostolici que definía a la doctrina socialista como «mortal pestilencia que se infiltra por las articulaciones más íntimas de la sociedad humana y la pone en peligro de muerte».
Los comunistas, tras su falso humanismo, conducen en la práctica a un descarnado totalitarismo ateo, que esclaviza al cuerpo y ahoga el alma. No descartan ningún medio, por reñido que esté con sus concepciones más profundas, incluso alianzas con la Iglesia, a la que siempre mancillaron, si ello puede acercarlos a sus ambiciosos objetivos. Pactar con los comunistas es como pactar con el demonio, porque es infinitamente mayor la probabilidad de que ellos nos controlen a que nosotros los convirtamos.
Recuerda, además, que los materialistas no aceptan que la autoridad proviene de Dios. Por lo tanto, no se sienten obligados a respetarla.
Esa falta de reverencia por la autoridad no sólo daña al cuerpo social, sino a la jerarquía religiosa e incluso a la estructura de la familia. El cristianismo debe mantener viva su cosmovisión vertical, desde Dios hacia abajo. Romper uno de los peldaños de esa escalinata vertical, es dañar en algo la escalinata del Señor. Ésta es una diferencia fundamental con el marxismo.
Por eso la Iglesia está empeñada en una lucha contra el comunismo, no en su favor. La Rérum Novárum fue lanzada para combatir al Manifiesto Comunista, no para respaldarlo. El aggiornamento promovido por Juan XXIII busca pertrechar a la Iglesia con armas modernas que le permitan competir en igualdad de condiciones. Se busca la fortaleza, no el contubernio. Tras cada Pastoral, Encíclica, Conferencia Episcopal o Congreso Eucarístico existe una intención práctica que apunta hacia una vigorización de la Iglesia y la sociedad que la nutre. En otras palabras, vigorizar el santo ministerio y su eficaz jerarquía, establecidas por el mismo Cristo, vigorizar el sentido auténtico de la autoridad y vigorizar el derecho natural, sano y sabio de la propiedad privada.
He sido tu mentor espiritual. Yo te conduje casi de la mano al sacerdocio. Va, pues, mi consejo: Cristo nos quiere en el mundo y no del mundo. Debemos mezclarnos con nuestra grey para conocerla y ayudarla mejor, pero no debemos adoptar sus costumbres y defectos. Los instrumentos de que nos proveyó el Concilio no deben conducir a la liquidación del ministerio. Si los sacerdotes no nos diferenciamos de los laicos, no habrá sacerdocio. La búsqueda de la originalidad a destajo se llama «modernismo». Como la originalidad no es tanta, se cae en lo prohibido, ridículo o grotesco. Nuevos caminos anunciados con trompetas son apenas estrechos y muy sinuosos senderos. ¿No es un signo de alienación escoger a éstos y abandonar las anchas avenidas que durante siglos trazó la Iglesia? Esto, sin embargo, es lo que intentan los tristemente apodados «curas de vanguardia».
Vuélvete, querido Carlos Samuel. Retrocede sobre tus pasos. Nuestra misión es edificante y bella. No perturbes su dignidad ni mancilles su albura con temerarias experiencias. Apártate de esos pantanos donde flota el vaho de la tentación. Nada de lo que actualmente exalta a la juventud y a las masas llevará hacia la salvación. Es un espejismo, es un truco del Demonio. Sólo la Iglesia inspirada por Cristo no pierde el rumbo.