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EPÍSTOLA

QUERIDA HERMANA:

Me aseguras en tu carta que no dejaste traslucir tus pensamientos a Carlos Samuel. Me reconforta. El muchacho no debe ser afectado por tus dudas y tus pecados. Hablo de pecados, hermana. Aún no llegaste a entender cuán difícil es alcanzar el ministerio de Dios. Prefieres para tu hijo un sendero lleno de confort y tentaciones, en vez de una formación sólida y estoica. ¡Cuánta sensiblería e insensatez!

Permíteme algunas explicaciones. Espero que ellas te hagan reflexionar. El ochenta por ciento de nuestros obispos tienen formación jesuítica. Han bebido en las reglas que nos legó San Ignacio de Loyola, las mismas que fortalecieron nuestra Iglesia y le permitieron capear horribles temporales. Las mismas que forman ahora a Carlos Samuel. ¿Hacia dónde apuntan? Hacia el espíritu. Lo templan, lo hacen más duro que el corindón. Para elevarlo, hay que valerse de la voluntad y someterse a la ascesis. Para acercarse a Dios debemos abandonar nuestras egoístas y limitadas ambiciones personales, surgidas de la caduca materia, que pide comida y sólo sacia al hambre por algunas horas y que pide descanso y nuestras fuerzas se renuevan para una jornada más, solamente.

Nuestro cuerpo, expresión de lo finito e imperfecto, nos aleja del Cielo. Le molesta el frío, le molesta el calor, es un «continuum» de quejas al Creador. Carlos Samuel debe aprender a controlar ese cuerpo y no oírlo más. Si le prohíben quejarse, es para que aprenda a ser indiferente.

La vida inmortal no depende de unos kilos de carne y huesos, sino de la majestad que desplieguen las alas de nuestro espíritu. Y mientras menos lastre personal las fije a la tierra, más alto podrán llegar en su vuelo. Tu hijo debe borrar el amor a si mismo para engrandecer su amor a Dios y su Santa Iglesia: en cierta medida debe despersonalizarse, para convertirse en una voluntad metálica e inquebrantable. Si escribió versos y su prefecto lo mandó a lavar los baños, era para que no le perdiera su vanidad. Si tuvo iniciativas y fue ridiculizado, era para que no excediera su autoestima. La humildad, la obediencia, la disciplina y no la arrogancia son los alimentos que le convienen.