Capítulo 32
AVISO DE TORMENTA
En febrero de 1934 llegaron a Dodd algunos rumores que sugerían que el conflicto entre Hitler y el capitán Röhm había alcanzado un nuevo nivel de intensidad. Los rumores estaban bien fundados.
A finales de mes, Hitler apareció ante un grupo de los principales dirigentes de las SA de Röhm, las SS de Heinrich Himmler y el ejército regular, el Reichswehr. Presentes con él en el estrado se hallaban Röhm y el ministro de Defensa, Blomberg. La atmósfera en la sala estaba cargada. Todos los presentes conocían el conflicto latente entre las SA y el ejército, y esperaban que Hitler hablase del tema.
Primero, Hitler habló de temas generales. Alemania, dijo, necesitaba más espacio en el cual expandirse, «más espacio vital para nuestro exceso de población».[563] Y Alemania, dijo, debía estar dispuesta a tomarlo. «Las potencias occidentales nunca nos cederán voluntariamente ese espacio», dijo Hitler. «Por eso pueden ser necesarios una serie de golpes decisivos, primero en occidente, después en oriente.»
Tras añadir más detalles en ese sentido, se volvió a Röhm. Todos los que estaban en la sala conocían las ambiciones de Röhm. Unas semanas antes, Röhm había hecho una proposición formal de que el Reichswehr, las SA y las SS se unieran bajo un solo ministerio, y aunque no lo decía, daba a entender que él mismo debía ser el ministro que estuviera a cargo. Entonces, mirando directamente a Röhm, Hitler dijo: «Las SA deben limitarse a sus tareas políticas».
Röhm mantuvo una expresión de indiferencia. Hitler continuó: «El ministro de la Guerra puede requerir a las SA para el control de las fronteras e instrucción premilitar».
Esa humillación era excesiva. Hitler no sólo consignaba a las SA a la tarea deshonrosa del control de fronteras y la instrucción, sino que explícitamente colocaba a Röhm en una posición inferior con respecto a Blomberg como receptor de órdenes, y no originador. Röhm no reaccionaba.
Hitler dijo: «Espero la leal ejecución del trabajo que se les ha encomendado a las SA».
Tras concluir su discurso, Hitler se volvió a Röhm, le cogió el brazo y le dio la mano. Cada uno miró al otro a los ojos. Era un momento orquestado, destinado a simular la reconciliación. Hitler se fue. Representando su papel, Röhm entonces invitó a los dirigentes presentes a almorzar en su cuartel general. El banquete, al típico estilo de las SA, fue espléndido, acompañado de un torrente de champán, pero la atmósfera no era muy cordial que digamos. En un momento dado, Röhm y los hombres de las SA se pusieron en pie para indicar que la comida había llegado a su fin. Entrechocaron los talones, un bosque de brazos se elevó realizando el saludo hitleriano, se gritaron muchos «heils» y los líderes del ejército se dirigieron a la salida.
Röhm y sus hombres se quedaron. Bebieron más champán, pero su humor era sombrío.
Para Röhm, las observaciones de Hitler constituían una traición de su larga asociación. Hitler parecía haber olvidado el papel crucial que habían desempeñado las Tropas de Asalto a la hora de elevarle al poder.
Entonces, sin dirigirse a nadie en particular, Röhm dijo: «Esto ha sido un nuevo Tratado de Versalles».[564] Y unos momentos más tarde, añadió: «¿Hitler? Ojalá pudiéramos librarnos de ese fantoche».
Los hombres de las SA se quedaron un poco más, intercambiando reacciones furibundas al discurso de Hitler, todo ello presenciado por un oficial de alto rango de las SA llamado Viktor Lutze, que lo encontró todo profundamente perturbador. Pocos días después Lutze informaba del episodio a Rudolf Hess, en aquel momento uno de los ayudantes más íntimos de Hitler, que instó a Lutze a que viera a Hitler en persona y se lo contara todo.
Al oír el relato de Lutze, Hitler replicó: «Tendremos que dejar que la cosa madure».[565]