Capítulo 24
CONSEGUIR EL VOTO
La mañana del domingo 12 de noviembre, un día frío, con llovizna y niebla, los Dodd encontraron una ciudad que parecía extrañamente tranquila, dado que aquél era el día que había designado Hitler para el referéndum público sobre su decisión de dejar la Liga de Naciones y buscar igualdad armamentística. Por todas partes adonde iban los Dodd veían personas llevando pequeñas insignias que indicaban no sólo que habían votado, sino que habían votado que sí. A mediodía, casi todo el mundo en las calles parecía llevar la dichosa insignia, sugiriendo que los votantes se habían levantado temprano para tener ya el trabajo hecho y por tanto evitar el peligro de que se percibiera que no habían cumplido con su deber cívico.
Hasta la fecha de la elección se había elegido con mucho cuidado. El 12 de noviembre era el día después del decimoquinto aniversario de la firma del armisticio que acabó con la Primera Guerra Mundial. Hitler, que voló por toda Alemania haciendo campaña por el voto positivo, dijo ante el público: «Un 11 de noviembre, el pueblo alemán perdió su honor formalmente; quince años después llegó un 12 de noviembre, y entonces el pueblo alemán restauró su honor».[458] El presidente Hindenburg también presionaba para que el voto fuese positivo. «Muestren mañana su firme unidad nacional y su solidaridad con el gobierno»,[459] dijo en un discurso el 11 de noviembre. «Apoyen conmigo y con el canciller del Reich el principio de igualdad de derechos y de paz con honor.»
En la papeleta había dos partes. Una les pedía a los alemanes que eligieran delegados para un Reichstag recién reconstituido, pero ofrecía sólo candidatos nazis y por tanto garantizaba que el cuerpo resultante aclamaría las decisiones de Hitler. La otra, la pregunta sobre política exterior, se había compuesto para asegurar el máximo apoyo. Todos los alemanes podían encontrar una razón para justificar el voto positivo:[460] si querían la paz, si sentían que el Tratado de Versalles había maltratado a Alemania, si creían que Alemania debía ser tratada como una igual por otras naciones, o simplemente, si deseaban expresar su apoyo a Hitler y a su gobierno.
Hitler quería una aprobación rotunda. En toda Alemania, el aparato del Partido Nazi tomó medidas extraordinarias para que la gente fuese a votar. Se dijo que incluso los pacientes confinados en los lechos de los hospitales fueron transportados a los colegios electorales en camillas.[461] Victor Klemperer, el filólogo judío de Berlín, tomó nota en su diario de la «desmesurada propaganda»[462] para conseguir un voto positivo. «En todos los vehículos comerciales, camiones de correos, bicicletas de carteros, en todas las casas, en todos los escaparates de las tiendas, en amplias banderolas colocadas a través de la calle, se leían citas de Hitler y siempre: ¡sí por la paz! Era la hipocresía más monstruosa.»
Los hombres del partido y las SA controlaban quién votaba y quién no; los rezagados recibían una visita de las Tropas de Asalto que insistían en lo deseable que era que hiciesen un viaje inmediato al colegio electoral. Para cualquiera que fuese tan lerdo como para no captar la indirecta, estaba el artículo de la edición del domingo por la mañana del periódico oficial nazi, el Völkischer Beobachter: «Para que quede bien claro, debemos repetirlo de nuevo. Aquel que no se una a nosotros hoy, aquel que no vote, y que no vote “sí” hoy, demostrará que es, si no un enemigo sangriento, sí al menos un producto de la destrucción, y que no se le puede ayudar».[463]
Y aquí estaba el quid: «Sería mejor para él y para nosotros si ya no existiera».
Unos 45,1 millones de alemanes estaban autorizados para votar, y votó un 96,5 por ciento. De éstos, un 95,1 por ciento votó a favor de la política exterior de Hitler. Más interesante aún, sin embargo, es el hecho de que 2,1 millones de alemanes, un poco menos del 5 por ciento del electorado registrado, tomaran la peligrosa decisión de votar «no».[464]
Hitler emitió una proclama después agradeciendo al pueblo alemán «el reconocimiento histórico único que habían hecho a favor del auténtico amor a la paz, y al mismo tiempo también su afirmación de nuestro honor y nuestros derechos iguales y eternos».[465]
El resultado quedó claro para Dodd mucho antes de que se hiciera el recuento. Escribió a Roosevelt: «Esta elección es una farsa».[466]
Nada lo indicaba con mayor claridad que el voto dentro del campo de Dachau:[467] 2.154 de los 2.242 prisioneros (un 96 por ciento) votaron a favor del gobierno de Hitler. Sobre el destino de las 88 personas que o bien no votaron o votaron que no, la historia guarda silencio.
* * *
El lunes 13 de noviembre, el presidente Roosevelt dedicó unos momentos a preparar una carta para Dodd. Le daba las gracias por las cartas que le había enviado hasta el momento y, aludiendo al parecer a las preocupaciones de Dodd por su entrevista con Hitler, le decía: «Me alegro de que haya sido usted franco con determinadas personas. Creo que es buena cosa».[468]
Reflexionaba sobre una observación del columnista Walter Lippmann de que un simple 8 por ciento de la población mundial, refiriéndose a Alemania y Japón, era capaz «a causa de su actitud imperialista» de impedir la paz y el desarme del resto del mundo.
«A veces siento», escribía el presidente, «que los problemas mundiales están empeorando, en lugar de mejorar. En nuestro propio país, sin embargo, a pesar de las críticas, “tejemanejes” y protestas de la extrema derecha y la extrema izquierda, en realidad estamos poniendo a trabajar a la gente y mejorando los valores».
Acababa con un jovial: «¡Siga trabajando así de bien!».
* * *
En Washington, el secretario Hull y otros funcionarios de alto rango, incluido el subsecretario Phillips, pasaron la primera mitad del mes planeando la visita inminente de Maxim Litvinov, comisario soviético de Asuntos Exteriores, que iba a iniciar unas discusiones con Roosevelt destinadas al reconocimiento de la Unión Soviética por parte de Estados Unidos. La idea era profundamente impopular entre los aislacionistas norteamericanos, pero Roosevelt veía importantes beneficios estratégicos, como abrir Rusia a la inversión norteamericana y ayudar a frenar las ambiciones japonesas en Asia. Las «conversaciones Roosevelt-Litvinov», frustrantes y difíciles para ambas partes, acabaron con el reconocimiento formal de Roosevelt el 16 de noviembre de 1933.
Siete días después, Dodd se puso una vez más el chaqué y la chistera e hizo su primera visita oficial a la embajada soviética. Un fotógrafo de Associated Press pidió una foto de Dodd de pie junto a su homólogo soviético. El ruso se mostró dispuesto, pero Dodd se excusó, temiendo «que determinados periódicos reaccionarios de Estados Unidos exagerasen el hecho de mi visita y repitieran sus ataques hacia Roosevelt por aquel reconocimiento».[469]