Capítulo 23
BORIS VUELVE A MORIR
A medida que se acercaba el invierno, Martha concentraba sus energías románticas sobre todo en Boris. Hicieron centenares de kilómetros en su Ford descapotable, con incursiones en el campo alrededor de Berlín.
Uno de esos días, Martha vio una reliquia de la antigua Alemania, un santuario a Jesús junto a la carretera, e insistió en que se detuvieran para echar un vistazo más de cerca. Se encontró con una representación especialmente gráfica de la crucifixión. El rostro de Jesucristo estaba contorsionado en una expresión de agonía, y sus heridas llenas de sangre chillona. Al cabo de unos momentos ella miró a Boris. Aunque nunca se habría descrito a sí misma como una persona demasiado religiosa, se sintió conmocionada por lo que vio.
Boris estaba de pie con los brazos extendidos, los tobillos cruzados y la cabeza caída sobre el pecho.
—Boris, para —le soltó—. ¿Qué estás haciendo?[457]
—Muero por ti, cariño. Estoy dispuesto, ya lo sabes.
Ella declaró que aquella parodia no tenía gracia y se apartó.
Boris se disculpó.
—No quería ofenderte —dijo—. Pero no puedo entender por qué los cristianos adoran la imagen de un hombre torturado.
Ese no es el asunto, dijo ella.
—Lo que adoran es el sacrificio que hizo por sus creencias.
—¿Ah sí, es eso? —dijo él—. ¿Y tú lo crees? ¿Hay muchos que estén dispuestos a morir por sus creencias, siguiendo su ejemplo?
Ella citó a Dimitrov y su valentía al enfrentarse a Göring en el juicio del Reichstag.
Boris le dedicó una sonrisa angelical.
—Sí, liebes Fräulein, pero él era un comunista.