Capítulo 10

TIERGARTENSTRASSE 27a

Martha y su madre se dedicaron a la tarea de encontrar una casa de alquiler para la familia, para poder mudarse del Esplanade, escapar a su opulencia, según el punto de vista de Dodd, y llevar una vida más asentada. Bill hijo, mientras tanto, se había apuntado a un programa doctoral en la Universidad de Berlín. Para mejorar su alemán con la mayor rapidez posible, vivía durante la semana escolar con la familia de un profesor.

El tema del alojamiento del embajador de Estados Unidos en Berlín se había convertido en una molestia desde hacía tiempo. Algunos años antes el Departamento de Estado adquirió y renovó un edificio grande y lujoso, el palacio Blücher, en la plaza Pariser, detrás de la puerta de Brandenburgo, para proporcionar una residencia al embajador y consolidar en una sola ubicación todas las demás oficinas diplomáticas y consulares dispersas por toda la ciudad, y también para elevar una presencia física norteamericana junto a la de Gran Bretaña y Francia, cuyas embajadas llevaban mucho tiempo alojadas en majestuosos palacios de la plaza. Sin embargo, justo antes de que el predecesor de Dodd, Frederic Sackett, se mudase allí, el fuego devoró el edificio. Desde entonces no era más que una ruina abandonada, y eso obligó a Sackett y a Dodd a encontrar un alojamiento alternativo. A nivel personal, Dodd no se sentía demasiado triste por ese hecho. Aunque se quejaba de todo el dinero gastado hasta el momento en el palacio[274] (el gobierno, según decía, había pagado una cifra «exorbitante» por el edificio, pero «ya se sabe, fue en 1928 o 1929, cuando todo el mundo estaba loco») le gustaba la idea de tener un hogar fuera de la misma embajada. «Personalmente, yo prefería tener mi residencia a media hora de distancia a pie que estar en el propio Palais», escribió.[275] Reconocía que tener un edificio lo bastante grande para albergar a los funcionarios de menor rango sería buena cosa, «pero cualquiera de nosotros que deba recibir a gente verá que la residencia unida a las oficinas nos dejará prácticamente sin intimidad alguna… cosa que a veces resulta esencial».

Martha y su madre recorrieron los grandes y bonitos barrios residenciales de Berlín y descubrieron que la ciudad estaba llena de parques y jardines, con macetas y flores en todos los balcones. En los distritos más lejanos que visitaron vieron lo que parecían pequeñas granjas, posiblemente lo más adecuado para el padre de Martha. Encontraron batallones de jóvenes uniformados marchando alegremente y cantando, y amenazadoras formaciones de Tropas de Asalto con hombres de todos los tamaños que llevaban uniformes mal ajustados, cuya pieza central era siempre una camisa parda con un corte espectacularmente poco favorecedor. Más raramente veían a los hombres esbeltos y mejor vestidos de las SS, de negro noche con unos toques rojos, como mirlos enormes.

Los Dodd encontraron muchas propiedades entre las que elegir,[276][3] aunque al principio no se preguntaban por qué se encontraban libres y en alquiler tantas mansiones antiguas y grandiosas, tan lujosamente amuebladas, con mesas y sillas talladas, resplandecientes pianos y jarrones preciosos, con mapas y libros todavía en su sitio. Una zona que les gustaba especialmente era el distrito que estaba justo al sur del Tiergarten, a lo largo de la ruta que usaba Dodd para ir a trabajar, donde encontraron jardines, mucha sombra, una atmósfera tranquila y muchas casas bonitas. En el distrito se encontraba disponible una casa de la que supieron a través del agregado militar de la embajada, quien había sabido de su disponibilidad directamente a través del propietario, Alfred Panofsky, el adinerado judío propietario de un banco privado y uno de los muchos judíos (unos dieciséis mil, un 9 por ciento de los judíos de Berlín) que vivían en el distrito. Aunque los judíos eran despedidos de sus trabajos en toda Alemania, el banco de Panofsky seguía trabajando, y sorprendentemente, con indulgencia oficial.

Panofsky les prometió que el alquiler sería muy razonable. Dodd ya se estaba arrepintiendo, pero empeñado todavía en su juramento de vivir de su salario, se interesó y a finales de julio fue a echar un vistazo.

* * *

La casa, en Tiergartenstrasse 27a, era una mansión de piedra de cuatro pisos construida por Ferdinand Warburg, de la famosa dinastía Warburg. El parque estaba al otro lado de la calle. Panofsky y su madre le enseñaron la propiedad a Dodd, y Dodd se enteró entonces de que Panofsky no le ofrecía toda la casa, sino sólo los tres primeros pisos. El banquero y su madre se proponían ocupar el piso superior, y se reservaban también el uso del ascensor eléctrico de la mansión.

Panofsky era lo suficientemente rico como para no necesitar los ingresos procedentes del alquiler, pero ya había visto lo suficiente desde el nombramiento de Hitler como canciller para saber que ningún judío, por muy importante que fuese, estaba a salvo de la persecución nazi. Le ofreció el 27a al nuevo embajador con la intención expresa de conseguir un nivel de protección física mucho más elevado para él y su madre, calculando que seguramente ni siquiera las Tropas de Asalto se arriesgarían a las protestas internacionales que podían surgir si se atacaba una casa compartida por el embajador americano. Los Dodd, por su parte, conseguirían todas las comodidades de una casa grande pero por una fracción de su coste, en una estructura cuya presencia en la calle era lo suficientemente impresionante para comunicar el poder y el prestigio norteamericano, y cuyos espacios interiores eran lo bastante grandiosos como para permitir recibir a huéspedes del gobierno y diplomáticos sin avergonzarse. En una carta al presidente Roosevelt, Dodd le explicaba, exultante: «Hemos conseguido una de las mejores residencias de Berlín por sólo 150 dólares al mes… debido al hecho de que su propietario es un adinerado judío, que está muy dispuesto a alquilárnosla».[277]

Panofsky y Dodd firmaron un «acuerdo entre caballeros» de sólo una página, aunque Dodd tenía algunas quejas con respecto al edificio. Aunque le encantaba la tranquilidad, los árboles, el jardín y la perspectiva de seguir yendo a trabajar cada mañana dando un paseo, encontraba la casa demasiado opulenta, y la llamaba, burlonamente, «nuestra nueva mansión».

Se fijó una placa con el águila americana en la verja de hierro, a la entrada de la propiedad, y el sábado 5 de agosto de 1933 Dodd y su familia se fueron del Esplanade y se trasladaron a su nuevo hogar.

Dodd aseguraba más tarde que si hubiese sabido qué uso se proponía darle Panofsky al cuarto piso, aparte de alojarles simplemente a él y a su madre, nunca habría accedido a aquel acuerdo.

* * *

Arboles y plantas llenaban el jardín,[278] rodeado por una alta verja de hierro colocada sobre un muro de ladrillos que llegaba a la rodilla. Todo el que llegaba a pie se acercaba a la entrada delantera atravesando una cancela de barras de hierro verticales; si iba en coche, a través de una puerta muy alta coronada con un arco de forja con un orbe translúcido en el centro. La puerta principal de la casa estaba siempre en la sombra, y formaba un rectángulo negro en la base de una fachada redondeada, en forma de torre, que se alzaba en toda la altura del edificio. El rasgo arquitectónico más peculiar de la mansión era una imponente protuberancia de un piso y medio que sobresalía de la parte delantera de la casa, formaba una puerta cochera encima del camino de entrada delantero y servía como galería para exhibir cuadros.

La entrada principal y el vestíbulo estaban en la planta baja, detrás de la cual se encontraba el alma operativa de la casa: los cuartos de los sirvientes, lavandería, almacén de hielo, diversas habitaciones de servicio, almacenes, una despensa y una enorme cocina, que Martha describía diciendo que tenía «dos veces el tamaño de cualquier cocina normal de un apartamento de Nueva York».[279] Al entrar en la casa, los Dodd primero accedían a un largo vestíbulo flanqueado a ambos lados por guardarropas, y luego a una recargada escalinata que subía al piso principal.

Ahí era donde la magnificencia de la casa se hacía totalmente evidente. Por delante, detrás de la fachada curvada, se encontraba un salón de baile con una pista de baile oval de madera resplandeciente y un piano cubierto de tela rica y con flecos, con el banquillo tapizado y dorado. Allí, en el piano, los Dodd colocaron un sofisticado jarrón lleno de altas flores y, a su lado, un retrato fotográfico enmarcado de Martha en el cual ella estaba excepcionalmente guapa y muy sensual, una elección extraña quizá para el salón de baile de la residencia de un embajador. Una de las salas de recepción tenía las paredes cubiertas de damasco de un verde oscuro, y la otra de raso rosa. El enorme comedor tenía las paredes forradas de tapicería roja.

El dormitorio de los Dodd se encontraba en el tercer piso. (Panofsky y su madre vivirían en el piso que se encontraba encima de éste, en el ático.) El baño principal era inmenso, tan ornamentado e historiado que hasta resultaba cómico, al menos según la opinión de Martha. Sus suelos y paredes «estaban enteramente cubiertas de oro y mosaicos de colores».[280] Una gran bañera sobresalía en una plataforma elevada, como si se estuviera exhibiendo en un museo. «Durante semanas», escribía Martha, «me echaba a reír a carcajadas al ver el baño, y de vez en cuando, en broma, llevaba a mis amigos a verlo, cuando mi padre no estaba».

Aunque la casa seguía pareciéndole a Dodd demasiado lujosa, tuvo que aceptar que su sala de baile y salones de recepción serían muy útiles para las funciones diplomáticas, algunas de las cuales según sabía (y temía) requerirían invitar a muchísimas personas para no ofender a ningún embajador olvidado. Y le encantaba el Wintergarten que se encontraba en el extremo sur del piso principal, un invernadero de cristal que se abría a una terraza con mosaico que daba al jardín. Dentro se podía reclinar en un diván; cuando hacía buen tiempo, se sentaba fuera en una silla de mimbre, con un libro en el regazo, tomando el sol del sur.

La habitación favorita de toda la familia era la biblioteca, que ofrecía la perspectiva de pasar acogedoramente las noches de invierno junto al hogar. Estaba forrada de madera oscura y brillante y damasco rojo, y tenía una antigua y enorme chimenea cuya repisa de esmalte negro tenía tallados bosques y figuras humanas. Los estantes se encontraban llenos de libros, muchos de los cuales Dodd creía que eran antiguos y valiosos. En determinados momentos del día la habitación quedaba bañada por luces de colores debido a las vidrieras situadas muy altas en una pared. Una mesa con el sobre de cristal mostraba valiosos manuscritos y cartas que había dejado allí Panofsky. A Martha le gustaba especialmente el amplio sofá de cuero marrón de la biblioteca, que pronto se convertiría en punto importante de su vida amorosa. El tamaño de la casa, la lejanía de los dormitorios, la tranquilidad de sus muros forrados de tela, todo ello resultaría muy valioso, igual que la costumbre de sus padres de retirarse temprano a pesar de la costumbre que imperaba en Berlín de trasnochar muchísimo.

Aquel sábado de agosto, cuando se mudaron los Dodd, los Panofsky gentilmente colocaron flores en toda la casa, obligando así a Dodd a escribirles una nota de agradecimiento: «Estamos convencidos de que gracias a sus amables esfuerzos y su cordialidad, seremos muy felices en su encantadora casa».[281]

Entre la comunidad diplomática, la casa de Tiergartenstrasse 27a rápidamente se dio a conocer como un lugar donde la gente podía hablar y explicar lo que pensaba sin temor alguno. «Me gusta ir allí por la brillantez de la mente de Dodd, sus agudas dotes de observación y su lengua mordazmente sarcástica», escribía Bella Fromm, columnista de sociedad.[282] «También me gusta porque no se observa ninguna rígida ceremonia, como en otras casas de diplomáticos.» Un visitante habitual era el príncipe Louis Ferdinand, que en sus memorias describía la casa como su «segundo hogar».[283] A menudo se quedaba a cenar con los Dodd. «Cuando los criados no estaban a la vista, abríamos nuestros corazones», decía.[284] A veces, la sinceridad del príncipe era excesiva incluso para el embajador Dodd, que le advertía: «Si no tiene más cuidado con lo que dice, príncipe Louis, le colgarán un día de éstos. Yo iré a su funeral, pero creo que eso ya no le servirá de gran consuelo».[285]

Mientras la familia se instalaba, Martha y su padre entablaron una fácil camaradería. Intercambiaban bromas y observaciones sarcásticas. «Nos queremos mucho»,[286] escribió ella en una carta a Thornton Wilder, «y él me cuenta secretos de Estado. Nos reímos de los nazis, y preguntamos a nuestro amable mayordomo si tiene sangre judía». El mayordomo, llamado Fritz, «bajito, rubio, obsequioso, eficiente»,[287] había trabajado ya para el predecesor de Dodd. «Hablamos sobre todo de política en la mesa», continuaba. «Papá les lee capítulos de su Viejo Sur a los invitados. Estos casi mueren de aburrimiento y de estupefacción.»

Ella decía que su madre (a quien llamaba «Su Excelencia») tenía buena salud pero «está un poco nerviosa, aunque disfrutando de todo esto». Su padre, decía, «prosperaba de una manera increíble» y parecía «ligeramente pro-alemán». Y añadía: «De todos modos, no nos gustan demasiado los judíos».

Carl Sandburg le mandó una carta de saludo muy divagatoria, mecanografiada en dos hojas de papel muy fino, con espacios en lugar de signos de puntuación: «Ahora empieza la hégira el wanderjahre el camino por encima del mar y el zigzag por encima del continente y el centro y el hombre en berlín donde hay tanta aritmética irregular tanto testamento desgarrado a través de las puertas pasarán todos los atuendos y las lenguas y cuentos de europa los judíos los comunistas los ateos los no arios los proscritos no siempre vendrán como tales sino que vendrán disfrazados enmascarados con su máscara… algunos llegarán con canciones extrañas y unos pocos con versos que ya conocemos y amamos corresponsales casuales y permanentes espías internacionales espuma de mar vagas olas vagabundas aviadores héroes…».[288]

Los Dodd pronto supieron que tenían un vecino muy importante y muy temido siguiendo la misma Tiergartenstrasse, en una calle lateral llamada Standartenstrasse: el capitán Röhm en persona, comandante de las Tropas de Asalto. Cada mañana lo veían cabalgando en un caballo grande y negro por el Tiergarten. Otro edificio cercano, una mansión encantadora de dos pisos que albergaba la cancillería personal de Hitler, pronto se convertiría en hogar de un programa nazi para aplicar la eutanasia a personas con graves deficiencias mentales o físicas, con el nombre en clave de Aktion (acción) T-4, por la dirección, Tiergartenstrasse 4.

Para el horror del consejero Gordon, el embajador Dodd siguió ejerciendo su costumbre de ir caminando al trabajo, solo, sin guardias, con traje normal y corriente.

* * *

Aquel día, el domingo 13 de agosto de 1933, con Hindenburg todavía convaleciente en su propiedad, siendo Dodd todavía embajador no oficial, y al fin resuelto el asunto de establecerse en una nueva casa, la familia, acompañada por el nuevo amigo de Martha, el corresponsal Quentin Reynolds, partió para ver Alemania. Viajaron primero en coche (el Chevrolet de los Dodd), pero planeaban separarse en Leipzig, a unos ciento cincuenta kilómetros al sur de Berlín, donde Dodd y su mujer pensaban quedarse un tiempo y visitar algunos lugares famosos que él conocía de sus días en la Universidad de Leipzig.[289]

Martha, Bill hijo y Reynolds siguieron hacia el sur, con el objetivo de llegar hasta Austria. Este viaje resultaría lleno de incidentes y sería el primer revés a la imagen color de rosa que tenía Martha de la nueva Alemania.