Capítulo 17

LA HUIDA DE LUCIFER

Al aproximarse el otoño, el reto que le suponía a Martha hacer malabarismos con los pretendientes que había en su vida se volvió un poco menos ímprobo, aunque por una razón muy perturbadora. Diels desapareció.

Una noche a principios de octubre, Diels se quedó trabajando hasta tarde en su despacho de la Prinz-Albrecht Strasse 8 cuando, en torno a medianoche, recibió una llamada de su esposa, Hilde, que parecía muy alterada. Tal y como recordaba posteriormente en sus memorias, Lucifer Ante Portas (Lucifer ante las puertas), su mujer le decía que «una horda» de hombres armados y uniformados de negro había irrumpido en su apartamento, la había encerrado en un dormitorio y luego habían llevado a cabo un registro agresivo, recogiendo diarios, cartas y otros expedientes que Diels guardaba en su casa. Diels corrió a su apartamento y consiguió reunir la información suficiente para identificar a los intrusos como un pelotón de las SS bajo el mando del capitán Herbert Packebusch. Packebusch tenía sólo treinta y un años, escribía Diels, pero ya tenía «la dureza y la insensibilidad hondamente inscritas en su rostro».[375] Diels decía que era «el auténtico prototipo e imagen de los posteriores comandantes de los campos de concentración».

Aunque la naturaleza osada de la incursión de Packebusch sorprendió a Diels, comprendía las fuerzas que se hallaban tras ella. El régimen hervía de conflictos y conspiraciones. Diels se mantenía sobre todo en el bando de Göring, con Göring ostentando todo el poder policial en Berlín y el territorio circundante de Prusia, el mayor de los estados alemanes. Pero Heinrich Himmler, a cargo de las SS, iba consiguiendo cada vez más control sobre las agencias de la policía secreta a lo largo del resto de Alemania. Göring y Himmler se odiaban el uno al otro y competían para conseguir influencia.

Diels actuó con rapidez. Llamó a un amigo que estaba a cargo de la comisaría de Tiergarten de la policía de Berlín, y reunió a un grupo de agentes uniformados y armados con metralletas y granadas de mano. Los condujo a la fortaleza de Potsdamer Strasse de las SS e indicó a los hombres que rodeasen el edificio. Los agentes de las SS que custodiaban la puerta no se dieron cuenta de lo que había pasado, y amablemente condujeron a Diels y a un contingente de policía al despacho de Packebusch.

La sorpresa fue total. Al entrar, Diels vio a Packebusch ante su escritorio en mangas de camisa, con la chaqueta negra de su uniforme colgando de una pared adyacente, junto con su cinturón y la pistola en su funda. «Estaba allí sentado examinando los documentos de su escritorio como un estudioso que trabaja de noche», escribió Diels, indignado. «Lo que estaba examinando eran mis documentos, y los estaba pintarrajeando, según descubrí bien pronto, con estúpidas anotaciones.» Diels averiguó que a Packebusch incluso le parecía mal la forma en que él y su esposa habían decorado su apartamento. En una nota, Packebusch había garabateado la frase: «estilo de mobiliario a lo Stresemann», una referencia al difunto Gustav Stresemann, un oponente de Hitler de la era de Weimar.

—Está usted arrestado —dijo Diels.

Packebusch levantó la vista repentinamente. En un momento dado estaba leyendo los documentos personales de Diels, y al siguiente Diels estaba de pie ante él. «Packebusch no tuvo tiempo de recuperarse de su sorpresa», escribió Diels. «Me miraba como si yo fuera una aparición.»

Los hombres de Diels apresaron a Packebusch. Un oficial sacó la pistola del capitán de las SS de su pistolera, que colgaba en la pared, pero al parecer nadie se molestó en llevar a cabo una investigación más completa del propio Packebusch. Los oficiales de policía se desplazaron por el edificio para arrestar a otros hombres que Diels creía que habían tomado parte en la incursión en su apartamento. Todos los sospechosos fueron transportados al cuartel general de la Gestapo; llevaron a Packebusch al despacho de Diels.

Allí, a primera hora de la mañana, Diels y Packebusch se encontraron sentados uno frente al otro, ambos lívidos. El perro lobo alsaciano de Diels (en aquella época nombre oficial de los pastores alemanes) permanecía cerca, vigilante.

Diels juró meter en la cárcel a Packebusch.

Packebusch acusó a Diels de traición.

Enfurecido por la insolencia de Packebusch, Diels se levantó rápidamente de su silla, rabioso. Packebusch dejó escapar un torrente de obscenidades y sacó una pistola que tenía escondida en el bolsillo trasero del pantalón. Apuntó a Diels, con el dedo en el gatillo.

El perro de Diels entró en escena, saltando hacia Packebusch, según contaba Diels. Dos oficiales uniformados agarraron a Packebusch y le quitaron la pistola de la mano. Diels ordenó que lo metieran en la cárcel de la Gestapo, en el sótano.

Al cabo de poco tiempo Göring y Himmler acabaron implicados y llegaron a un compromiso. Göring quitó a Diels como jefe de la Gestapo y le nombró ayudante del comisionado de policía de Berlín. Diels comprendió que su nuevo trabajo era una degradación a un puesto sin poder real… al menos no el tipo de poder que necesitaba para oponerse a Himmler, si las SS decidían vengarse. Sin embargo aceptó el trato, y así quedaron las cosas hasta que una mañana, aquel mismo mes, dos empleados leales le hicieron parar cuando iba en coche hacia el trabajo. Le dijeron que unos agentes de las SS le esperaban en su despacho con una orden de arresto.

Diels huyó. En sus memorias asegura que su mujer le recomendó que se llevara con él a una amiga, una mujer norteamericana, «que podía resultarle útil cuando cruzase las fronteras». Ella vivía en «un piso en Tiergartenstrasse», escribió él, y le gustaba el peligro: «Yo ya conocía su entusiasmo por el peligro y la aventura».

Sus pistas nos traen a la mente de inmediato a Martha, pero ella no hace mención alguna de semejante viaje en sus memorias ni en ninguno de sus escritos.

Diels y su compañera fueron en coche hasta Potsdam, luego al sur, a la frontera, donde él dejó su coche en un garaje. Llevaba un pasaporte falso. Ambos cruzaron la frontera hacia Checoslovaquia y se dirigieron a la ciudad balneario de Carlsbad, donde se registraron en un hotel. Diels también se llevó algunos de sus archivos más delicados, sólo como seguro.

«Desde su retiro en Bohemia», escribía Hans Gisevius, memorialista de la Gestapo, «amenazó con hacer revelaciones embarazosas, y pidió un precio elevado por mantener la boca cerrada».[376]

* * *

Una vez desaparecido Diels, muchos en el creciente círculo de amigos de Martha sin duda respiraron un poco más, especialmente aquellos que sentían simpatía por los comunistas o lamentaban las libertades perdidas del pasado de Weimar. La vida social de ella continuó floreciendo.

De todos sus nuevos amigos, la que encontraba más atractiva era Mildred Fish Harnack, a quien conoció en el andén de la estación nada más llegar a Berlín. Mildred hablaba un alemán impecable, y era una verdadera belleza, alta y esbelta, con el pelo largo y rubio que llevaba recogido en un moño grueso, y unos ojos azules enormes y serios. Rechazaba todo maquillaje. Más tarde, después de que se revelase cierto secreto suyo, apareció una descripción suya en los archivos de la inteligencia soviética que la dibujaban como «la típica Frau alemana, con un tipo intensamente nórdico y muy útil».[377]

Sobresalía no sólo por su aspecto, como pronto vio Martha, sino también por sus modales. «Era lenta para hablar y expresar opiniones»,[378] decía Martha, «escuchaba en silencio, sopesando y evaluando las palabras, pensamientos y motivaciones de la conversación… Sus palabras eran reflexivas, a veces ambiguas, cuando era necesario tantear a la gente».

Ese arte de analizar los motivos y las actitudes de los demás había resultado especialmente importante a lo largo de los últimos años con su marido, Arvid Harnack. Ambos se habían conocido en 1926 en la Universidad de Wisconsin, donde Mildred era instructora. Se casaron en agosto, se trasladaron a Alemania, y finalmente se establecieron en Berlín. En todas partes demostraron su talento para unir a las personas. En cada lugar donde se detenían formaban un salón que se reunía a intervalos regulares para celebrar comidas, conversaciones, conferencias, incluso lecturas en grupo de obras de Shakespeare, todo ello ecos del famoso grupo al que se habían unido en Wisconsin, los Friday Niters, fundado por John R. Commons, profesor y progresista importante a quien un día se conocería como «padre espiritual» de la Seguridad Social.

En Berlín, el invierno de 1930-31, Arvid fundó otro grupo más, éste dedicado al estudio de la economía planificada de la Rusia soviética. A medida que el Partido Nazi iba ganando influjo, el objetivo de sus intereses se iba volviendo decididamente problemático, pero aun así programaron y llevaron a cabo un recorrido por la Unión Soviética para dos docenas de economistas e ingenieros alemanes. Mientras estaba en el extranjero, él fue reclutado por la inteligencia soviética para que trabajase secretamente contra los nazis. Accedió.[379]

Cuando Hitler llegó al poder, Arvid se sintió obligado a desmontar su grupo dedicado a la planificación de la economía. El clima político se había vuelto letal. El y Mildred se retiraron al campo, donde Mildred pasaba el tiempo escribiendo y Arvid trabajaba como abogado para las líneas aéreas alemanas Lufthansa. Cuando bajó un poco el inicial espasmo de terror anticomunista, los Harnack volvieron a su apartamento en Berlín. Sorprendentemente, dada su procedencia, Arvid consiguió trabajo en el Ministerio de Economía y empezó un ascenso rápido que llevó a algunos de los amigos de Mildred en Estados Unidos a pensar que ella y Arvid «se habían vuelto nazis».[380]

Al principio Martha no sabía nada de la vida oculta de Arvid. Le gustaba mucho visitar el apartamento de la pareja, que era muy luminoso y acogedor, y pintado en reconfortantes tonos pastel: «color topo, azules suaves y verdes».[381] Mildred llenaba grandes jarrones de cosmos color lavanda y los colocaba ante una pared de un color amarillo pálido. Martha y Mildred llegaron a verse la una a la otra como almas gemelas, ambas profundamente interesadas por la escritura. A finales de septiembre de 1933 las dos habían decidido escribir una columna sobre libros para un periódico de habla inglesa llamado Berlin Topics. El 25 de septiembre de 1933, en una carta a Thornton Wilder, Martha decía que aquel periódico era «una birria», pero también decía que esperaba que sirviera como catalizador «para construir una pequeña colonia entre el grupo de habla inglesa que hay aquí… Unir a la gente a la que le gustan los libros y los autores».[382]

Cuando los Harnack viajaban, Mildred enviaba postales a Martha en las cuales escribía poéticas observaciones del paisaje que tenía ante ella, y cálidas expresiones de afecto. En una de esas postales, Mildred escribió: «Martha, sabes que te quiero y que pienso en ti todo el tiempo».[383] Le daba las gracias a Martha por leer y criticar algunos de sus escritos. «Demuestra el don que tienes», decía.

Y acababa con un suspiro tachado: «Oh, mi querida, mi querida… vida». La elipsis era suya.

Para Martha, aquellas tarjetas eran como pétalos que caían desde un lugar invisible. «Atesoraba aquellas postales y breves cartas con su prosa delicada, casi tremolante, de tan sensible. No había nada estudiado ni afectado en ellas. Sus sentimientos brotaban sencillamente de su corazón pleno y gozoso, y tenían que expresarse.»[384]

Mildred se convirtió en huésped habitual en las celebraciones de la embajada, y en noviembre se ganaba un dinero extra pasando a máquina el manuscrito del primer volumen de Dodd sobre el Viejo Sur. Martha, a su vez, se convirtió en invitada habitual en el nuevo salón que establecieron Mildred y Arvid, el equivalente en Berlín de los Friday Niters. Siempre organizadores, acumulaban una sociedad de leales amigos, escritores, editores, artistas, intelectuales, que se reunían en su apartamento varias veces al mes y celebraban cenas entre semana y tomaban el té el sábado por la tarde. Allí, observaba Martha en una carta a Wilder, conoció al escritor Ernst von Salomon, famoso por haber desempeñado un papel en 1922 en el asesinato del ministro de Exteriores de Weimar, Walter Rathenau. A ella le encantaba la atmósfera acogedora que siempre conseguía crear Mildred, a pesar de tener poco dinero. Había lámparas, velas y flores, y una bandeja de tostaditas, queso, paté de hígado y rodajas de tomate. No era un banquete, pero bastaba. Su anfitriona, le decía Martha a Wilder, era «ese tipo de persona que tiene el sentido común o el poco sentido de poner una vela detrás de un jarrón con ramas de sauce o de rododendro».[385]

La charla era brillante, aguda y atrevida. Demasiado atrevida a veces, al menos para la esposa de Salomon, cuya perspectiva se veía condicionada en parte por el hecho de que era judía. Se sentía horrorizada al ver lo despreocupadamente que los invitados llamaban a Himmler y Hitler «idiotas integrales» en su presencia, sin saber quién era ella, ni dónde se encontraban sus simpatías. Vio que un invitado le pasaba a otro un sobre amarillo y luego le guiñaba un ojo, como un tío que le da un caramelo prohibido a un sobrino. «Y allí estaba yo, sentada en el sofá»,[386] decía, «sin poder respirar apenas».

Martha lo encontraba emocionante y gratificante, a pesar del sesgo antinazi del grupo. Ella defendía incondicionalmente la revolución nazi diciendo que era la mejor manera de salir del caos que había devorado Alemania desde la última guerra. Su participación en el salón reforzaba el sentido que tenía de ella misma como escritora e intelectual. Además de asistir a la Stammtisch de los corresponsales de Die Taverne, empezó a pasar mucho tiempo también en los grandes cafés de Berlín, los que todavía no habían sido plenamente «coordinados», como el Josty, en Potsdamer Platz, y el Romanisches en Kurfürstendamm. Este último, donde cabían hasta mil personas, en el pasado fue un refugio para gentes como Erich Maria Remarque, Joseph Roth y Billy Wilder, aunque ahora todos ellos estaban lejos de Berlín. Salía a cenar fuera muy a menudo, e iba a clubes nocturnos como Ciro y la terraza del Eden. Los documentos del embajador Dodd guardan silencio sobre este asunto, pero dada su frugalidad, él debía de pensar que Martha era una presencia inesperada y alarmantemente costosa en el libro de contabilidad familiar.

Martha esperaba ocupar un lugar en el panorama cultural berlinés por derecho propio, no sólo por su amistad con los Harnack, y quería que ese lugar fuese importante. Llevó a Salomon a una aburrida recepción en la embajada de Estados Unidos, esperando sin duda causar algo de revuelo. Y tuvo éxito. En una carta a Wilder hablaba exultante de la reacción de la multitud cuando apareció Salomon: «el asombro (hubo un pequeño respingo y muchos susurros tapándose la boca con las manos, en aquella reunión tan y tan formal)… ¡Ernst Salomon, cómplice en el crimen de Rathenau…!».[387]

Ella ansiaba la atención de los demás, y la consiguió. Salomon describía a los invitados reunidos en una fiesta de la embajada de Estados Unidos, posiblemente esa misma, como «la jeunesse dorée del capital, hombres jóvenes y guapos de modales perfectos… con sus atractivas sonrisas, o riendo alegremente con las salidas ingeniosas de Martha Dodd».[388]

Ella se iba volviendo más audaz. Sabía que había llegado el momento de empezar a dar sus propias fiestas.

* * *

Mientras tanto Diels, todavía en el extranjero y viviendo muy bien en un hotel chic de Carlsbad, empezó a tantear el terreno para ver cómo estaban los ánimos en Berlín, si era seguro ya para él volver, o en fin, si alguna vez sería seguro.