LA QUE PUEDE LLEGAR A LIAR UN CERDO
El llamado «territorio de Oregón» es el nombre con el que se conocía la región del noroeste de América del norte situada entre las Montañas Rocosas y el océano Pacífico, que en la actualidad comprende la provincia canadiense de la Columbia británica y los estados de Oregón, Washington, Idaho y parte de Montana y Wyoming. Tras la desaparición de la presencia española, mediante el Tratado de La Florida de 1820, el territorio fue ocupado conjuntamente por británicos y estadounidenses. Con la firma del Tratado de Oregón (1846), se fijaron los límites: al norte del paralelo 49 º territorio británico, Columbia británica, y al sur hasta el paralelo 42 º territorio estadounidense, Oregón. Pero había un pequeño archipiélago, las islas San Juan, situado entre la isla Vancouver y el continente, que ambos pretendían.
En las islas, convivían los colonos estadounidenses con sus pequeñas explotaciones agrícolas y la compañía británica Bay Hudson con grandes explotaciones ganaderas ovinas y porcinas. Lamentablemente, un pequeño altercado prendió la mecha. El 15 de junio de 1859, un cerdo, propiedad de la Compañía de la Bay Hudson, se metió en el terreno de un agricultor estadounidense e hizo de las suyas. Lyman Cutlar, el propietario del terreno, mató al cerdo. Las autoridades británicas, a petición de la Bay Hudson, lo arrestaron y el resto de agricultores solicitaron la ayuda militar de su gobierno. Los EE. UU. enviaron un pequeño contingente de tropas y los británicos respondieron con tres buques de guerra. No hubo ningún disparo, pero, durante dos meses, los estadounidenses siguieron enviando tropas y los británicos dos buques más. Ambos gobiernos entendían que era absurdo comenzar una guerra por un cerdo, pero nadie daba su brazo a torcer.
Bajo aquella estúpida excusa, subyacía la verdadera realidad: la disputa por la propiedad de las islas San Juan. El comienzo de la Guerra de Secesión americana dejó aparcado el conflicto que no se arreglaría hasta 12 años más tarde, cuando ambos países decidieron someterse al arbitraje de un tercero, el kaiser Guillermo I de Alemania, que declaró las islas San Juan propiedad de los EE. UU. Ambos aceptaron la resolución y las tropas británicas se retiraron.